Hoy tuve una ausencia muy larga y desesperante. Jamás me había pasado algo así.
Iba en el 140. Otra vez el 140 y las cosas que pienso cuando voy ahí adentro.
Durante, creo, quince minutos, no supe dónde estaba.
Durante, creo, quince minutos, no supe dónde estaba.
No me daba cuenta si estaba cerca o lejos de casa. Temí haberme pasado y me bajé. Caminé unos metros. Estaba lejos pero no me había pasado.
Estaba donde hace siete años, dos motoqueros, me robaron todo lo que llevaba encima dejándome desposeída, con diecisiete años y una familia a cien kilómetros, por unas horas.
Estaba donde hace siete años, dos motoqueros, me robaron todo lo que llevaba encima dejándome desposeída, con diecisiete años y una familia a cien kilómetros, por unas horas.
Recordé esa sensación y, aunque las posibilidades eran prácticamente nulas, me dió miedo de que volviera a pasar. Llevaba, en aquel entonces, el mismo tipo de cosas que llevaba hoy en la mochila.
Caminé rápido, deseando que pasara pronto otro 140. Pero no pasó. Tiene por costumbre arrebatarme sensaciones y dejarme en la calle, como los motoqueros.
Me enojé conmigo, mucho, por haberme perdido como una novata.
Tensé la espalda, los hombros, los muslos, cerré los puños, mintiéndome a mí misma con que si aparecían para robarme otra vez, les encajaba una piña a cada uno.
Vino un 109. Una vez ahí adentro, la mitad del tiempo que tardó en llegar a la parada donde me bajé, me odié y la otra mitad, traté de entender por qué había perdido a tal punto la noción del espacio.
En casa me dí cuenta que:
-Hace mucho que no lloro. No me sale.
-Cada vez me cuesta más que la gente confíe en mí.
-No me gusta la gente que le teme al amor, y me rodeo de ella. Esta gente es la que no confía en mí. Y creo que tampoco confía en sí misma.
Tal vez estoy harta de no poder escaparme de mí misma. Por eso me perdí.
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