22.6.17

Morirse en invierno no es en vano

Me desperté habiendo soñado con El campo.
El campo para mí siempre fue otro lugar que donde yo vivía. Crecí en el campo, pero El campo era a donde iba los fines de semana a jugar con Ceci, a tomar vascolet, a juntar huevos de las ponedoras, a nadar en el tanque de agua hasta que los dedos de los pies nos sangraban.
Soñé con El campo, pero más que nada con la casa. Con el olor de la casa. Era tan claro.
Soñé con la casa, pero con mis lugares preferidos de la casa: el altillo y el baño de Silvia y José. En mi sueño toda la casa era el altillo. Toda la casa estaba enquilombada como el altillo: desde una cama cuyo cubrecamas era una bolsa de dormir, cajas, paquetes de arroz, libros, muchos libros. El olor a Parliament.
En esa casa yo buscaba el baño de Silvia y José pero no lo encontraba. Abría puertas pero sólo había más cajas y más libros. Deseaba verlo azul e iluminado con la luz de la mañana. Lo que más me gustaba de ese baño era la luz que entraba por el ventiluz. Eso y que tenía bañadera. Me gustaba cuando me dejaban bañarme ahí.
En el sueño la casa estaba vacía, porque José ya no estaba y porque Silvia, que en el sueño seguía viviendo ahí, había tenido que salir a hacer trámites.
En la casa estábamos mi mamá, dos amigas (o tal vez mis primas) y yo. Pero también estaba José. Yo sabía que estaba.
Mi mamá buscaba una nota que estaba segura que él le había dejado antes de morirse. Y yo me maravillaba al ver la cantidad de paquetes de arroz que había en la casa.

Me desperté extrañando El campo. Mi infancia, el vascolet, jugar con Ceci, el baño con bañadera, los azulejos azul oscuro. El olor del campo y los Parliament.

Miré la fecha en la computadora y me dí cuenta que dentro de dos días se cumple un año del día en que José decidió morirse y yo escribí cosas muy parecidas a ésta y decidí borrarlas. Evidentemente no se puede borrar más que la tinta.
En aquel momento se reiteraba en mi cabeza una conversación que tuve con José cuando yo tenía ocho años:
En El campo finalmente habían prescindido de la salamandra como único artefacto de calefacción, y habían hecho un hogar a leña. Yo estaba sentada en el escalón de tronco que dividía la cocina del living, exactamente al lado del hogar, mirando el fuego. José se acercó, se quedó parado al lado mío y nos quedamos los dos mirando el fuego en silencio. Al rato me dijo ''¿viste que hace formas?, por eso me encanta mirarlo''.
Esa fue la primera vez que un adulto me habló de igual a igual. Me sentí importante.

Años después, tanto las formas del fuego como las de nuestras vidas se fueron desdibujando y tomando otras, y todo lo que había en El campo se dispersó.
Hace casi un año, sin hogar a leña y lejos del campo, José decidió morirse.
Hoy, cuando me desperté me dí cuenta que para alguien que ama el fuego y está lejos de él, morirse en invierno no es en vano.

140 caracteres, 10 segundos, 24 horas

YO HACE UN TIEMPO:
Hace unos años se viene alimentando en mí un miedo a la vorágine de la vida cotidiana. Un miedo a que todo sea tan veloz que no lo veamos, siquiera, pasar. Por eso quiero dejar escrito, para la posteridad, para poder acordarme, para que mis hijos y nietos sepan, que hubo un momento en que el amor existió, y la gente se comportaba de otra manera.
Cómo soy enamorada:
Me duele el cuerpo, me pesa. Los hombros, las clavículas, las axilas, me pesan.
No tengo hambre
Ni sueño.
Todo es hermoso, incluso el olor del palo santo que siempre odié.
El amor me pesa. Me hace una persona lenta y densa como el caramelo.
A mí, que soy tan racional, esto me vuelve loca. Descubro en el amor un abismo, y me lanzo. Cada vez dudo más, pero me lanzo igual.

YO HOY:
En la época de los 140 caracteres, las storys de 10 segundos y 24 horas, cuánto puede durar el amor? Cómo se mide el amor en la época en que todo tiene una medida de peso, de volumen y un precio?
Es amor o es la sorpresa de que alguien me trate bien sin esperar nada a cambio?
En algún momento va a dejar de abrirse un vacío en el pecho cuando veo a la gente irse? Me puedo acostumbrar a eso?
Tan rara soy, que aún hoy, en la época de los 140 caracteres, los 10 segundos y las 24 horas, sigo buscando que algo sea para siempre?

10.6.17

El germen

Deleuze habla sobre la imagen-recuerdo, la imagen-cristal y el germen que está siempre en estas imágenes, que nos remite a algo conocido, a un pasado que, por ser remitido, se vuelve presente. Entonces en el presente se encuentra el germen del pasado y, claro, el del futuro.
No sé qué fue que operó en mí. Habrá sido algo que vi, escuché, olí, que sentí la necesidad de estar en el Banco Provincia de mi pueblo, sintiendo el olor del lugar, pero no el olor de ahora sino el olor que había cuando era chiquita, y no sabía nada del dinero. Me gustaba ir al banco porque había sillones de cuero, y me gustaba acompañaba a mi abuela a hacer ''los mandados''.
Cuando salíamos de ahí comprábamos pan en la panadería, siempre caliente, con la cáscara dura, lleno de miga adentro.
Como premio por portarme bien, mi abuela me compraba unos conitos de chocolate amargo envueltos en papel rosa metalizado. Lo que más me gustaba de esos conitos era el papel: Lo sacaba con cuidado para no romperlo y, mientras me comía el conito como si fuera un trámite (porque sinceramente, el chocolate amargo no me gustaba tanto, pero los conitos de chocolate con leche venían con papel plateado y a mí me gustaba el rosa), lo estiraba.
Era una tira irregular, nunca era una figura geométrica perfecta. Eso me molestaba un poco, así que le doblaba las puntas hasta que quedaba un rectángulo o un cuadrado. Quería, siempre, que el rosa metalizado pudiera seguir existiendo más allá de ese papel. Yo quería SER rosa metalizado.
Pero después de un rato de plancharlo con los dedos llenos de chocolate y babas, el papel se terminaba rompiendo, entonces lo hacía bolita. Me imaginaba que era una piedra preciosa, lo abollaba hasta que el rosa metalizado se empezaba a ir, y comenzaba a verse el blanco del papel.

Pero lo que más me gustaba, porque sucedía todos los días aunque yo estuviera en el jardín, era que alrededor de las diez de la mañana, gracias a que mi abuela plumereaba y pasaba Blem, por la ventana del comedor, entraban dos rayos de luz que se proyectaban en el polvillo que volaba en el aire. En ese momento yo era un super héroe, y esos rayos eran mi visión de rayos x. Podía ver a través de la gente y de las cosas.
Después soplaba los rayos para ver cómo se movían las partículas que estaban en el aire, deseando que en algún momento el aire se limpiara y no hubiera más partículas.
Tengo el recuerdo de haberlo logrado una sola vez, aunque sé que es imposible.
Después iba hasta la bolsa del pan y me comía la miga de algún felipe. Todo esto sucedía cuando me dejaban faltar al jardín.