28.4.20

Bitácora del viaje obligado al extranjero #13 - Un producto de Sprayette.

Día 43.
Hoy me asomé por la ventana.
Eran las 4 de la tarde. A pesar de que es primavera, yo tenía frío.
Había una tranquilidad tan pasmosa que la poca gente que pasaba, parecía que flotaba.

Este año parece un producto de Sprayette, pensé.

Será esto la muerte? Un montón de tiempo que pasa lento y lejos de la gente que uno ama?
Será que a la muerte se la vence con recuerdos?
Este año es un examen, pienso.

Lloro.
Pero no mucho.

Eso también es la muerte.


23.4.20

Bitácora del viaje obligado al extranjero #12 - La Puerta de Brandenburgo.

Hoy es el día número 39 de confinamiento.
Pasaron 12 días desde la última vez que escribí algo de manera ordenada.
Y 2 días desde que empecé a escribir esto.
Generalmente me empacho.
Me excedo en algo y me doy cuenta tarde.
Siempre mi límite es el fin.
No sé retirarme a tiempo.

Estos días de silencio de escritura, me dediqué al home office, la tristeza, y las series.
En ese lapso me encontré con Unorthodox.
Como casi todo lo que me recomiendan, al principio no me gustó.
Al final, en un intento de pensar en algo que no fuera la pandemia y el fin del mundo, la terminé de un saque.
Entonces todo el tiempo que le dedicaba a la pandemia y los pensamientos apocalípticos, ahora fue usado en pensar en la Puerta de Brandenburgo.

En la anteúltima escena de Unorthodox, luego de que Esty se despide de Yanky para siempre, ella camina por la calle y atraviesa la Plaza de París mientras la cámara la acompaña.
Vemos la Puerta de Brandenburgo, la vemos a Esty, vemos la Puerta más cerca, vemos la cara de Esty mirando hacia la parte superior de la Puerta con una leve sonrisa.
Esty, seguida por el steadycam, atraviesa la Puerta, las columnas, y la cámara se queda encuadrando la espalda de Esty desde la puerta, mientras ella se aleja.

Veía esa escena y me parecía que necesitaba dedicarle tiempo para entender todo lo que pasaba ahí. Así que la vi varias veces más, y busqué información y, además de que me dieron muchas ganas de conocer Berlín, llegué a una conclusión.
La puerta de Brandenburgo tuvo múltiples significados a lo largo de la historia:
Se inauguró poco tiempo antes del estallido de la Revolución Francesa, lo cual significó el fin del mundo moderno y la necesidad de un mundo distinto: el contemporáneo.
En la parte de arriba de la Puerta, unos años más tarde, pusieron a Nike, la diosa griega de la Victoria.
Pasaron varias cosas entre aquella época y el día en que Esty atravesó esa puerta, pero muy poca gente. Solo la realeza podía atravesarla.

Entre las cosas, personas y sucesos que pasaron desde ese entonces hasta ahora, están:
-Las tropas de Napoleón, que robaron la estructura de cobre de arriba como trofeo de guerra.
-La devolución, restauración y customización de la figura de cobre: le agregaron una cruz de hierro en honor a los soldados que lucharon en la Guerra de la Independencia y, por ende,
-la añadidura de una capa de sentido al monumento: La Puerta también simboliza, ahora, la llegada de las nuevas ideas, y se convierte en un lugar de celebración patriótica.
-Las tropas alemanas partiendo hacia la Primera Guerra.
-Hitler y el desfile de antorchas con sus cuadrillas de la SA y la SS.
En todos los casos la Puerta simboliza puntos de inflexión en la historia.

Luego de la Segunda Guerra la Puerta se vio bastante deteriorada, y la Alemania dividida logró llegar al acuerdo de reconstruirla, pero durante los años 60, quedó en la franja de la Muerte del Muro de Berlín, con lo cual su identidad volvió a modificarse siendo, entonces, un símbolo de la división alemana durante la Guerra Fría.
Años más tarde, cuando el muro fue derribado, la Puerta actualizó nuevamente su sentido: ahora es el símbolo de la reunificación y del mundo globalizado en el que vivimos hoy.

Desde que Esty sale del hotel donde está Yanky, la cámara la sigue como si fuera su familia, su suegra, su marido, los mandatos de la comunidad. Pero cuando atraviesa la Puerta, la cámara deja de seguirla. Ella sigue caminando sola, por su cuenta. La cámara entiende que Esty abrazó todo el simbolismo con el que carga esa Puerta: las nuevas ideas, la independencia, la celebración patriótica* y la reunificación.
La Puerta de Brandenburgo de Esty es el fin de la lucha entre sus raíces y el mundo actual. El fin de las verdades excluyentes.



