28.3.18

El lujo mayor

Estoy tirada en calzones tomando una copa de vino, la segunda.
Cené empanadas. Qué lujo, pensé, poder elegir qué tomar y qué comer.

Cuando llegué a casa, mientras me sacaba los jeans y las medias a toda velocidad pensé ''qué lujo todo esto'', poder dejar la ropa tirada donde cae, tener ropa limpia para mañana, poder comprarme otra, tener varios pares de medias, cortos para las zapatillas, largos para los borcegos, cortitísimos para los zapatos que me compré la semana pasada...

Y con el desorden que me caracteriza en cuanto a ideas, enumeré rapidito la cantidad de cosas de la vida cotidiana que son lujos para mí. Me dí cuenta que estaba considerando lujosas algunas cuestiones que antes no lo eran, y normales cuestiones que antes eran si no lujos, al menos gustos.
Pienso entonces que la categoría de ‘’lujo’’ aplica a distintas situaciones según gustos, capacidad socioeconómica, nivel cultural y demás cuestiones sociológicas que me encantan pero que suelen ser aburridas para mucha gente.

Cada día me despierto y puedo bañarme, puedo desayunar lo que quiero y puedo elegir en qué tipo de transporte ir a trabajar, incluso vivo a una distancia que me permite llegar en bicicleta al trabajo.
El trabajo que cada día se acerca un poco más al trabajo de mis sueños. Lujazo.
Puedo elegir qué comer.
Puedo elegir reírme o no reírme de lo que me acontece. Eso es un poco más difícil, pero puedo elegir.

Luego puedo llegar a mi casa y tomar una copa de vino o dos, y comer lo que tenga ganas, y escuchar la música que tenga ganas y, si tengo mucha suerte, al otro día hay una filmación.
Y después estoy diciendo frases inconexas, cansada, sucia, pero feliz. Más feliz aún cuando me traspolo a los 10 años y a la primera filmación que presencié. Tan lejana, tan ajena, tan lujoso me parecía pertenecer a ese grupo de gente que se veía estrenada y apasionada.

En otro momento he tenido que comer arroz o fideos, o tomar café instantáneo para poder pagar el corto que estábamos filmando, o para poder ir a ver alguna obra de teatro, o simplemente porque creía que no merecía pasar un poco mejor las ultimas horas de cada día.

Ahora elegir es cosa de siempre, los lujos de antes son la norma actual, son lo alcanzable.

Los lujos de ahora son otros. Son los abrazos de mis amigos, de mi mamá, de mi papá, la comida de mi abuela, las incoherencias de mis gatos, mi bicicleta.

Pero la felicidad de elegir, eso es el lujo mayor.

26.3.18

Un GPS con la voz de mis amigos

Venía hoy, por fin en bicicleta, pensando por qué será que me siento tan a gusto en una ciudad tan compleja, tan extrema, tan contrastada, tan grande, tan contaminada.
Pienso en mis amigas, y en que tienen razón cuando me dicen que yo vivo al revés.
Y deduzco que debo sentirme bien porque, entre otras cosas, vivo en verano cuando la mayoría de mis seres queridos están en invierno.

Venía pensando en eso, y también renegando porque la gallega del gps me estaba diciendo que girara a la izquierda en un lugar donde había un camellón lleno de baldosas y palmeras, y no era la primera vez que me daba mal las indicaciones.

Pensé en que estaría bueno poder ponerle la voz de un ser querido al gps.
Una aplicación que, grabando palabras clave como ''sigue'', ''dobla'', ''derecha'', ''izquierda'', ''has llegado a tu destino'', logre hilvanarlas para que, por ejemplo, mi amiga Marianela, con la que siempre discuto si es para allá o para acá, me indique.
Y poder putearla con total impunidad, porque nunca puedo, porque en materia de ubicaciones, ella siempre tiene razón.

A veces extraño todo, sobre todo las discusiones con Mari, que siempre derivan en algo interesante o en comer algo, o en tomar una birra. Tres cosas que sabemos hacer muy bien.

Venía yo pensando en todo eso y disfrutando de la ciudad vacía, una ciudad vacía que usualmente tiene 22 millones de habitantes es llamativamente extraña, cuando veo que por mi derecha, se acercaba un grupo de gente de edades variadas, con un plotter de lona vinílica brillante impresa en tonos marrones, que decía algo así como ''marcha por la vida''.
Venían rezando el Padre nuestro sin parar a respirar. Llevaban pancartitas con fotos de fetos, de ecografías y algunas ilustraciones de fetos hablando y pidiendo nacer, total después vemos.
Frené. Los miré. Me reí.
Dije al aire, como quien no se anima del todo, ''qué cabezas de termo, por favor''.

