23.9.17

Desde la montañita de tosca

Son más de las 5am. No sé qué hora es porque hace rato me quedé sin batería en el celular, pero estoy segura de que son más de las 5.
Espero el 109 en Arévalo y Corrientes, parada en una montañita de tosca que está en la calle. Hace mucho frío y estoy borracha. Tomamos mucho alcohol, comimos poco, y al final nos regalaron una jarra de mojito que no pudimos rechazar.
Evalúo si tomarme un taxi o seguir esperando. Decido esperar. Me gusta ver a la gente en el bondi, me siento acompañada porque aunque no nos dirijamos la palabra, siempre hay algún tipo de comunicación con el cuerpo. Me gusta mirarnos a todos. Pienso en Simmel y en la disgresión sociológica de los sentidos, en todo lo que nos decimos constantemente sin hablar. Esa es la comunicación que me gusta, porque es la primitiva, la instintiva, la que se está perdiendo, la que involucra pasado. Y todo lo que involucre pasado, como el cine, me atrae. Como me atrae el Café San Bernardo con sus señores del billar, con sus casilleros para guardar los tacos, con sus mozos siempre bastante duros, con modales de otra era.
Fumo un pucho que ya casi se termina. Se acercan dos chicas vestidas de negro y me dicen algo. Son mis amigas que volvieron hasta donde estoy porque no se acuerdan dónde dejaron el auto. No las reconocí. Me hablan y las miro, pero no me doy cuenta quiénes son. Y no me acuerdo dónde dejaron el auto.
Estaba pensando en todo ese miedo que tenés. Mirá cuánto pasaré pensando en eso, que ni siquiera pude reconocer a mis amigas mientras me hablaban.
Pienso que el miedo no se puede medir pero sé que vos tenés mucho. Muchísimo miedo.
Y sé que yo también. Que nunca tuve tanto miedo. Pero además de miedo, por suerte, tengo convicciones.
Las chicas se van y me quedo sola dándole vueltas a la montañita de tosca y a ésto.
Cuánto miedo podés llegar a tener?
Termino el pucho y, desde el cordón de la vereda, lo tiro a la montañita de tosca. Desde el cordón salto a la montañita para apagarlo. Pero vos? Vos saltarías a la montañita?
El pucho se apaga y me doy cuenta que los pajaritos se están despertando.
Qué molesto se vuelve el canto de los pájaros cuando no coincide con el deseo propio. Pensar que hace diez años todo mi deseo era dormirme con el canto de los pájaros, que ahora son palomas. Palomas gordas y asquerosas que bañan con su mierda los techos de las casas y los autos, y arruinan todo lo que hay a su alrededor con su caca corrosiva.

Si supieran, tus miedos, todos ellos, cuánto llevo sin dormir tal vez se sosegarían un poco. Tal vez se darían cuenta que no tienen razón de ser.
Tal vez vos te animarías a dejarlos en el cordón de la vereda y saltarías conmigo a la montañita de tosca, donde aprendemos a vivir con ellos sin que nos hagan poner puntos en oraciones donde pueden ir comas.
Veo venir el 109, ramal que va a la dársena de Buquebus. En la calle transversal, el semáforo se pone en verde y pasan camiones de basura. Corta el semáforo.
Hola, seis cincuenta, por favor.

17.9.17

Comeré cebollas

Hoy recibí un mensaje:
¿Creés en el amor a primera vista vos?. Creo que me pasó el viernes. Sigo con ella. Temo que viajes 10.000 kilómetros sólo para matarme.

Bueno, suerte con eso. Fue toda mi respuesta.

Me cambié, armé el mate, compré tres facturas. Tantas como planes tenía. Y me fui a la plaza.
Estaba bien pero no tanto, me pone feliz que la gente encuentre amor en tiempos en los que escasea tanto, pero también se me acababa de romper una ilusión. Así que paré en el kiosco a comprar cigarrillos y, mientras el del kiosco me decía que no tenía mentolados, me dí cuenta de algo:
No tenía ganas de llorar. ¿Por qué no tengo ganas de llorar si acabo de recibir una noticia que a mí, que necesito sentirme querida constantemente, debería afectarme muchísimo?
Me puse a pensar por qué lloramos. Llegué a la conclusión de que el llanto es consecuencia de algo que no tiene solución. La pérdida total, la muerte, la vaciedad de la vida, el fin, son motivos para llorar.
Entonces me dí cuenta que si no tenía necesidad de llorar era porque tengo soluciones al alcance de la mano.
Cuando volví al kiosco, el que atiende insistía con que no tenía mentolados, como si me estuviera diciendo que no insistiera con lo del llanto porque no me iba a salir, porque no era necesario, porque no hay motivos para deshidratarse llorando.
En cambio sí hay motivos para hacerle honor a mi nombre y a la mujer que lo inspiró.
Comeré cebollas el resto de mi vida, si es necesario, pero oliendo a cebollas llegaré a donde me proponga.

