6.3.17

El día después

Cuando cogés con alguien y te acordás de otro, te das cuenta a quién no vas a poder sacarte nunca del cuerpo.
Se llama Agus. Agustín. Pero sus amigos y yo le decimos Agus.
Lo conocí en una fiesta, en su casa. Fui con Flor.
Tocamos timbre. Nos abrió él. Un metro noventa, ciento cuarenta kilos. No nos saludó.
Qué mala onda este chabón, ¿no?
Es tímido, boluda.

Abrimos el vino que llevamos nosotras. Nos tomamos nuestro vino y otro más. Apareció un porro que fumamos entre cuatro, con un colombiano y un brasileño que estaban ahí. El brasileño era músico.
Acordáte que los músicos son hijos de puta, Flor. Son forros. Y están locos.
Vos dejáme que yo lo manejo.
No hagás boludeces.
Sonaba Dance yourself clean de LSD Soundsystem.

Yo me quedé hablando con el colombiano. No era lindo, pero tenía linda sonrisa. Además los dientes blancos con ese color de piel contrastan genial.

Che boluda, Flor! ¿Vamos a tomar un whisky?
Flor lo agarra al brasileño de la mano y me hacen señas de que van a la cocina. Los seguimos con el colombiano.
En la cocina había whisky nacional.
Qué garcha esto, por Dios. ¿No hay Jacks Daniel's? ¿Jameson? ¿Johnnie?
El colombiano me dice que le pregunte a Agus, que es el dueño de casa.
Lo busco con la vista, lo veo allá lejos. Medio encorvado, es tan alto. apoyado de costado contra una pared. Me acerco.
A los gritos.
Che! ¿Tenés whisky que no sea nacional?. Me parecía demasiado pedirle importado, por eso ''no nacional''.
Me mira, sonríe. Hace que sí con la cabeza.
Seguíme, dice.
Lo seguí.
Atravesamos la fiesta, la gente, un pasillo oscuro.
Abrió una puerta, entramos.
Cerró la puerta con llave.
Lo último que vi fue su sonrisa.
Ahí quedamos su metro noventa, sus ciento cuarenta kilos y yo.

Me dio vuelta y me tiró en la cama. Me dieron ganas de vomitar.
Pará, pará, me siento mal.
Agus sonreía, yo no le veía la cara, pero sé que sonreía.
Me sacó la bombacha y se la puso de pulserita.
Ponéte un forro aunque sea.
Ya fue. Voy a poner música así te relajás.
Puso Love me tender.

Después se durmió, su metro noventa, sus ciento cuarenta kilos y yo abajo de eso. Me costaba respirar.
Le saqué la bombacha que tenía de pulserita, el vestido me lo había dejado puesto, busqué la llave y me fui.

Mientras esperaba el 140 pensé que iba a tener que tomar la pastilla del día después.

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