29.10.09

Ensayo sobre el círculo vicioso

Me prometí no incurrir en un círculo vicioso perpetuando la temática de mis relatos, también prometí no escribir sobre mi problema de no poder dejar de soñar, pero sabía que si no lo hacía caería finalmente en el mismo abismo donde no quiero volver a caer o seguir cayendo: el abismo de soñar despierto.
A veces uno piensa que si cuenta los problemas, éstos se van. Otras veces, que si no los cuenta, se olvidan. Si los cuenta, después se da cuenta de que el problema no era tal. Si no, lo siente el contratiempo más grande del mundo si no la desgracia. Pero bien, andando con cuidado por la curva cerrada de mi círculo vicioso me doy cuenta de que soñar no es un problema y que si no puedo dejar de hacerlo ni escribirlo será porque carezco de creatividad o abuso de ella. Pero eso ya sería otro problema en el que pensar. Por lo pronto, he contado mi problema y he llegado a la conclusión de que no era problema. De modo que ahora mi problema es que no tengo problemas, o que lo he contado y, por ende, lo desperdicié, me lo arranqué y siento culpa.
Por eso, por favor, olvide lo que acaba de leer y volvamos a empezar: Me prometí que no incurriría en un círculo vicioso perpetuando la temática de mis relatos...

7.10.09

De ancianos y gorriones

No recuerdo detalladamente porque con el tiempo se tornó uno más de esos recuerdos que, cuando vuelven, tornasolan el día.
Hoy (vaya uno a saber por qué), no me lo puedo sacar de encima, entonces lo escribo:
Venía yo caminando sola por la calle, con la resolana de un domingo a las dos de la tarde que me recorría nuca y espalda. No veía bien, hacía mucho calor. Las figuras ondeaban pero igual tenía la vista nublada, y los oídos tapados. Entre medio del sopor vi una persona sentada en la entrada de una casa. Como inevitablemente pasaría por ahí, venía preparando mi cabeza para moverla un poco y decir un ''...nas tardes''. Pero cuando pasé la vista se me desvió, como imantada y, sin querer, lo miré a los ojos.
Era un anciano, de esos que ya no tienen edad. Porque perdieron la cuenta u olvidaron si fecha de nacimiento. Estaba tan cansado, el pobre, tan obsoleto que paré y le pregunté si tenía hora, aunque fuera para hablar de algo. Me dijo que no, que a él hacía mucho que hasta los números lo habían olvidado. Esbocé una sonrisa débil (con semejante respuesta fue lo único que pude hacer) y me senté a su lado. Le pregunté qué hacía ahí sentado, con todo el calor, pudiendo estar más fresco adentro.
-Bah, yo no sufro más, nena- me dijo.- Estoy esperando-.
Con esa frase y con los tiempos que corren como corren hoy, se me ocurrió que tendría un ataque de demencia senil o una simple ''perdida'' como suelen tener los abuelos sin fecha.
Pero no. Corroboré lo lúcido que estaba cuando le pregunté a quién o a qué esperaba.
- ¿A vos qué te parece que puede estar esperando un viejo como yo sentado solo?- me respondió.
Bajé la vista y vi (y el viejo también vio) que se me erizaban los pelitos de los brazos.
-¿Sos vos?- me preguntó.
-No, no soy yo-le dije. -¿Cómo sabe que está por venir?- pregunté.
- Ya te vas a dar cuenta- dijo al aire tras un silencio.- Llega un momento en que no sos más que un un gorrión de esos que caen del nido antes de aprender a volar, y vagan invisibles entre humanos, perros y gatos, o bien se quedan quietitos en un lugar hasta que el sol se los lleva consigo, o por alguna razón simplemente desaparecen. Y no es que no tengan ganas de volar. No señor. Es más, muchas veces incluso aletean, como queriendo elevarse. Pero su espina dorsal no soporta tanto peso, aunque sean unos pocos gramos-.
Subí nuevamente la vista. Su espina estaba ya como la del gorrión, desvencijada, como queriendo enrollarse y ser caracol. El anciano me miraba por el par de huecos diminutos que dejaban las arrugas y el pelo largo. Huecos celestes que parecían no tener final. Lo miré un rato y me empezó a parecer transparente.
Al cabo de unos minutos cerró los ojos y mientras pasaba su mano rítmicamente por el trayecto que va desde el muslo a la rótula, dijo -Bueno, ya está-. Y fue desapareciendo entre volutas de humo, al igual que el resto de las cosas del lugar, y luego el lugar. Me miré, pero yo no desaparecía. Quedé flotando unos minutos en una realidad blanca que existía y a la vez no. Después me di cuenta de que mis ojos, que creía abiertos, no estaban abiertos. Los abrí despacio y me encontré sentada al pie del árbol donde había caído un rato antes.