*El significado de ''Patria'' en el diccionario, es este: 
  1. 1.
    País o lugar en el que se ha nacido o al que se pertenece por vínculos históricos o jurídicos.




  2. 2Lugar o comunidad con la que una persona se siente vinculada o identificada por razones afectivas.


Si entendemos ''celebración patriótica'' como la celebración de aquello a lo que uno siente pertenencia, con lo que siente identificación, para Esty la Puerta también es un lugar de celebración patriótica, en el sentido de que es el lugar a donde puede ser ella misma.







9.4.20

Bitácora del viaje obligado al extranjero #10

Día 25. Se largó a llover.

Se mueren los viejos,
y los viejos paradigmas se caen.

Estamos huérfanos y recién paridos.
El padre violento y alcohólico, 
adicto a los psicofármacos,
al que siempre hicimos caso sin chistar, entró en coma.
No habla, no contesta el teléfono.

Ahora tener un pasaporte argentino vale más que tener uno europeo,
dice una amiga que logró no sin mucha dificultad, volverse de España.

Con la visa gringa me voy a prender un pucho en un rato,
mientras me baje la última mitad de la botella de whisky, 
y llore y patalee, 
y me dé cuenta de que extraño mas de lo que creía posible extrañar.
Mientras un pibe nazca en cuarentena
Y un viejo muera lejos de su familia
Y lo lloremos por Skype.
Y lo cremen para que no sea tóxico.
Y nos dé miedo ver fotos viejas, porque no sabemos qué nos va a pasar cuando veamos vivos a los muertos.

Cuánto puede llegar a doler el dolor.
Y yo sin rivotril, 
sin abrazos, 
sin otros pares de ojos a dónde guarecerme de los escombros que caen como mierda seca.

Ahora me doy cuenta:
no es que yo no te quería,
es que no tenía tiempo.

8.4.20

Bitácora del viaje obligado al extranjero #11

Sigue siendo el día 24.
Se pueden escribir dos bitácoras de un mismo día?

Subí a la terraza a tomar sol.
Hoy hay mucha contaminación, y siguen pasando aviones.
No llego a ver las montañas ni los edificios más cercanos.
Me recuesto sobre una manta de polar.
No es lo mejor para echarse a tomar sol, pero es lo que tengo.
Miro al cielo y veo cómo se mueven las nubes. Hoy sí va a llover.
Me quedo una hora en savasana, la postura del muerto, mirando el cielo.
Siento que las gotas de transpiración bajan desde las axilas por la parte interna de los brazos y se caen hacia atrás.

Y si nunca más veo a mi familia?
Y si no me puedo despedir?
Y si nos morimos todos? Escalonadamente y más o menos cercanos en el tiempo?

Al rato vuelvo a casa.
Siento que estoy en un hotel de playa en la Italia de la posguerra.
Adentro está todo bien, afuera está todo mal.
Me traslado por el edificio en short y ojotas, con la manta enrollada abajo de un brazo, y en la otra mano, el celular, las llaves, el alcohol en gel.
Entro a casa, y el sonido no hace más que darme la razón.
El silencio es interrumpido cíclicamente por el ruido que hace la heladera.
La luz empieza a bajar por la ventana, los muebles y las cosas se ven de otro color.
Y tengo ganas de salir a caminar por una peatonal con palmeras en el medio.

Bitácora del viaje obligado al extranjero #9

Día 24 de cuarentena.
Google Calendar me avisa que hoy son las Pascuas judías.

''No sabía que los judíos tenían Pascuas'', le escribo a Nati, mi amiga judía, ''no termino de entender si creen o no creen que Jesús haya existido con todos sus atributos sobrenaturales que lo hicieron capaz de hacer caminar a un paralítico y multiplicar peces, o si creen que fue un loco y nada más.''
Nati me responde que Jesús no es una figura querida en la historia del pueblo judío, que es una figura más.
Me cuenta que hoy empieza Pesaj y que no se ocupó de conseguir ninguna comida acorde a la fecha. Que va a ver si consigue una harina especial en el supermercado pero no lo cree posible.
Le pregunto qué se come en estas fechas, y me recuerda que el año pasado me dió unas galletitas que se llaman macarundlaj.
Esa noche Alejo y yo nos íbamos a Xilitla y Nati nos había hecho una viandita de Pesaj para comer en el colectivo.
''Tenés razón, ya me acordé todo'', le digo. Supongo que cuando elegí olvidarme de Alejo, también se fueron las macarundlaj.