Todavía me quedan dos planes, y dos facturas, porque mientras escribo esto, ya comí una. Y la estoy digiriendo, como quien digiere un plan que se rompe, y se nutre de ello.               

12.9.17

Debo ser un pez

Últimamente siento que el mundo está muy falto de amor.

Hoy me pareció encontrarlo caminando por la costanera. El sol me daba de lleno en el cuerpo. Tuve que hacer varias paradas para sacarme algo de ropa. El cartel que ofrece diez megas por cien pesos por mes me pareció lindo, la intermitencia de luz y sombra dándome en la cara mientras avanzaba me pareció tan agradable. Las palomas comiendo migas de pan de sanguchito de bondiola, el brillo del río encandilándome.
Sentí que el amor era eso: los pescadores al sol en la costanera, que me sonreían y me saludaban al pasar por delante suyo.
Me quedé un rato mirando lo que hacían.
Pero qué locura que estos señores encuentren la felicidad donde se cruzan dos vidas y una de ellas termina, ellos son felices ahí, pensé.

Tal vez el amor es eso en realidad, la lucha entre la vida y la muerte, inevitable, para uno de los dos involucrados, siempre para el más débil.
El amor no es para los peces.
Debo ser un pez, o tengo que aprender a pescar.


9.9.17

SANTIAGO

Santiago ya no es sólo un nombre, ni un hombre.
Santiago es todo lo que perdemos cada día porque dejamos ir.
Santiago es agua, el agua de los ríos que convergen en el mar.
Todos los Santiagos, hoy, convergen en él.
Se nos escapa Santiago, como se nos escapó Jorge Julio, Luciano, José Luis, 30.000 y tantos más que se nos escapan todo el tiempo, que ya ni sabemos cuántos son. Porque el agua no se puede contar y Santiago tampoco.
Los desaparecen, y nos desaparecen a los que seguimos acá. Porque con cada Santiago que desaparece, se nos seca más el alma, se nos hace pedacitos que se vuelan, y se achica, se desgasta.
El poder siempre es dolor. Y en la búsqueda de que duela un poco menos, ellos elegían escapar. Elegían. Ya no.
Santiago nunca más va a ser sólo un nombre.

Santiago nunca más.

6.9.17

El caño donde convergen todos los caños de la columna de los G

Se rompió un caño de agua en mi casa. Vivo en un décimo piso, departamento ge de gato y, mal que me pese, los caños del agua de la columna de los departamentos ge, convergen en el mío, el décimo ge.
Los plomeros trabajaron varios días. Primero sacaron el inodoro, después el bidet, después me pidieron que me fuera por unos días de mi casa para que pudieran hacer su trabajo más rápido.
Cuando volví, el inodoro y el bidet estaban en su lugar original, pero había quedado un agujero en la pared. Lo rellenaron de escombros pero no lo revocaron. El gato encontró en esos escombros un divertimento genial. Con la patita derecha sacaba uno por uno los cascotes que los plomeros habían guardado ahí y los abandonada al lado del agujero de la pared, dejando el caño en el que convergen todos los caños, al descubierto. Ahí se terminaba el juego para él.
Fue inútil que todas las mañanas, antes de entrar al baño, yo volviera a poner los cascotes en su lugar. El gato se empeñaba en sacarlos todos durante la noche, y el caño otra vez al aire.

Una noche me soñé chiquitita adentro de ese agujero, tratando de contener los escombros que ni con mi tamaño original y mis manos proporcionales a mi metro sesenta podía. En el sueño me quedaba en ese agujero que se había convertido en un túnel que no llegaba a ningún lugar.

En el paso del sueño a la vigilia, justo antes de levantarme mecánicamente de  la cama a juntar y guardar los escombros en el agujero, como todos los días, decidí que tal vez era mejor que ese caño, donde convergen todos los caños de la columna de los ge, quedara al descubierto.

Junté los cascotes en una bolsa y los llevé al contenedor de la calle.
Allí finalmente fueron escombros.