26.4.18

Prólogo de Escuela de Natación, un libro que jamás terminaré

Las ideas que uno no anota cuando surgen y luego se olvida, ¿desaparecen o quedan guardadas en algún lugar que se activa cuando uno tiene experiencias similares a las que despertaron la idea original, como si fuera un útero de ideas?

Lamento que este libro no sea lo que muchos esperan.
He caído en el individualismo posmoderno que nos alienta a mostrarnos, escribirnos y crearnos de todas formas posibles, para sentirnos importantes frente a otros. La verdad es que no sé si hice este libro para mí,  o para sentir que tengo un pequeño momentito de fama.
Lo cierto e inapelable es que es un registro de lo que me fue llevando a elegir vivir una vida distinta, a partir de abril del 2017. Ya cada quién verá qué es este libro.

¿Por qué este título si nunca me gustó la natación?
Los que me conocen saben cuánto odiaba ir a la colonia de vacaciones.
Siempre odié las instituciones educativas. Todas ellas. Digna hija de madre soltera docente, me crié en aulas, en la imposibilidad de acostumbrarme a que mi mamá oliera a perfume en la mañana y que, con el correr de las horas, el perfume se tornara en olor al Colegio Nacional.
El olor del Colegio Nacional, que es donde más trabajaba mi mamá, es un olor muy particular. No sé si es porque lo inauguró Perón o porque limpian los pisos de madera con kerosene, o porque tiene tantos años que la tiza se acumula en las juntas del machimbre y hace alguna reacción química.

Para cuando cumplí cinco años y me tocó empezar la primaria, ya estaba harta de jugar a la maestra.
Y en las vacaciones que eran la transición entre el jardín de infantes y la escuela, había escrito el primer cuento.

Se llamaba ''La Luna y el Pez'', era un libro comprendido por una hoja A4 doblada a la mitad y, como éste, las ilustraciones también las había hecho yo.
Todo sucedía entre el aire y el agua. Nadie tocaba la tierra: la Luna se enamoraba del Pez, y el Pez le correspondía. A pesar de estar enamorados, nada indicaba que la Luna se mudaba al agua, ni que el Pez se mudaba al cielo. Sin embargo, se encontraban todas las noches, ella reflejada en el agua.
Por alguna extraña razón que desconozco, desde los cinco años, ya me pasaba esto de pensar/sentir que la noche es condición necesaria para el amor.
Y que el agua tiene algo que ver con esto de estar enamorado.

Cuando me vine a vivir a México sentí que nadaba por primera vez.
Vine en octubre del 2017, a darme cuenta de que mi alma había nacido acá y mi cuerpo en otro país.
En noviembre, respetando las raíces de mi alma, volví definitivamente.
En ese momento fue que empecé a creer que hay veces que las decisiones están tomadas antes de ser tomadas. Es por eso que este libro se compone de textos que escribí desde abril del 2017 hasta hoy.

Reviví los sueños en los que, hasta el momento creía, volaba.
Me di cuenta de que en esos sueños no volaba, sino que nadaba en el aire.
Aquí me sentí, qué cliché, como pez en el agua.
Pero no en agua de pecera. Pez en aguas abiertas: Me muevo fluido, encuentro peligro, aprendo a defenderme, hay muchos colores.

Lo que me gusta de nadar, ahora que nadie me obliga, es que uno está como inmerso en la inocencia. En el agua me siento inocente, como Alicia en el País de las Maravillas. Todo es nuevo, todo es lento.
Estoy sola, escuchando y viendo distinto. El tiempo transcurre de otra manera.
La gran masa de agua densa disminuye la velocidad de mi ser como disminuye la velocidad con la que la atraviesan los rayos de luz. Ahí adentro del agua, el tiempo es otro y, como si fuera una astronauta, cuando vuelvo a la tierra firme, han pasado mil cosas.