Esta mañana me desperté con el ruido de la campana del camión de la basura, a las 7.30 am.
Hace una semana tengo la bolsa de basura lista para sacar pero no lo hago.
Atino a levantarme con decisión. Miro al gato que duerme rechoncho al lado mío.
Abre medio ojo y me mira.
Entiendo que me está invitando a reconsiderar la idea de levantarme de la cama.

Pienso que debería sacar la bolsa de basura que ya está largando olor, y los reciclables, que son muchos.
16 botellas de vino vacías, las conté anoche, más latas y botellas de birra, y algunos envases de Tetrapack.
Pienso en que voy a tener que hacer como cuatro viajes desde casa hasta el camión de la basura, y cruzar la Avenida Medellín siempre es complicado. Los autos no paran.

Le acaricio la panza. El gato se estira de placer, y para que lo acaricie más.
Qué loco poder acariciarle todo el cuerpito de una sola pasada, pienso.

Me pongo boca arriba, miro el techo intentando recordar lo que estaba soñando:
Pablo, mi antiguo profesor de teatro, estaba dando clases en el otro cuarto. 
Pero Pablo no venía nunca, y los alumnos querían ahuevo hacer sus interpretaciones, así que varias veces me clavaba yo, viendo escenas de infidelidad y griterío.

En una esquina del living había un pequeño televisor de tubo, colgado, con la saturación al máximo, al cual yo miraba todo el tiempo, y donde todo el tiempo pasaban la versión colombiana de Betty La Fea.

Me despierto otra vez. El camión de la basura ya se fue, intuyo. Son casi las nueve de la mañana.
El gato me mira otra vez con medio ojo. Sabe que en cuestiones de dormidera soy fácil de convencer. Pero esta vez me levanto. 
El camión ya se fue.
Mientras armo el mate, escucho un audio de Tati que me cuenta que fue a hacer el psicotécnico para hacer las guardias sanitarias en Buenos Aires. Tati es médica.
Dice que le sacaron sangre, le hicieron mear en un tubo de ensayo y le pidieron que dibujara un hombre bajo la lluvia. Que siguió las indicaciones que le habíamos dado: hacerlo parado en piso firme, hacerle un paraguas que lo cubriera bien, dibujar el horizonte. Dice que, por las dudas, también le hizo un piloto.

Extraño un poco Argentina, la picardía, la maldad, extraño los chistes que antes me molestaban. El calor húmedo, sofocante, el frío húmedo, ensañado con mis nudillos, siempre lastimados en invierno.

Extraño el hastío de las harinas y la carne asada, la carne al horno, la carne hecha milanesas, la carne hecha empanadas, las  vísceras de animales a la parrilla y con ensalada.
Los helados, cómo extraño los helados.

Tendría que haberme comprado la cámara analógica aquel sábado, ahora estaría sacando fotos en vez de pensar en Argentina.

Tengo tantas cosas de las que arrepentirme, que no sé si me va a alcanzar la cuarentena para todas.

Le cuento a Tati que ayer volviendo del supermercado creí que quería volver a Argentina, que a veces no soporto tanta negligencia junta en este país y me dan ganas de salir corriendo.
Tati me responde con el pragmatismo de un médico, ‘’pero eso también te pasaba acá’’.
''Si, es cierto'', le digo.

Me llegan mails, los mismos remitentes todos los días:
Proveedores que quieren mantener el contacto, que mandan desesperados videos de gente haciendo cosas graciosas, que mandan información sobre cómo pasarla mejor en este contexto. Como queriendo hacer creer a quien los lee que ellos, a diferencia del resto del mundo, no la están pasando como el culo.

Uno de esos mails tiene faltas de ortografía, le faltan tildes. 
Esto es como que te atropellen y te dejen tirado en la banquina, digo en voz alta.
Lo elimino.

La heladera corta, el silencio es precioso.
Pienso que morirse debe ser como cuando corta la heladera.
De pronto el ruido cesa y todo es alivio.

7.4.20

Bitácora del viaje obligado al extranjero #8

Hoy es mi día número 21 de confinamiento voluntario.
Tengo sueño.
Anoche no pude dormir.
En el sopor que me provocaban la oscuridad y el calor, escribí esto en el celular:

''Tengo alergia, calor e insomnio.
Doy vueltas como un pollo rostizado en la cama, buscando las partes frías de la sábana.
Mi confianza fluctúa.
De a ratos sé que el sueño va a llegar.
De a ratos me desespero.
Ya me sentí así antes, pienso.
Es lo mismo que sentí aquel domingo que volví de Córdoba en avión.''

Había sacado pasajes para visitar una semana a mis primas en Córdoba. Me había confundido las fechas y había sacado el pasaje de vuelta para el domingo de las elecciones.

