22.8.08

-Hasta mañana...

Dijo eso y desapareció tras sus pasos. Nunca más la escuché pasar con su bicicleta por la ventana de mi habitación. Tal vez su mañana nunca llegó.
Nunca la ví. La gente que le daba trabajo solía cambiar seguido de empleada. Pero escuchaba de lunes a viernes una voz llevando a tiro una bicicleta. Su voz era bastante clara, y lo suficientemente alegre como para pensar que no volvió porque quiso.
Quién sabe, tal vez se encontró con la fortuna dando la vuelta y rindiéndose a sus pies y su bicicleta, o quizás simplemente desapareció como desaparecen los autos cuando llegan a la esquina, o como el sol llegado cierto momento del día. Tal vez se fue perdiendo como solía hacerlo cada noche junto a los ladridos de los perros y mi conciencia a medida que el sueño me gana. Pero esta vez para siempre.
Ella nunca supo cómo me alegraba saber que no era la única persona despierta en la oscuridad. De alguna manera ella me contaba el cuento indispensable de las buenas noches, ella me hacía imaginar historias, siempre distintas de la misma vida, de la misma persona. Pero se perdió, y ese fue el final de mi cuento. Las noches ahora me hacen buscar nuevos motivos de su partida, o imaginar vidas de voces pasajeras.
De todas maneras, le agradezco.