7.7.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #29 - El club de emprendedores de Puebla.

7 de junio. 3 meses y 21 días.
Si bien este viaje al Extranjero es obligado, hace mucho que decidí por voluntad propia, irme lejos del país donde nací.

Desde que vivo en México, al menos una vez al año, a alguien se le ocurre intentar estafarme. No sé si será que me subestiman demasiado o practican conmigo.

Esta vez fue mi psicóloga: me invitó a formar parte de un club de inversores emprendedores. 

Esto me venía oliendo raro, así que cuando decidí tomar la llamada de Meet, puse a grabar la pantalla.
La cita era a las 11 de la noche pero, por supuesto, la llamada comenzó a las 11.15, porque los chilangos son impuntuales hasta para estafar.

A las 11.15 pm apareció la cara de Silvia, la ''asesora'', que me contó que es obstetra pero que nunca trabajó en hospitales porque le gusta poder manejar su tiempo, así que trabaja haciendo parir en casas y, en su tiempo libre, es asesora.

La cuestión es que lo primero que me dijo, mientras me mostraba una presentación de Power Point que parecía hecha por alguien en estado vegetativo, fue que qué me gustaría hacer con $360 mil pesos mexicanos, que son alrededor de 16mil dólares a un cambio de 22. 
Le dije que me gustaría viajar. Puse voz de soñadora inocente, pero no era necesario poner voz ni actuar nada, porque Silvia no me escuchaba. 
Hablaba como poseída sin parar a pensar ni a respirar, mientras pasaba imágenes de manojos de billetes de $500 pesos, tarjetas Mastercard, autos de alta gama, gente escalando montañas y siendo feliz.
No hay que ser demasiado instruído para saber que un auto de alta gama no se compra con $360 mil, y que para subir una montaña tampoco hace falta ese dinero. Pero se la dejé pasar como quien come pan con manteca mientras espera que llegue la comida.
Habló sobre lo lentas que son las inversiones en los bancos, y que a veces hay que invertir mucho dinero para tener poca ganancia. 
Regla número 1 de cualquier persona que invierte de manera sana: si una inversión promete mucha rentabilidad en poco tiempo y con poco esfuerzo, desconfiá.

Después Silvia me mostró un gráfico de círculos concéntricos, dividido en 8 partes el círculo exterior, 4 partes el círculo siguiente, 2 partes el siguiente, y un circulito central. Me explicó que, al contrario de los esquemas piramidales, este era un esquema distinto, circular, donde todos llegan a la cima, al círculo rojo, y luego se convierten en asesores de las siguientes generaciones de ''inversores''.
Lo maravilloso que promete este sistema de inversión es que:

-Si necesitás dinero, el grupo te lo reintegra. (Claro, tenés que conseguir alguien que ocupe tu puesto y entonces esa persona, debe darte el dinero a vos. Con lo cual no es un reintegro, es una suplantación).

- Es SUPER transparente, porque todo se hace en efectivo. No hay cheques, no hay depósitos, no hay comprobantes fiscales. Me gustaría saber si al SAT esto le parece transparente.

-Todo esto, sucede en 4 meses.

- La entrega del efectivo, se hace en un sobre de regalo.

- Cuando sos el circulito rojo (ya no me acuerdo el nombre del que recauda toda la biyuya), tenés que alquilar un salón para hacer una fiesta SIN ALCOHOL (todo rompen), donde haya refrescos, pambazos y seguridad (obvio, mucha guita en efectivo). Y ahí se te entrega la guita. A todo esto, tenés que hacer una inversión de dinero para la fiesta, antes de tener el capital.

- Pero, no obstante todo lo anterior, cuando los ocho infelices te entregan los 24 mil pesos (que representan el círculo de afuera), vos tenés que agarrar un sobrecito de esos, y dárselo a tu asesor (o sea, a Silvia), a modo de agradecimiento por haber sido tu apoyo y sostén durante el proceso (apoyo de qué, me podés decir?).


- Ahora, si prometen $360 mil pesos, cómo es el tema? Es así: Los ocho infelices te entregan, cada uno, sus $24 mil pesos. De esos ocho amigos a los que les cagaste escalonadamente, al menos, 4 meses de sus vidas, recibís $168mil pesos menos los $24 mil que le das al desgraciado del asesor, menos los $24 mil que pusiste vos (porque se supone que la inversión se recupera), más los $24 mil x 8 desgraciados más que van a meter tus (ya para esta altura ex) amigos en la desesperación por recuperar la guita, con la conciencia totalmente arruinada.
Eso da un total de $144mil en la primera vuelta, y $192mil separados en $24 mil pesos en cada una de las 8 vueltas siguientes. Son $336mil pesos (no $360mil) que no vas a tener en el tiempo que indican al principio (4 meses) sino que los obtenés en cuotas:

                  - $120mil a los 4 meses.
                  - $24 mil a los 4 meses siguientes (x8 desgraciados)
                  - Total de meses sumido en este suplicio (4 + (8x4))= 36 meses. (3 años).
                  - Total de gente necesaria para que uno llegue a su objetivo: muchísima, no saqué la cuenta, pero es una multiplicación exponencial.