Durante esa semana, una noche en una cena, conocí a Matías, el hermano de la mejor amiga de mi prima Guille.
Yo me hacía la graciosa adelante de toda esa gente que no conocía. Matías preguntó en voz bastante alta ''y esta chica quién es?''
Es mi prima de Buenos Aires, dijo Guille.
Al día siguiente conseguí el teléfono de Matías.
Yo tenía novio y Matías tenía novia.
Pero también teníamos ganas de ser infieles.

Mis primas se fueron a Santa Fé el sábado para votar al día siguiente.
Yo fui a todos los museos que pude y, a la tardecita, me fui con la valija al departamento de Matías a hacer tiempo hasta que saliera mi avión a las 4 de la mañana.
Llovía a cántaros y no teníamos sacacorchos.
Recorrimos todos los kioscos y almacenes cercanos buscando uno sin éxito.
Al final cortamos el corcho con un cuchillo y lo empujamos para adentro de la botella.
Comimos empanadas de carne que había hecho Matías y miramos televisión.
Entre una cosa y la otra, se hicieron las 3 de la mañana.
Me bañé, me cambié y me fui en remis al aeropuerto.
El cielo estaba cubierto y caían rayos atrás de las montañas.

El avión estaba casi vacío, éramos tres personas.
Yo tenía mucho sueño, tanto o más que el que tengo hoy, y sólo pensaba en tomar un café y llegar a mi pueblo con tiempo para poder votar.
Al lado mío había un asiento vacío y luego una señora. Era su primer viaje en avión.

Cuando despegamos estaba lloviendo. Supuse que arriba el panorama iba a ser otro, pero las cosas se complicaron muchísimo.
Empezaron a caer rayos, el cielo estaba totalmente negro. El avión se movía como en caída libre y remontaba.
Alguien por el altavoz avisó que el servicio de cafetería estaba suspendido debido a las condiciones del vuelo.
Las azafatas caminaban por el pasillo del avión agarrándose de los asientos para sostenerse.
Estaban pálidas.
Yo miraba por la ventanilla y lloraba en silencio.
Me parecía patético morirme en un vuelo de cabotaje.
Pero también lo aceptaba, porque estaba segura de que esto era un castigo divino.
Había escupido para arriba, mi escupitajo había mojado a Dios.
Con la certeza de que no iba a contar esta historia, le pedí por favor a Dios Padre que pasara una de estas dos cosas:
El deceso o llegar.
Entonces empecé a creer que el purgatorio era un camino por el aire que costaba entre 2,500 y 3mil pesos, y que duraba una hora y diecinueve minutos.

Finalmente aterrizamos. Eran las 5 de la mañana.
Como si hubiera salido de un trip de ácido malo, me lavé la cara en el baño del aeropuerto y emprendí el camino hacia el cuarto oscuro.
Ese día voté a Scioli y ganó Macri.

Las sucesivas crisis, el cigarrillo, comer mal y dormir peor, han hecho que extrañe las caras que tenemos en las fotos de hace cinco años.

El tiempo ha hecho mella en nuestras pieles, y ahora somos adultos que envejecen en la fila del banco, esperando para pagar el timbrado de la visa para irse a la mierda.

5.4.20

Bitácora del viaje obligado al extranjero #7

Ayer fue mi día número 19 de cuarentena.
Antes de dormirme, escribí esto en el bloc de notas del celular.

Qué bronca.
Todos los hombres que me gustan ya tienen novias.
Ellas tienen nombres mapuches o nombres de marcas de yerba.
Son todos tan originales.
Ellos y los nombres de sus novias son tan originales.
Ellos son tan originales con esas novias con nombres originales.
Ellos fuman tabaco armado.
"De liar", le dicen, porque, indefectiblemente, todos los hombres que me gustan nacieron o pasaron una temporada en España, y de ahí les quedó la costumbre de decir "tabaco de liar".
Algunos también dicen "vale" y "a tomar por culo".
Yo no sé si tendré que ir a pasarme una temporada a España para volver siendo original y conseguir un novio original.
O si ya estaré destinada a la soltería, o a casarme con un empleado bancario por no tener un nombre mapuche.

4.4.20

Bitácora del viaje obligado al extranjero #6

Hoy es mi día 18 de cuarentena. Hablé por teléfono con mi mamá, yo desayunaba y ella almorzaba. En esta época del año aún tenemos tres horas de diferencia. Que estaba almorzando una ensalada de pasta corta, me dijo. Y me mandó una foto por whatsapp.