Hace un tiempo leí que últimamente la gente vive ''para afuera'', que antes vivía más ''para adentro''. No me acuerdo qué era lo que leí, si un artículo periodístico o qué, pero en líneas generales, lo que planteaba ese texto era que de tanto mirar pantallas y las vidas de otras personas en redes sociales, cada vez nos pensamos menos a nosotros mismos y prestamos más atención a lo que sucede por fuera de nuestros límites.
Me encontré trabajando muchas horas, y por ende, la mayor parte de mi vida empezó a transcurrir mirando pantallas.
Me encontré yendo a reuniones que requerían largos trayectos en transportes, y esos momentos fueron en los que me encontré, también, con la posibilidad de no mirar pantallas por un rato.
En esos momentos me asaltaron los pensamientos sobre mí, sobre lo que me estaba pasando, sobre lo que me había pasado hace dos, tres, cinco, diecisiete años. En esos momentos fue que se hizo inevitable pensarme.

Mucho tiempo no pude, al día en que escribo esto aún no lo logro, llorar. Sin embargo en Ciudad de México llueve de abril a septiembre, y encuentro en eso un aliciente para mi sequedad ocular.
A pesar de que llueve tantos meses seguidos todos los días a la misma hora, la gente se sorprende con la lluvia. Como si todos los días fuera la primera vez. Y jamás están prevenidos.

En esta ciudad las escaleras son muy largas y empinadas, con lo cual el camino es lento. Me lleva mucho tiempo subir las escaleras del metro, pero eso me da tiempo para preguntarme si realmente lo contrario a subir será bajar, o si también podrá ser quedarse parado siempre en el mismo lugar.




19.4.18

Las cosas que me despiertan

Cosas que me despiertan cuando tengo mucho sueño: el sol como un globo rojo amaneciendo por la montaña.
Al pasar de Ciudad de México al Estado, las palabras se escriben solas. Las normas que ya son flexibles en la ciudad, acá son de gelatina.
El paisaje es tan parecido al de Las Ovejas, que me alarma. Pero luego recuerdo que estamos sobre una pelota y que es probable que si camino demasiado, termine llegando a Las Ovejas por el norte.

Me llama la atención que me llame la atención el paisaje de montañas. A fin de cuentas lo que es más extraño aquí, es la llanura.

Viví toda la vida en la excepción.
En Las Ovejas me decían que el lugar se parecía a Irán.
México se parece a las ovejas.
No conozco Irán, pero de ser cierto, entonces creo que el mundo en general se parece bastante.

Las ideas que uno no anota cuando surgen y luego se olvida, desaparecen o quedan guardadas en algún lugar que se activa cuando uno tiene experiencias similares a las que despertaron la idea original?

9.4.18

Desde la taquería

Escribí el primer cuento cuando tenía cinco años.
Sucedía de noche. La historia giraba en torno a que la luna se enamoraba de un pez negro y dorado que veía en el agua. El enamoramiento era recíproco, por supuesto.
No existe la no correspondencia en mi mente de cinco años.

Mi mamá se emocionó tanto que lo publicó en el periódico local y todavía tiene el recorte de la publicación. También tiene el original escrito e ilustrado por mis manitos de cinco años.
Mi mamá se enteró que Fede, mi amiguito vip de ese momento, también había escrito cuentos. Uno de ellos era ''Maria del Carmen y la basurita''. No me acuerdo el nombre del otro.
Ambas madres, ambas María del Carmen, se pusieron de acuerdo y armaron una especie de taller literario virtual con nosotros dos y nos hicieron intercambiar los cuentos.
María del Carmen y la basurita me sorprendió gratamente, pero también me dio un poco de envidia porque era mucho más largo que el mío, y tenía una estructura mucho más compleja.
No sé si Fede leyó alguna vez mi cuento sobre la luna.
Fede ahora es Ingeniero Químico y tiene un hijo.
Yo estoy en la taquería, escribiendo lo primero que me viene a la mente.

