8.2.18

Desde Perú intentando volver a casa

Yo siempre elijo cosas difíciles, mis amigos pueden dar crédito de ello.
Luego de siete días de estar haciendo huevo en Buenos Aires, esperando un turno en el Consulado de México que nunca llegó, volé a Lima, en donde sí había un turno para el 8 de febrero.
Compré pasaje de vuelta a México para el 10 de febrero.

Llegué al consulado 45 minutos antes de lo que debía llegar. Era una cámara frigorífica. Por suerte tenía un buzo en la mochila, y una pera y una manzana.

Antes que ‘’hola’’, me dijeron que el trámite tardaría de dos a diez. DIEZ. Días hábiles.
Y me entregaron un papel para que fuera a pagar 36 dólares al banco.

De vuelta en el Consulado, esperé una hora sentada mirando fijo el borde blanco de la mesa ratona.
En la mesa ratona había catálogos de un festival de teatro de la Alianza francesa en Perú, una revista ‘’Caretas’’ con actualidad política no se qué tan actual.
En mi mochila, Especies de espacios, de Perec, por la parte de ''Los lugares''.

Nada me parecía suficiente para distraerme de la posibilidad de que me tenga que quedar tres días más, totalmente al pedo, en un país en el que no me interesa en lo más mínimo estar, cuya comida con olor a caldo de pollo no me atrae, cuya gente me parece insulsa, en un Hostel donde todos están en patas y de vacaciones. 
Así que decidí quedarme mirando fijamente al borde blanco de la mesa ratona hasta que me llamaran.

Fui la ultima en ser entrevistada, a pesar de que fui la segunda en llegar, y detrás mío habían llegado tres personas más.
Me retuvieron el pasaporte y a cambio de él me dieron un carnecito plastificado que dice no se qué de que estoy haciendo un tramite y que puedo buscar mi pasaporte sellado de lunes a viernes de 9 a 9.30 am.
Le rogué a la señora que sella los pasaportes, que me lo sellara para mañana, porque tengo mi vuelo de regreso a México pasado mañana, sábado.
Con una sonrisa bastante gratificante a pesar de las palabras que salían de su boca, me contó que ella es la única persona que autoriza todos los documentos que se solicitan en el consulado. Que en Estados Unidos es mas fácil porque tienen a una persona únicamente para hacer visas.
Claro, hubiera sido más fácil si hubiera tenido la visa estadounidense, pero no la tengo.

A la salida, decidí hacer el camino de regreso al Hostel de memoria. 
También decidí entrar en una iglesia a pedirle a Dios una prueba de su existencia, pero encontré una monja y en vez de hablarle a Dios, le saque fotos a la monja. Aunque sacar fotos puede que sea mi manera de hablar con Dios.

Luego atravesé El Olivar, que es un parque donde sólo hay olivos. Casualmente, el sendero que utilicé a la mañana para ir caminando hasta el consulado, ahora estaba cercado con una cinta de peligro. Decidí bordearla para no perderme, pero una policía me pidió que diera la vuelta por afuera del parque para no pisar el césped, porque estaban lavando los árboles. LAVANDO LOS ARBOLES. Esa frase se me apareció en mayúsculas del lado de adentro de la frente.
Hice unos metros y ví que lo que estaban haciendo era fumigarlos.
Me acerqué a un señor vestido de lo que yo hubiera creído que era un apicultor, y le pregunté por que los fumigaban. Me dijo que porque hay un insecto que se llama mosca blanca, y me lo señaló. Vi una nube de bichitos blancos. Le dije que muchas gracias por la información y seguí camino.

Llegué caminando de memoria al hostel, pensando en que todo lo mal que la estoy pasando, en un tiempo será anecdótico.
En que cuanto más duro es el presente, más anecdótico se vuelve con el tiempo.
Y que algún día le contaré a alguien todo lo que me costó establecerme en Mexico.

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