29.2.20

Predictivo #1: La verdad sobre los dos y los demás

Andar en bicicleta con mis amigos siempre es divertido.
Andar en la calle de Azcuénaga y probablemente quedarme sin voz.
Andar en la calle de la vida.
Andar en la calle de la casa.
Andar en la calle de la iglesia.

Andar en bicicleta con mis amigos siempre es lo mismo.
Pueden pasar cosas,
unos días más sin bañarme,
unos días más que la otra vez.
Siempre sale el sol, y me voy a dormir.


El verano está bien.


Mañana me voy, pero no te puedo decir nada de eso. Nada.
Me voy mañana, si. A ver qué pasa con un chico.


Lejos de nuestras casas, hay otras historias.


Me voy mañana, a la noche, a la tarde, al rato.
A ver qué pasa con el pibe.
Tengo un poco de todo.
Sobre todo, tengo un poco de invierno.
Un poco de miedo.
Un poco tiempo.

La verdad sobre los dos y los demás, veré si puedo tenerla más tarde.

Mientras tanto, te mando un fuerte abrazo y un plato de arroz con pollo.

11.2.20

La Mujer Barbuda y el Hombre Bala

La Mujer Barbuda y el Hombre Bala andaban errantes por los pueblos de una provincia de algún país que ya no se llama como se llamaba antes.
Una de esas tardes en que se preparaban para dormir otra noche a la intemperie, arropados con lo puesto, la vida les puso en su errante camino al Gran Circo de la Península.
Sin pensarlo demasiado, se apersonaron a pedir trabajo.
El dueño del Circo, Don Augusto, que era un hombre serio pero muy amable, los hizo pasar a su trailer. La esposa de Don Augusto, Elena, les sirvió sopa caliente y chocolate. Dos alimentos que parecieran no combinar muy bien, pero que a Barbuda y a Bala les vinieron al pelo, porque hacía semanas, o tal vez meses, que sólo comían arroz con atún que traían en un tupper que Barbuda había heredado de su madre.
Barbuda y Bala, al ver la majestuosidad del circo, de su gente y de sus animales, sintieron que era un buen lugar para quedarse. Durante la cena les contaron a Don Augusto y a su esposa Elena, todo lo que eran capaces de hacer gracias a las habilidades que les había dado Dios. Y nadie más que Dios, porque tanto Bala como Barbuda, jamás habían presenciado, siquiera, una clase de Educación Física en la escuela.
Por qué no se ofrecieron a hacer algo que sí supieran hacer? Nadie lo sabe. Ni yo, que estoy escribiendo esto a medida que se me ocurre.
Se hacía de noche, Don Augusto estaba cansado, los animales dormían, los payasos ya se habían sacado el maquillaje y eran la gente triste que sabemos. Tomaban vino y escuchaban boleros en sus casitas rodantes.

Con el paso de las horas, Barbuda y Bala se convertían cada vez más, a los ojos de Don Augusto, en una potencial venta exagerada de boletos.
El Gran Circo de la Península no tenía excentricidades tales como la Mujer Barbuda, ni a nadie tan osado como el Hombre Bala. A Augusto le brillaban los ojos del cansancio, pero también de la emoción de imaginar que se convertiría en un hombre rico gracias a estas dos rarezas que el universo le había puesto en la mesa de su casa.

Como ya estaba demasiado oscuro y todos estaban cansados, de común acuerdo decidieron que lo conveniente era que al día siguiente Barbuda y Bala hicieran un primer número en el show oficial del Circo. Total era miércoles y casi nadie va al circo un miércoles.

Arreglaron una paga, un espacio donde dormir y una rutina diaria de comidas, si todo salía bien al día siguiente y el público reaccionaba con alegría al nuevo anexo del show.
Esa noche todos durmieron felices, sobre todo Barbuda y Bala, que hacía muchísimo tiempo que no dormían bajo un techo.

Pero nadie se dió cuenta ni intuyó, y esto hay que reconocérselo tanto a Barbuda como a Bala porque tuvieron una capacidad de persuasión majestuosa, de que la pareja no solo no sabía hacer ningún truco, sino que carecía de algunos sentidos:
Eran ciegos y no tenían tacto.

Sin embargo, en sus cuerpos tenían sobradas células dedicadas al habla y al olfato.

Lo que sucedió con el paso de los días fue que, ante cada presentación que se avecinaba, la pareja presentaba argumentos que hacían que no fuera posible la performance y conmovían a Don Augusto, quien ponía, cada vez, un cartelito en diagonal sobre el afiche grande, avisando que por causas de fuerza mayor, no iba a ser posible que el público presenciara las nuevas maravillas adquiridas por el Circo.
Así fue que aconteció la muerte de la madre de Barbuda, la muerte del padre de Bala, el embarazo de Barbuda, la pérdida del embarazo de Barbuda, la faringitis de Bala, la dermatitis de Barbuda, la conjuntivitis de Bala, y algunas otras desgracias.

Fausto, el león quinceañero del Gran Circo, que de tanto vivir entre humanos había logrado comprender a la perfección su lengua, se había percatado de los artilugios de Bala y de Barbuda para no comparecer ante el público circense. Pero se quedó callado, por un lado porque corría riesgo de que lo castigaran a él por hablar pavadas, y por otro lado, lo cual es más lógico, porque no sabía hablar el idioma de los humanos.

Así fueron pasando los días, hasta que un día de una Semana Santa, en el que Doña Elena se disponía a preparar una paella para todo el elenco del Circo, Bala, el muy ciego y sin tacto, se sentó en la paellera de Doña Elena creyendo que era un inodoro, y cagó sobre los mariscos cuidadosamente lavados por Doña Elena durante la mañana.
De más está decir que, además de literalmente cagar la paella de Doña Elena, Bala quedó en evidencia ante unas veinte personas entre trapecistas, malabaristas, técnicos, vendedores de pochoclos y garrapiñadas, y payasos, claro. Toda gente que, desacostumbrada a formar parte del público, no podía salir del asombro.

Atónitos y en silencio, vieron a Bala limpiarse el culo con un repasador, levantarse los pantalones y salir caminando.
Don Augusto lo interceptó en lo que Bala creía que era su regreso del baño y, llamativa y muy amablemente, le pidió que se fuera y que no volviera nunca más.
Bala y Barbuda dejaron la comunidad del Circo esa misma tarde, luego de pegarse una duchita, y nadie más supo de ellos.




6.2.20

Todas las vidas

Me contaste un sueño que tuviste mientras dormías la siesta.
Y me sudaban las manos.

Pienso en vos
y me sudan las manos.

Estamos a diez mil kilómetros.
Y a mí me sudan las manos
porque elegís compartirme un pedazo tuyo.

Por qué elegís compartirme un pedazo tuyo?

Desnudito de alma
sos más lindo
que solo desnudito de cuerpo.

Ayer me regalaron una flor y no supe qué hacer.
No dije ni gracias.
Se achucharró apoyada en una maceta.
No la planté ni la puse en agua.
El amor no es algo que se me dé bien.

Sin embargo,
yo quiero acordarme de vos en mi próxima vida.

A ver si aprendo algo de esto.
Si.
Quiero tirarme a esa pileta otra vez.

Quiero volver a escribirte todas las cartas
y todos los poemas.

Aunque reencarnes en un cascarudo,
o aunque yo sea un potus y vos un caracol,
y mi dueña te combata porque me comés las hojas.
Te entiendo,
yo también te quiero comer.

Y seguramente ya te amaba desde antes.