No me escucharon porque estaban rezando el Padre nuestro.



20.3.18

Contra todo riesgo

Coger con forro,
comer sin calorías,
poner rejas en casa y
una,
dos,
tres,
cinco cerraduras,
pagar el seguro médico,
de la casa,
del auto,
contra todo riesgo,
contra terceros.

¿Quién dijo que la guerra terminó?

La vida y el macramé

Me da muchísima tristeza la gente que, por carecer de conocimientos sobre el lenguaje, no puede defenderse por sí sola.
Me acuerdo cuando mi mamá me contaba que había chicos en las escuelas que llegaban con cartas de los padres explicando que habían tenido que faltar a clase porque habían ''hoperado'' a alguien de la familia. En esa época nos reíamos, y conjeturábamos que tal vez la persona creía que se escribe ''hoperar'' porque sucede en el ''hospital''.

Por suerte el tiempo y las experiencias le han quitado gracia a este tipo de cosas, y he empezado a darme cuenta (es duro darse cuenta, siempre) de la importancia de saber hilvanar letras en pos de una frase coherente. Es poderosísima la persona que puede expresarse correctamente. Mucho más poderosa aún es la persona que puede hablar varios idiomas.

La vida y el lenguaje son dos cosas, entre tantas otras, cuya importancia desestimamos porque estamos acostumbrados a ellos. Porque hemos tenido suerte de no nacer en Siria y de haber estudiado en la Universidad.

Volví a Deleuze, nunca logro divorciarme de él.
Por el cine o por la política siempre vuelvo a Deleuze, e inmediatamente, al día siguiente, como si fuera una droga, me hace efecto y empiezo a cuestionarme las raíces de todo.

La ultima de Kaurismaki, Del otro lado de la esperanza, me hizo recordar la entrevista a Emilio García Webhi en la que habla de un texto que escribió Deleuze sobre Bacon. Siempre vuelvo a eso. Es que creo que el arte es lo que cala profundo. Lo que shockea y hace que uno empiece a pensar en lo que atravesó, tiempo después de haberlo atravesado.
Una especie de telar de macramé, donde se teje con nudos. Un macramé de conceptos que piden ser analizados para poder ser desatados.
Para mí esa es la verdadera obra, la que genera cuestionamientos sobre la verdad, no la que entrega verdades masticadas.

Entonces, creo, la vida misma es una obra.


19.3.18

Nueve coma ocho metros sobre segundo al cuadrado

Lluvia
Llanto
Yo
La fonética
Me limpio
me renuevo
me vacío
y me lleno
de agua
como el cielo
La gravedad
nueve coma ocho metros sobre segundo al cuadrado
El sonido
La doble ele
Me fertilizo
me limpio
de llanto
de lluvia
de sonido
de ruido
soy de nuevo
Nueve coma ocho metros sobre segundo al cuadrado.

8.3.18

Qué hace uno con el cuerpo

Vi llegar hoy a la gente que había visto ayer en el metro. 
Estábamos todos:
 La japonesa morocha, la chica con el pelo gris, la señora que parece señor, el que vende linternas que tiene la dentadura de metal. 
supe que iba a pasar algo. Mi vida es demasiado surreal como para que, dado un acontecimiento asi, el día siguiera un curso tranquilo.
Hoy se cumplieron cuatro meses de mi llegada a este país. Y hoy, una vez mas de tantas en el pasado, en el presente y en el futuro, entendí que la vida, la mía, vale mucho más que algo de plástico.
Me vi amenazada otra vez, y como cada vez, los recuerdos que tengo del horror son muy vagos. Son imágenes que debo forzar y completar para recordar el hecho más allá de lo conceptual.

Entre un montón de gente inmóvil, me dio pavor sentir lo efímera que es la vida. Sentirlo en todo el cuerpo.
Supongo que la adrenalina es la hormona de la muerte potencial.
Probablemente este haya sido uno de esos momentos en que las palabras no sirven para explicar nada. 
A veces son odiosas las palabras.
Supongo que lo que hizo mi cuerpo fue responder a la idea de que  mi vida soy yo.
Ver un objeto, un arma que me apunta, convertido en la presencia espectral de la muerte me parece, adrmas de algo muy cínico, algo por lo que tengo mucho respeto. Porque si, el respeto es miedo.

Tuve pánico y corrí por mí vida y por la vida de todos los que se quedaban, esperando no-sé-qué en ese vagón bajo tierra.
Los tipos entraron al vagón, venían corriendo. Eran seis.Tenían armas.
Y nadie se movía
No hizo falta que dijeran que todos al piso, ni que amenazaban a nadie. Todos ya estaban muertos por dentro. Parece que no les importa morir también por fuera
A mí sí. Entonces corrí. 
Yo que soy tan respetuosa de los límites, sobre todo de los espaciales, moví las vallas y me abrí paso.
En cada curva en que se abría la vista de los pasillos hacia el andén, frenaba y miraba el tren detenido, la policía corriendo, la gente inmóvil, los ladrones, los chorros, la escoria de la clase baja de la sociedad enferma de la que soy parte, y de la que siento que tengo responsabilidad, caminando entre ellos. 
Como hijos no deseados que maltratan a sus madres.

Ya no robaban. 
Ahora se escondían de la policía que iba llegando lento.
Lentísimo llegaban los policías. Desorientados, no entendían lo que pasaba. Cómo si en una ciudad en la que viven veintidós millones de personas jamas hubiera pasado algo así.
Algunos iban hacia el andén de enfrente y yo en mi corrida al pasar les indicaba que era del otro lado.
Corrí hasta la salida con mucha conciencia de lo efímera que se vuelve la vida cuando uno tiene conciencia de ello.


Esta vez estuve sola, y aunque todo el día necesité mucho el abrazo de mis amigos, me tuve a mí.

3.3.18

Viernes 2 de marzo

El viernes 2 de marzo terminó con dos pibes apuntándonos con un arma a Pablo y a mí, a 10 metros de su casa.
No, en realidad terminó con Pablo puteándome por haber querido ir caminando al Oxxo de la esquina en vez de ir en auto.
No, en realidad terminó cuando pude hablar por teléfono con mi mamá, que me dijo esas cosas que uno necesita que su madre le diga cuando pasa por una situación así.
No sé cuándo las madres aprenden las cosas que dicen.
Los vi venir. Los vi cruzar la calle. Supe que nos iban a robar.
Vi cuando, a veinte metros de nosotros, en pleno Bulevar Lago Chiem, el pibe que estaba de negro sacó el arma. Escuché que decían algo aunque no llegué a entender qué era. Hablaron bastante. Me pidieron la cartera pero yo no tenia nada encima, lo cual me dio más miedo.
Se dedicaron a revisarle los bolsillos a Pablo mientras el de negro le ponía el arma en las costillas.
Pablo no les quería dar las cosas y yo, en un tono de voz casi inaudible lo agarré, como si fuera un chorro más, y le dije que les diera todo.

Me pasaron muchas cosas por la cabeza.
La primera fue el miedo de que nos pegaran un tiro porque estaban nerviosos, o drogados o porque se les podía escapar. Luego que si nos pegaban un tiro, iba a ser muy complicado que nos atendieran rápido porque el sistema de salud acá es muy ineficiente.

Los chorros se fueron caminando y Pablo empezó a insultar a la concha de mi madre por haber querido ir caminando al Oxxo de la esquina en vez de ir en auto.
Me echó de la casa pero le dije que no me iba a ir.
Lo abracé pero me rechazó.
Quise ayudarlo pero no quería verme.
Tal vez veía en mí a los chorros.
Yo veía en él al pibe con el que quería estar en ese momento, convertido en un nene enojado con su mamá porque otro nene le rompió un juguete en el jardín.

Me trajo a mi casa, se fue a dormir a lo de sus padres, a pesar de que le ofrecí que nos quedáramos en un hotel, para estar en un lugar neutral porque yo no quería dormir sola.
Pero Pablo no quería mi compañía.
Ahora creo que lo más triste de la noche fue querer estar con alguien es que la otra persona no quisiera mi compañía.

Hoy me desperté pensando que hay un lenguaje universal que nos permite comunicarnos sin necesidad de la palabra. Anoche fue la manera en que los chorros caminaron hacia nosotros.
Pablo no los vio venir. Yo si, y supe lo que iba a pasar, pero no tuve tiempo de reaccionar (tampoco sé de qué manera hubiera sido correcto reaccionar sin poner en peligro la vida de nadie). No entendí nada de lo que decían.
Sólo escuché la palabra ''tiro''. Pero todo estaba muy claro.