Desde que mi mamá frecuenta un restaurant medio cheto de Villa Crespo,
les dice ''pasta corta'' a los fideos tirabuzón, y a toda pasta que sea más corta que un tallarín.
A las vecinas del pueblo se les prende fuego el ojete cuando mi vieja les cuenta que hace ensalada con ''pasta corta’'.
Ay bueno, vos porque podés, le dicen, sin pensar demasiado que en realidad son fideos y los fideos suelen ser bastante baratos.
Lo cierto es que mi vieja no lo hace por alardear, sino porque cree que así se le debe decir a los fideos, pasta corta.
En general ella cree que cuanto más preciso pueda uno ser con el lenguaje, es un deber cívico, moral y hasta con uno mismo, serlo.
Bueno, mi vieja es profesora de Literatura.

Esa insistencia por la perfección se traspola a todos los aspectos de la vida, y eso se vió reflejado en mí desde el momento mismo en que fue posible.

Cuando yo todavía era bebé, mi mamá compró una filmadora JVC, debe haber sido en el '94, porque recuerdo que tenía el logo del mundial de Estados Unidos a un costado.
Con esa filmadora grabó absolutamente TODOS los eventos que consideró importantes en mi vida hasta que se dio cuenta de que había visto toda la vida de su única hija a través de un visor super incómodo en blanco y negro, y decidió empezar a verlos sin intermediarios. También pasó que se perdió la batería de la filmadora y comprar otra batería costaba un dineral, circa 2001.
Desde el '94 hasta el 2000, aproximadamente, mi mamá grabó cumpleaños, fiestitas del jardín, del colegio, conversaciones con mis amiguitos cuando venían a jugar a casa, cuando jugaba con Ale, la chica que me cuidaba, todo lo que podía, mi madre lo filmaba. Era como una secta unipersonal a la que se había unido, y que consistía en filmar todo lo que pudiera. 
Yo ya estaba tan acostumbrada a que todo en mi vida fuera documentado, que no veía la cámara ni la veía a ella.
Para mí era normal que hubiera una repisa entera de la casa llena de cassettes con imágenes mías haciendo esto o aquello.

En esta fiebre de documentar a su hija, mi mamá grabó un video, uno de los primeros, que es de mi primer día de jardín.
Yo todavía tenía dos años.
Ese día estaba lloviendo. Yo salí al patio con mis zapatitos nuevos, impecables, y se me mojaron.
El agua hizo que el cuero de los zapatos, que eran azules, se viera más oscuro.
En ese video, le estoy diciendo a mi mamá que no voy a poder ir al jardín porque los zapatos están mojados.

Por supuesto que no sirvió de nada. La voz en off de mi madre le dice a esa nena con cara de preocupación, que no se preocupe, que los zapatos se secan y que hay que ir al jardín sí o sí.
Debería haber entendido en ese momento que nunca iba a poder lucrar con la obsesión de mi madre por la perfección, pero la verdad es que con los años me fue muy útil esa costumbre que ella se empeña en llamar ‘’disciplina’'.

Unos años más tarde, cuando tuve el pelo lo suficientemente largo,
me hacía dos colitas, altas, BIEN tirantes,
después me trenzaba ese pelo que quedaba en las colitas
y me ponía dos gomitas más, una en cada punta.
Pero la cosa no terminaba ahí.
Mi vieja me hacía moños con cintas en los extremos de las trenzas.
Dependiendo el día, el humor, y el tiempo que tenía, podía ser que me pusiera moños en el comienzo de las trenzas
o el final, o en ambos.
Esas cintas, por supuesto, eran previamente planchadas y recortadas para que fueran del mismo tamaño.
Y, claro, elegidas con minuciosidad absoluta, en combinación con el resto de mi ropa, que nunca se veía por debajo del guardapolvo porque lo que correspondía era que se vieran, de abajo para arriba, en este orden: guillerminas, medias (a tono con los moños, generalmente blancos o azules), piernitas, guardapolvo.

Yo tenía ocho años y, para colmo de males, tenía el pelo larguísimo y con rulos.
Quien ha nacido en la provincia de Buenos Aires sabe lo que significa tener rulos en esa zona geográfica.
Por eso, en una época en la que teníamos un poco de cintura económica, previo al 2001, mi vieja también me ponía gel efecto mojado de L’oreal, que era un pote blanco con un cuadradillos de color amarillo, rojo y azul, para que no se me salieran los pelitos más cortitos de las trenzas. El gel me dejaba el pelo duro y brillante.
A mí me daba una vergüenza terrible.
Si bien mis compañeritos todavía eran medio pelotudos y jugaban con autitos de masilla, yo ya dedicaba los recreos a mirar a chicos más grandes.
Ese gel era para mí un pasaje directo a la virginidad, aunque no sabía todavía lo que era la virginidad.