Ahora es ''la'' taquería. Hasta hace unas semanas era ''una'' taquería. Pero está en la esquina de casa, y a algo hay que arraigarse, viejo.

Mientras degluto el cuarto taco de gringa y el cuarto vaso de birra, miro entrar y salir a la gente, y les guiño el ojo (porque tengo la boca llena todo el tiempo) a quienes me dicen que tenga buen provecho. Frase que aborrezco.
A pesar de que las taquerías acá en México son el equivalente en volumen de consumo a las pizzerías en Argentina, los mozos de las taquerías no están tan duros como los de Güerrin.

Estaría bueno un comercial de Güerrin que fuera un contest entre familiares, amigos, novios, etc, sobre si se dice ''Guerrin'' o ''Güerrin''.

Güerrin no necesita comerciales.

La gente llega a este lugar y se da cuenta que tiene que esperar un rato largo para poder sentarse. El lugar está lleno. Y yo me siento muy poderosa en esta trinchera que armé con mi mesa, los cuatro tacos y los cuatro vasos de birra.
La barra está vacía. Hay una pareja.
Creo que el nivel de interés en las parejas se mide en si al entrar a un lugar con opción entre barra y mesa, eligen la barra.
La barra es para gente que se quiere ir rápido. ¿Qué les pasa? ¿No quieren conversar?
Capaz soy demasiado tana.
Capaz estoy demasiado en pedo.
Capaz que veinte años después aún no supero a ''María del Carmen y la basurita''.



5.4.18

Sueño difícil

Sueño difícil.
Despierta y dormida.
Mi sueño se sitúa en el horizonte, y se aleja a medida que avanzo hacia él.
En el camino veo atardeceres, amaneceres, plantas y animales.
Nado, camino, trepo pero parece no llegar nunca el momento de encontrarnos, mi sueño y yo.
Mis amigos cada vez más lejos. Me cuesta llorar, no lo logro.
Ni despierta ni dormida.
Necesito instrucciones para todo, sobre todo para llorar.
Como caminando en una calle oscura de cualquier lugar.
Como en el mar.
Estoy atenta a lo desconocido, alerta. Porque sé que lo desconocido me sigue y me espera unos metros más allá.
Siempre sueño difícil.
En el camino reconozco a mis maestros: grandes personas de todo tipo y profesión, con rasgos desdibujados por el paso del tiempo en mi memoria. Me han enseñado desde trigonometría y reacciones de óxido reducción hasta lo que vale mi vida y la de cualquiera.
Todas personas cuya existencia, a las siete de la mañana de un miércoles, me ha roto infinitamente los ovarios adolescentes, pero que hoy recuerdo en una memoria actualizada y agradecida.

La universidad no me ha servido de nada. En cambio, el verdadero aprendizaje, que es el de sobrellevar lo que venga en la vida por el sueño que cada uno tenga, me lo dan a diario y de igual manera personas letradas y no.
No es fácil soñar grande, pero tampoco es evitable cuando uno se deja llevar por (no encuentro la palabra, no sé si existe. Qué? La vocación?).
El amor debe ser algo muy parecido.

Mis maestros, todos ellos, son gente que va enseñando por la vida sin esperar resultados ni reclamar agradecimiento a cambio.
Supongo que están seguros de su poder infinito y residual.

Gracias por todo, sobre todo a Deleuze y a mi vieja.

A veces se abraza con palabras

Hoy me llamó Mari.
Me contó que había soñado que yo aparecía en Buenos Aires, en Growlers, la cervecería que nos junta siempre, IPAs de por medio. Yo tenía la mochila aún colgada, estaba recién llegada.
De lejos Mari veía que yo estaba pidiendo un papel para anotar algo.
Mari se acercaba y quería abrazarme pero yo le decía que no podía abrazarla hasta escribir lo que tenía en mente.
Finalmente alguien me daba un papel, lo escribía, y nos abrazábamos.
Seguro ese abrazo duraba una eternidad.

Fue el sueño más lindo que me han contado.