Por supuesto que de esto, Silvia, no dijo ni mierda.

La explicación siguió, tan circular como su gráfico, hasta que el mono con platillos adentro de mi cabeza y yo nos hartamos. Y empecé a hacerle preguntas:

- Me decís que esto es una inversión, pero no veo en dónde se invierte el dinero.
- Me dijiste que el dinero trabaja constantemente pero no me dijiste dónde ni a qué tasas.
- Cómo es que me van a devolver el dinero si me quiero ir del proyecto, si es que lo entregué en un sobre de regalo?
- Por qué decís que la vuelta dura 4 meses? Si depende de la gente que consiga cada persona, puede llegar a durar una eternidad. Depende de la voluntad de cada persona.
- Vos te das cuenta que me estás diciendo que esto no es un esquema piramidal, pero lo que me estás mostrando es una pirámide vista de arriba?

Estoy indignada. Pero ya sabía que me iba a indignar.

Para ver el video de toda esta historia, Click aquí.



6.7.20

La heladera de Oscar

Era domingo de Pascua. Habíamos terminado de almorzar y, como era costumbre, mis tíos y mis primas, que vivían en Sunchales y venían a Giles cada Pascua y cada Navidad, preparaban todo para irse.
Con ese ritual de los adultos, empezaba el nuestro: nos escondíamos para conseguir estar un rato más juntas.
Tanto nos amábamos y tanto nos extrañábamos con mis primas, que cuanto más inminente era su partida, más juntas queríamos estar.
Agazapadas, nos regocijábamos en la búsqueda temporalmente vana, y un poco nos cobrábamos el hecho de que creyeran que no éramos lo suficientemente inteligentes como para robarles tiempo.

Ese año teníamos 10 años yo, 8 años Guille y 7 años Pauli. Mi tía estaba embarazada de Gregorio, que no conoció esa costumbre nuestra porque cuando él nació ya no lo hacíamos más.

Los adultos ya sabían todos nuestros escondites: abajo de la mesa del comedor, abajo de la cama de mis abuelos, adentro del placard, en la caja de la camioneta de la F100.
Para este año ya los habíamos agotado todos, lo cual hizo que ese día tuviéramos que innovar y decidiéramos escondernos en una heladera vieja que mis abuelos le habían comprado a Oscar, el vecino de la esquina, con la excusa de que les iba a venir bien para guardar el lechón que compraban para Navidad. Un aparato tremendamente incómodo, grande e innecesario que tenían desenchufado y juntando polvo desde el mismísimo día de la compra, en el garage. Nadie nos iba a encontrar ahí por un rato largo.
La idea había sido mía.

Desde nuestra trinchera, abrazadas como si no hubiera mañana escuchábamos, con una mezcla de adrenalina y deseo de que ese momento durara para siempre cómo las voces de los adultos que nos buscaban sonaban como si se taparan la boca para hablar.
Dieron vuelta la casa, revisitaron en vano los lugares donde ya nos habíamos escondido alguna vez, pero no estábamos.

A mi abuela se le ocurrió decir que posiblemente nos habíamos ido a la calle y que, Dios no quiera, nos hubiera agarrado un auto o nos hubiera llevado algún desgraciado y la Pascua terminara de una manera tan aberrante.
Ni la Pascua ni ningún día, mami, escuché que decía mi mamá.

Pasó un tiempo largo, mucho más que el que solía pasar entre que nos escondíamos y nos encontraban. No sé cúanto. Dejamos de escuchar las voces de los adultos y la adrenalina empezó a mermar. También el aire.
Pauli dijo que le costaba respirar, que quería salir. Decidimos entregarnos y sucumbir ante la idea inevitable de separarnos, otra vez, hasta la próxima fiesta, que sería Navidad, ya con la heladera ocupada por el lechón.
Intentamos salir. 
No pudimos.

Guille empezó a llorar y Pauli, que era asmática, se empezó a poner azul.
Yo me imaginé compartiendo la heladera desenchufada con el cadáver de mi prima menor. En ese momento, me dí cuenta de que mi familia no me iba a perdonar jamás, no solo la muerte de mi prima, que todavía no había ocurrido, sino tampoco haber hecho perder tanto tiempo a mis tíos que al día siguiente tenían que ir a trabajar.

Se me ocurrió llamar a Tof, un perro collie bastante pelotudo que había comprado mi mamá cuando yo nací y que había quedado en la casa de mis abuelos porque nosotros no teníamos patio y el collie ocupaba lo que tres chicos de cinco años. Tal vez el perro podía alertar a nuestra familia e indicarle dónde estábamos, pero no pasó nada.
Gritamos, también, pero nadie vino. No sé, siquiera, si nuestras voces se escuchaban desde afuera de la heladera.

Guille se fue quedando dormida de tanto llorar, Pauli seguía azul, cada vez más, y miraba la puerta de la heladera con los ojos saltados. Yo sentía mucho miedo de lo que pasaría cuando estuviéramos afuera, si era que lográbamos salir, y también me empezaba a quedar dormida, cuando alguien abrió la puerta.