El cambio vino con la crisis del 2001. Nos había hecho mierda económica y emocionalmente.
Había un quilombo atrás del otro. Cuando teníamos plata para comprar carne picada, no nos alcanzaba para el pan. Cuando había para la leche, no había para pagar la cuota de la cooperadora del colegio. Entre medio de todo eso, tuve anemia y un principio de psoriasis que pudimos controlar a tiempo.
Luego el gato tuvo pulgas. Eso sí no lo pudimos controlar a tiempo y una tarde tuvimos que tirar Gamexane e irnos a la casa de mis abuelos todo el fin de semana.

En ese trajín, mi mamá se olvidó por completo de la filmadora.
Yo la venía mirando con cariño hacía tiempo, estaba en un cajón de la cómoda del cuarto de mi mamá, pero como mi vieja, tal vez por falta de tiempo, tal vez por falta de interés, siempre me decía que era muy difícil usarla sin el pituto que le faltaba, yo venía postergando mi curiosidad.
Un sábado jodí tanto que sacó la filmadora del cajón, me enseñó cómo se usaba y me dijo que sólo se podía usar enchufada.
Me dio un casette de los últimos que había filmado, que ya no le interesaban demasiado y me dijo que podía regrabarlo arriba de ese.

Para ese entonces ya tenía nueve o diez años y hacíamos pijama parties todos los fines de semana. Nos juntábamos a comer pizza en la casa de alguna de las chicas, y nos disfrazábamos.
Escuchábamos La Bersuit pero hacíamos coreos de Britney, y cuando los padres de la anfitriona se dormían, agarrábamos la guía de teléfono y llamábamos a la casa de los chicos que nos gustaban para hacer chistes anónimos.
Ese mismo sábado aparecí en la casa de Mari con la filmadora. 
Mi dios. 
Inmediatamente todas entendimos que había que sacarle jugo a ese aparato. Nos pusimos los disfraces, que iban de casa en casa en dos bolsas de plástico, y armamos un melodrama mexicano.
Rochi, que se había puesto un pantalón de cuero negro, que era de Mabel, la mamá de Fer, enseguida agarró una piña de plástico de un centro de mesa y se la puso de bulto. Se había convertido en el galán semental de la novela. 
Yamila, a quien Rochi, en su personaje de galán, se refería como ‘’La Chamaca’', se puso una pelota de ropa como si fuera una panza de embarazada, y un delantal de cocina. Ella era la mucama embarazada ilegítimamente por el galán del bulto de piña, condenada a sufrir y, seguramente, a perder el bebé al caerse de una escalera. 
Fer manoteó unos anteojos de sol y algo negro e inmediatamente se convirtió en ‘’La Viuda’’, un personaje siempre necesario. Mari agarró una cartera con brillos y fue ‘’La Legítima esposa del Galán’’, el resto, éramos como 12 pibitas en total, fue ocupando roles menores. Y yo me quedé con la filmadora.

Ese día no podía imaginarme que veinte años después, habría estudiado cine, y que la vida, y la curiosidad por el melodrama, me encontrarían viviendo en México. No tenía ni puta idea de que había algo que yo tenía que hacer del otro lado de la cámara, y que mi mamá me lo estaba enseñando desde 1994.

2.4.20

Bitácora del viaje obligado al extranjero #5

Hoy es mi día número 17 de cuarentena.

Estuve todo el día escuchando cuentos de Casciari mientras editaba presentaciones en Keynote.
Escuché todos los cuentos que encontré en internet.
A este flagelo nos enfrentamos los humanos hoy en día, a tener acceso a todo y que la dosificación de la información dependa de nosotros. Como si fuera una bolsa de falopa que alguien deja como quien no quiere la cosa, sobre una mesa, una noche, en una fiesta.

Inevitablemente, al final de todos los cuentos que lee Casciari, se me llenan los ojos de lágrimas.
Tengo la cabeza agotada. Hace diecisiete días intento darle sentido a mi existencia trabajando, inventando cosas que me mantengan activa, molestando a mi gato por la noche para que se canse y me deje dormir.

Quisiera agarrar la bicicleta y andar sin rumbo hasta que se gaste el gomín, y terminar empujándola hasta alguna bicicletería donde un bicicletero engrasado me ponga un gomín gratis porque le doy entre pena y ternura.

O que se recagara lloviendo. Eso ameritaría abrir un vino y ver una película estúpida que me hiciera llorar como un kakuy o me hiciera reír como una foca.

Le mando un WhatsApp a mi mamá que estando a 10mil km de distancia no puede hacer demasiado.
Me recomienda que abra un canilla y mire el agua correr.
Eso relaja, me dice.

