13.2.18

Las personas, el tiempo y las palabras

Increíblemente logro seguir viviendo en días que ya pasaron y saltarme partecitas del día de hoy.

En tres días en Buenos Aires conocí más a Mauro que en un año o dos, tiempo que hace que nos conocemos, imposible para mí determinar la fecha, viviendo a diez cuadras de distancia.


Recordar me transporta del metro de la ciudad de México a cualquier otro lugar.


Escucho una conversación sobre si es ''procastinación'' o ''procrastinación'', y me acuerdo de que yo creía que era la única que me decía las palabras al leerlas.

Pienso en las últimas palabras que me dije, fueron las del primer capítulo del libro que estoy leyendo. Lamento no tenerlo encima. Lo extraño. Es una buena señal.
El único extrañamiento bueno es el de los libros, creo. Extrañar gente es egoísta.

Ahora que sé que alguna gente que me gusta me lee, tengo miedo de caer en el error de escribir sólo para ellos.

Aunque he escrito mil veces para otros que no son yo.
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Estoy tirada en la cama, pensando todas estas cosas, deseando que las palabras se escribieran con sólo pensarlas, porque no tengo ganas de escribir.
Entonces me doy cuenta de que escribir no es ni más ni menos que pensar. 
Es lo mismo.
O mejor dicho, no. 
No es lo mismo.
Porque a veces pienso cosas (no palabras) más lindas que las que escribo, y después no encuentro palabras para que las escritas tengan la belleza de los pensamientos.

Este texto tendrá muchos puntos finales, igual que yo.

Mi duración cambiará y, con ella, la sensación que tenga del tiempo, de las personas y de las palabras.

Anoche soñé que me suicidaba por accidente. 

Si uno se suicida sin querer, es suicidio? 
Quién decide si la palabra que se puede usar para una muerte accidental autoinducida, es "suicidio" o es otra?
Hay realmente alguien lo suficientemente capacitado en este mundo para decidir con qué palabras debemos nombrar los hechos y las cosas?

Este texto tendrá muchos puntos finales, igual que yo.


Esta mañana en el metro, una chica comía ensalada rusa de un tupper. Eran las 8.30 de la mañana.


Llegué a Migraciones media hora tarde. Me recibieron dos tipos que dicen que son abogados. No lo dudo pero tampoco lo afirmo. 

Uno de ellos me hizo acordar al protagonista de Triste, Solitario y Final, de Soriano. Todo el tiempo que leí ese libro sentí que sentía, no sé cómo decirlo, el olor de Raymond Chandler en la soledad de Hollywood. Este tipo tenía una mancha en la solapa del saco, probablemente de café, chilaquiles, molletes, salsa de frijoles, lo que sea que estuvo ingiriendo a la mañana. Y se había esmerado bastante, en vez de disimular la mancha del saco, en taparse la calvicie con unos pocos pelos que le quedan a los costados.

Este hombre, cuyo nombre desconozco, me llevó hasta un sucucho donde me sacaron fotos de frente y perfil. Me hicieron atarme el pelo, correrme el flequillo, sacarme los aros y los lentes. 

Saludó a todos por su apodo. 
Luego me llevó a un bar que se llama ''La torre de París'', donde todo tenía motivo de la Torre Eiffel. También saludó a todos por su apodo. Allí se unió a nosotros el segundo abogado, que había quedado en Migraciones haciendo no sé qué.
Me ofrecieron café, pero estaba tan aturdida que lo rechacé a pesar de que tenía muchas ganas de tomar uno.
Luego me dejaron un rato sola. Pedí un capuchino y una rosquilla de mocca. Y me puse a leer. Leí dos capítulos menos dos páginas y volvieron los dos a decirme que teníamos que continuar el trámite al día siguiente, mañana.
No me dejaron pagar el café, aludiendo que era lo menos que podían hacer por mí. Me pareció totalmente coherente, teniendo en cuenta que hube de desplazarme de Buenos Aires a Lima e invertir siete días de mi vida en un trámite que debía llevarme no más de dos.

Mientras iba de ese café al trabajo, atravesando la zona de Migraciones, noté cómo los abogados ejercen una autoridad paternal con sus clientes. Algunos incluso les advierten que tengan cuidado al cruzar la calle, y algunos otros hasta los agarran del brazo en cada bocacalle.

Se me hace tan impostada esa actitud, se me hace tan puesta en escena innecesaria, que creo que por eso los detesto bastante.
Luego me sentí mal y les agradecí el café.
Mañana me toman las huellas digitales por tercera vez en cinco días hábiles corridos.

Este texto tendrá muchos puntos finales, igual que yo.

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