23.10.17

Gracias por venir a esta fiesta

Últimamente, cada vez que me pasa algo bonito, siento que me voy a morir. Como si la inminencia de la muerte fuese una manera que tiene el mundo de despedirme. Una especie de souvenir por haber venido a esta fiesta.

Hoy fuimos con mi papá y mi hermana a despedir a mi abuela. Doble despedida fue, porque mi abuela se está muriendo y porque yo me voy a vivir a otro país. Nada triste. Pero sí algunas cosas que yo quería saber antes de irme:
Cómo conoció a Adolfo, mi abuelo paterno, y si alguna vez quiso estar con otro hombre.
De esas dos preguntas, se desprendieron dos respuestas muy poco creativas, y muchas anécdotas. Una de ellas, la del día en que mi abuelo quiso suicidarse con los calmantes que había juntado durante meses mientras había estado internado en una clínica a raíz de un accidente cerebro vascular que lo dejó hemiplégico y odiando la vida.
Mientras hablábamos, mi papá empezó a acariciarme las manos y a trenzarme los dedos, como yo misma me hago a veces cuando estoy escuchando una conversación que ya escuché mil veces y que no me interesa en lo absoluto, o cuando la ansiedad me da batalla y la energía se me escapa por algún lado.
Me dio sueño. Y me dio un poco de vergüenza porque estábamos visitando a una persona en lo que será, con seguridad, su lecho de muerte y yo la estaba pasando bien.
Me di cuenta que mi papá nunca me había acariciado las manos, nunca me había trenzado los dedos. Que esperé veinticinco años sin darme cuenta que estaba esperando las caricias de mi papá en las manos.
Me dí cuenta que perdí la virginidad antes de recibir una caricia de mi papá.
Que conocí a mi papá siendo una mujer.
Qué lindas las caricias de mi papá en las manos.
Quién sabe cuándo podrá acariciarme otra vez.

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