Como buena hija, hago todo lo contrario, y decido subir a la terraza. 
Cierro con las tres llaves para las tres cerraduras que tiene la puerta desde el día en que entraron a robar a casa, y cuando me yergo en la entrada de casa, atino a bajar la escalera y salir a la calle, como si una fuerza externa a mí, me pidiera que lleve a mi cuerpo a caminar por la vereda.

Subo a la terraza.
Me acuesto en el piso hirviendo.
Toda la espalda me quema.
Necesito que algo me duela para saber que estoy viva.
Qué lejos quedaron las noches de verano en las que jugábamos a la escondida en bicicleta por el pueblo con mis amigas.
Qué lejana me parece la adrenalina que nos hacía reír de los nervios por la posibilidad que la otra estuviera a la vuelta de la esquina.

Me vibra el celular.
Tinder me avisa que alguien me escribió, entro a ver el mensaje pero no hay nada.
Esto es lo más parecido a un sueño de esos en los que quiero correr y no puedo.
Después de un rato, me levanto.
Veo mi silueta de transpiración en el piso de cemento bordó.
Me asomo a la calle. Miro el cielo.
Me suelto el pelo como si le sacara el capuchón a una Bic, y escribo en un bloc de notas en el celular:
''Hoy no recuerdo viajes. Hoy estoy como aquella vez en Lima, 28 horas sin identidad’’.

Pasan más aviones que autos. Y en el aire entre medio de ambos, una mariposa gigante, amarilla, con bordes negros.
Enfrente mío, un cartel en un edificio, avisa que está en peligro de derrumbe. El cartel es de 2017, del último gran sismo.
Todas las noches pienso en sismos.
Cada vez que entro a bañarme, pienso en sismos.
El edificio en peligro de derrumbe es ahora un penthouse de escombros con aberturas doradas habitado por palomas y seguramente, también, por ratas.

En el edificio de al lado, en el piso que me queda a la altura de los ojos, un hombre habla por teléfono, entra y sale de la casa mientras habla. Miro con insistencia hacia su ventana, a ver si hacemos contacto visual, pero el tipo no me ve o no me da bola, no sé.

El cielo se cubre de nubes. Seguramente llueva hoy, ya estamos en época de lluvia.

Estos días, de tanto mirar el cielo, descubrí el camino que hacen los aviones que llegan a la Ciudad de México. Vienen por Polanco, atraviesan el Bosque de Chapultepec, coquetean con el World Trade Center, pasan por la casa de Nati y Jp, y siguen hasta el aeropuerto. 
Escucho el ruido de la puerta de chapa de la terraza. Es Iván con el mate que solo toma él para evitar contagios.
La charla cotidiana sobre nuestras realidades y nuestras familias, deriva en Michael Cera. 
Iván dice que se imagina que Michael Cera es medio garca. Que con esa cara de bueno, debe ser medio garca.

Después me cuenta que está probando una nueva manera de hacer leudar el pan, es una reacción química que termina con ''ólisis''.

Yo creo que me podría enamorar de Michael Cera porque tiene mucha cara de boludo, y a mi los boludos garcas me encantan.

Iván dice que le gustaría tener un rifle de aire comprimido para tirarles a las palomas que se hicieron el penthouse en el edificio de enfrente.

Yo pienso que si tuviera la oportunidad de conocer a Michael Cera, seguro me enamoraría de él.

Iván me cuenta que el sistema del leudado este que termina en ''ólisis'', se basa en ponerle más agua a la harina para que largue gluten, esperar varias horas, y después ponerle la levadura y amasar poquito.

Mientras Iván junta la ropa limpia del cordel, yo decido que estoy enamorada de Michael Cera, y que me va a romper el corazón cuando se case con una celebrity y tengan hijos hermosos en una mansión llena de árboles frutales. O peor, cuando vivan en Nueva York y yo siga sin poder conocer el MoMa que tanta ilusión me hace.

Iván agarra su pila de ropa doblada y seca, arriba de la pila pone el mate. Qué peligro eso, pienso, pero no se lo digo. Con la otra mano agarra el termo. Le abro la puerta de la terraza. Él se va pero yo me quedo.

Vuelvo a asomarme por la parecita de la terraza que da a la calle.
No hay perros, ni pelotas rodando delante de niños, ni niños corriendo detrás de pelotas o de otros niños.
No hay nada.

Cada tanto algún techo de auto, alguna panza de avión, las palomas que revolotean en el penthouse que se armaron en el edificio que tiene el cartel de peligro de derrumbe, y yo, sin cartel.

Bitácora del viaje obligado al extranjero #4

Hoy es mi día número 16 de cuarentena.
En este ejercicio de recordar otros viajes donde fui un poco más libre pero igual de feliz que ahora, hablé por teléfono con Mari y le conté por primera vez la historia de una noche de la que ella también fue parte.

