2.8.17

El beneficio del duelo

Hace dos días que mis tareas cotidianas se ven interferidas por un pensamiento recurrente que se presenta en forma de frase: ''qué cobarde me resulta la gente que elige olvidar''. 
La repetí en varias ocasiones, como quien tararea una canción pegadiza e insoportable, como todas las canciones pegadizas. Hasta que quedó, se ve que latente, en algún estante de mi mente.

Vivo de duelo, fue lo primero que pensé al darme cuenta que me sentía mal por haber terminado de trabajar.
Hoy fue, es, mi primer día libre luego de cinco semanas y, como siempre, el tiempo libre es un vacío para mí. Empiezan a asaltarme todo tipo de pensamientos introspectivos y, cuando menos quiero acordar, estoy en un bar escribiendo.

Vivo de duelo, pensé en Plaza de Mayo. Y luego, como en una sesión de autopsicología, me pregunté qué es el duelo. Debe ser el anhelo de algo que no está. Y el anhelo entraña recuerdo. 
Pero, y si eso que anhelo, vuelve, ¿Será que me conformo?.
No, Jose, no te conformás. Con nada. Nunca.

Es cierto, me digo, en el recuerdo todo es mejor. Si vivo de duelo es porque algún beneficio encuentro en eso, me digo, evocando a mi psicólogo que siempre recalca que uno elige hacerse mierda porque alguito ALGUITO de satisfacción encuentra en ese lugar.
Si vivo de duelo debe ser porque encuentro algún beneficio, me repito, como si la respuesta no estuviera ahí y tuviera que seguir buscando para enterarme.
Pero la respuesta me viene como un vómito, y camino buscando un bar, como quien corre buscando un baño donde depositar lo que comió hace un rato.

Pero no puede ser cualquier bar, y aquí es cuando empieza a responderse sola la cuestión del beneficio del duelo. Tiene que ser uno en el que me den ganas de entrar, cuanto más viejo mejor, y que no haya mucha gente. En lo posible con wifi.

Voy pasando el Obelisco y me duelen los pies por estos borcegos nuevos de mierda, que me costaron un huevo, y que por el sólo hecho del precio exorbitante y prometedor de eternidad, no me resigno a dejar olvidados adentro de una caja. 
Perseverante lindando con caprichosa, sigo caminando, buscando MI bar, e imaginando la sangre que me corre por los talones a causa de la fricción talón-cuero durante diez cuadras. Pensando en paralelo qué mierda que soy con mí misma, que siempre pongo la hostilidad antes que el pijamas y una película en Netflix. Y también pensando que si sigo caminando el microcentro en esa nebulosa, soy el blanco perfecto para que los cacos se apropien de la computadora y la guita que tengo en la mochila. 
Vuelvo a mi mundo.

Prefiero lo viejo siempre, lo que tiene historia. La gente, la ropa, los lugares, lo que se puede descubrir. Lo que tiene capas de polvo, de telaraña y de historias.
Cómo se sufre, la puta, anhelando siempre lo que ya pasó. Pero qué bello puede ser todo en el recuerdo. Uno lo acomoda como quiere, y puede volver, al menos, grato el momento más horrendo de la vida. Qué manipuladora soy, pienso. Qué mundo paralelo me he creado, y qué lindo se está acá. Iba a decir ‘’acá adentro’’, pero lo siento más como si fuera ‘’acá afuera’’.

Cómo me gusta escarbar. En serio. Siempre escarbo todo: las etiquetas de las botellas, mi piel, la gente.
Siempre me gustó descubrir lo de adentro, lo que no se ve, lo que entraña pasado, el resultado de la historia. Será por eso que las mejores tardes de mi infancia las pasé haciendo pozos con una palita de jardín en el patio de la casa de mis abuelos, desenterrando venecitas de colores, jugando a que eran piedras preciosas; será por algo de esto, también que no me decidía entre el cine y la genética, será por eso que a los 13 años, cuando ya me había escarbado toda la piel y llenado la almohada de sangre, decidí rasquetear un poco más fuerte y averiguar quién era mi padre. 
Necesito saber SIEMPRE qué hay detrás, y cuando lo descubro, se termina la película. He aquí el duelo. Un descubrimiento que llega a su fin. 
Las venecitas, las películas, el mapa genético, la carne viva.

Será por todo esto, también, que me resulta insoportablemente cobarde la gente que intenta olvidar, que no tiene fotos o, peor aún, que las tira, las quema, las elimina.

El olvido es negación y, además de molestarme mucho que me digan que no, me molesta mucho la gente negadora. Como si pudiera uno elegir qué cosas olvidarse, como si se pudiera tener control sobre la memoria.
Cuando menos uno quiere acordar, lo que está pasándole ahora, se ha convertido en recuerdo. PARA SIEMPRE. Una foto es un souvenir al lado del recuerdo real, que, a veces, ni siquiera es una imagen en concreto.

Me viene a la mente eso que decía Fellini de que ‘’el cine soy yo’’. Y claro, un tipo que escribía sobre recuerdos, con un modo de escritura que es un recuerdo en sí mismo, no puede decir otra cosa. Jamás veía los campiones ni iba al cine a ver películas propias ni de terceros. Y CLARO, el tipo era cineasta, pero principalmente era un recordador. Y lo primero que sabe un recordador nato, es que los recuerdos son intransferibles.

Finalmente encuentro mi bar. Me pido una cerveza y me pongo a escribir.

En realidad me pedí un exprimido de naranja, y lo que escribí, no se parece ni un poquito a lo que pensé en el periplo Plaza de Mayo-este bar.

VOLVERÉ.


No hay comentarios: