8.3.18

Qué hace uno con el cuerpo

Vi llegar hoy a la gente que había visto ayer en el metro. 
Estábamos todos:
 La japonesa morocha, la chica con el pelo gris, la señora que parece señor, el que vende linternas que tiene la dentadura de metal. 
supe que iba a pasar algo. Mi vida es demasiado surreal como para que, dado un acontecimiento asi, el día siguiera un curso tranquilo.
Hoy se cumplieron cuatro meses de mi llegada a este país. Y hoy, una vez mas de tantas en el pasado, en el presente y en el futuro, entendí que la vida, la mía, vale mucho más que algo de plástico.
Me vi amenazada otra vez, y como cada vez, los recuerdos que tengo del horror son muy vagos. Son imágenes que debo forzar y completar para recordar el hecho más allá de lo conceptual.

Entre un montón de gente inmóvil, me dio pavor sentir lo efímera que es la vida. Sentirlo en todo el cuerpo.
Supongo que la adrenalina es la hormona de la muerte potencial.
Probablemente este haya sido uno de esos momentos en que las palabras no sirven para explicar nada. 
A veces son odiosas las palabras.
Supongo que lo que hizo mi cuerpo fue responder a la idea de que  mi vida soy yo.
Ver un objeto, un arma que me apunta, convertido en la presencia espectral de la muerte me parece, adrmas de algo muy cínico, algo por lo que tengo mucho respeto. Porque si, el respeto es miedo.

Tuve pánico y corrí por mí vida y por la vida de todos los que se quedaban, esperando no-sé-qué en ese vagón bajo tierra.
Los tipos entraron al vagón, venían corriendo. Eran seis.Tenían armas.
Y nadie se movía
No hizo falta que dijeran que todos al piso, ni que amenazaban a nadie. Todos ya estaban muertos por dentro. Parece que no les importa morir también por fuera
A mí sí. Entonces corrí. 
Yo que soy tan respetuosa de los límites, sobre todo de los espaciales, moví las vallas y me abrí paso.
En cada curva en que se abría la vista de los pasillos hacia el andén, frenaba y miraba el tren detenido, la policía corriendo, la gente inmóvil, los ladrones, los chorros, la escoria de la clase baja de la sociedad enferma de la que soy parte, y de la que siento que tengo responsabilidad, caminando entre ellos. 
Como hijos no deseados que maltratan a sus madres.

Ya no robaban. 
Ahora se escondían de la policía que iba llegando lento.
Lentísimo llegaban los policías. Desorientados, no entendían lo que pasaba. Cómo si en una ciudad en la que viven veintidós millones de personas jamas hubiera pasado algo así.
Algunos iban hacia el andén de enfrente y yo en mi corrida al pasar les indicaba que era del otro lado.
Corrí hasta la salida con mucha conciencia de lo efímera que se vuelve la vida cuando uno tiene conciencia de ello.


Esta vez estuve sola, y aunque todo el día necesité mucho el abrazo de mis amigos, me tuve a mí.

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