Era Oscar, que tenía más hijos y más nietos que mis abuelos y que, supe tiempo después, les había vendido la heladera a mis abuelos porque sus nietos habían hecho lo mismo que nosotras hacía unos meses pero no les había ido tan bien como a nosotras.

Oscar nos arrancó de adentro de la heladera con la cara desencajada. Cristo santo, fue lo único que dijo el hombre. Nunca nos dirigió la palabra. 
Apareció con nosotras en el frente de la casa, donde estaban reunidos los vecinos de la cuadra y nuestra familia. Dijo que nos había encontrado abajo de unas chapas que tenía mi abuelo en el fondo del patio y donde, casualmente, no se nos había ocurrido jamás escondernos porque nos habían persuadido con el cuento de que había arañas y culebras.

Ahí estábamos, Pauli, volviendo paulatinamente a su color original, a upa de Oscar, y Guille y yo de la mano, frente a todo el barrio y nuestra familia que nos miraba y nos odiaba pero también se alegraba de vernos.

Le apreté fuerte la mano a Guille y miramos a Pauli, que desde lo alto del hombro derecho de Oscar nos miraba con bronca pero con lealtad, y entendimos que si queríamos volver a vernos en Navidad, no podíamos decir nada de lo que había pasado.

Mi tía sacó el ventolín de la cartera y se lo calzó en la jeta a Pauli.

En unos segundos, volvió a ser la misma Pascua de todos los años, pero nosotras habíamos dado el golpe final.

2.7.20

Corazón que no siente, ojos que no ven

Siempre fui reticente a pensar en términos de fronteras y distancias: Lo mismo da estar acá o estar allá, si la gente querida se lleva con uno a todos lados.

También reticente a pensar como la norma indica:
Eso que dicen, por ejemplo, que ojos que no ven corazón que no siente,
yo creo que es al revés: primero el corazón siente y después los ojos ven.

Cuando decidí irme de Argentina,
sentía que mi alma estaba en otro lugar hacía rato y que yo andaba, vacía, por el Microcentro porteño.
No me importaba nada, porque creía que ya no tenía nada que perder.

Ahora siento que mi alma se está mudando a otro lugar:
se me evapora del cuerpo y viaja, como nube, hasta algún lugar del sur.
Y no me importa nada. Otra vez, no tengo nada que perder.
Lo verdadero nunca se pierde.





Bitácora del viaje obligado al Extranjero #28 - La costa

2 de julio. 3 meses y 16 días.

Una tarde en Isla Barú, Colombia, con mi prima Pauli nos calzamos los snorkels y nos fuimos a nadar.
El mar es muy tranquilo en Barú. Demasiado.
A medida que avanzábamos, una a la par de la otra, íbamos señalando seres del agua: estrellas de mar, rayas, peces de colores, plantas.
Nos mirábamos y nos reíamos, todo era una maravilla. Cada tanto nos dábamos vuelta y hacíamos la plancha dándole las panzas al sol.

En un momento todo empezó a ser negro: no veíamos más seres, ni el fondo del mar. El agua empezó a sentirse cada vez más fría a medida que avanzábamos.
Con las miradas decidimos volver hacia dónde se veían el fondo y los seres, pero no encontrábamos el camino. Todo a nuestro alrededor era negro.
Nadando como perritos, levantamos las cabezas y no había costa.

Habíamos perdido la costa.
Perderse en el agua es muy difícil porque no hay referencias que te puedan guiar en el camino de vuelta.

Nunca supe cómo fue que pudimos volver, pero acá estamos, en tierra (a veces no tan) firme.

El primer tiempo que estaba en México, soñé una noche con Barú: toda mi familia estaba en la playa, despidiéndome.

Yo me iba decididamente a nadar.

Ahora, otra vez, no encuentro la costa.


Bitácora del viaje obligado al Extranjero #27 - Perdón, Vicente.

Volver siempre a Sbarra, sí.
Revolcarse en él, con él.
Y si se agota Sbarra, ir por Patty Diphusa.
--------
Uno siempre encuentra una mejor manera de sufrir.

Uno siempre encuentra una mejor manera de sufrir.

Uno siempre encuentra una mejor manera de sufrir.

Uno siempre encuentra una mejor manera de sufrir.

Uno siempre encuentra una mejor manera de sufrir.

Uno siempre encuentra una mejor manera de sufrir.

Uno siempre encuentra una mejor manera de sufrir.

Uno siempre encuentra una mejor manera de sufrir.

Uno siempre encuentra una mejor manera de sufrir.

Uno siempre encuentra una mejor manera de sufrir.

Una más bonita.

Ahora mirála.

--------
Antes pedimos que no se vayan.
A pesar de cualquier cosa.
Ahora pedimos que nos quieran.
Después, ¿Qué pedimos; respeto?
Usá tus heridas para el bien común.
Poné tus heridas al servicio del bien común.
--------
Claqueta final: 2 de julio. 3 meses y 16 días.