A los chicos los conocimos en Mompiche.
Discutiendo por un enchufe.
Si no hubiera sido por Mari, y si hubiera sido por mis prejuicios tan firmemente instalados, yo los seguía odiando hasta el día de hoy.

Unos días después de conocernos, nos encontramos en Quito, y nos quedamos a dormir en su estudio.
Ellos trabajaban haciendo jingles para publicidad y en su tiempo libre tenían una banda que se llama EVHA.
Nos hicieron escuchar el primer disco, que aún no estaba editado, y nos pareció grandioso.

Esa tarde se largó a llover. 
La lluvia nos encontró en un techito, en la vereda del estudio, tomando cerveza Club Colombia con Alfie, que insistía en que era la mejor cerveza que se conseguía en Ecuador.
Martín y Seba tomaban malteadas de un local que estaba al lado del estudio.
Unos días más tarde nos enteramos que se les había escapado la tarántula que tenían de mascota, y andaba perdida ahí adentro.
Habíamos dormido dos noches entre instrumentos musicales y una potencial tarántula.

Luego nos mudamos a La Posada del Maple. Y fuimos alternando entre ese hostel y el de enfrente, que costaba lo mismo pero no tenía desayuno.
En ese hostel conocimos a Ro y a Albán, un francés al que terminamos apodando ‘’Árbol’’ porque no podíamos pronunciar bien su nombre. Albán nos decía ‘’Focas’’. Nunca supimos bien por qué.

Las noches en Quito transcurrían entre su hostel y el nuestro.

Para la anteúltima noche en Quito, habíamos programado nuestra despedida con Ro, Arbol y los chicos. Pero previo a ese evento, con Mari decidimos tomarnos una birra en la tranquilidad de la galería de la Posada del Maple, que daba al frente del otro hostel.
Mientras lidiábamos con un paquete de papitas con chile y tomábamos birra para pasarlas, observábamos cómo una chica del hostel de enfrente discutía con su novio en la vereda. 
La chica entraba y salía mientras nosotras conjeturábamos sobre dónde se habrían conocido, si sería su primer viaje juntos, por qué discutirían...
Hasta que vimos salir a la chica con mochilas, y no la vimos volver. Supusimos que se habían reconciliado y nos pusimos contentas por ellos.
Al rato nos llega un mensaje de Ro. Habían robado en el hostel.
Y nosotras lo habíamos visto todo.

Entre morbosas y con ánimo de ayudar, nos cruzamos al hostel.
Cinco porteños enardecidos gritaban que les habían robado todo, incluídos los pasaportes, mientras otro encontraba su saxo en el baño, la encargada del hostel lloraba y su marido le decía que no había que preocuparse.
Los porteños llamaban a sus padres, que tenían contactos en el Consulado, para que los ayudaran a resolver.
Ro, Árbol, y nosotras dos, nos fuimos aproximando lentamente hacia la mesita del patio, a seguir tomando birra.

Al día siguiente íbamos a la ermita de no se qué. Un lugar que quedaba arriba de una montaña donde se comentaba que se veía todo Quito y más allá.
Pero todavía nos faltaba la fiesta con los chicos.
Mari, Ro y Arbol decidieron no salir esa noche, para estar frescos al día siguiente.

Yo no me iba a perder una fiesta en Quito ni en ningún lugar del mundo, bajo ningún punto de vista.

Los chicos me pasaron a buscar por La Posada del Maple. Eramos Martin, Seba y yo. 
Habían comprado Fernet Branca, pero no sabían que se tomaba con Coca Cola.
Cuando me mostraron la botella, ya se habían tomado la mitad.
Le dí un trago a la botella solamente para no despreciar, les dije que dejaran de tomar el fernet así que les iba a hacer mal, y nos fuimos a la fiesta.
Era en la casa de un actor, en un barrio cerrado, en las afueras de Quito.
Bailamos como locos esa noche. Seba me regaló la tapa de una botella de algo, que tenía forma de hongo, y que dotamos de vida llamándola ‘’Honguito reggaetonero’’, que al día de hoy todavía está en la repisa de mi biblioteca en Buenos Aires.
Cuando la fiesta terminó, salimos a buscar el auto para ir al estudio a armar una jam o algo por el estilo.

Vi que las caras de los chicos se transformaban. 
A lo lejos venía caminando un hombrecito rubio, de pelo largo.
Empecé a preguntar qué pasaba pero me pidieron que me callara y me subiera al auto.
Adentro del auto me contaron que ese hombrecito rubio era alguien muy complicado, que no podían deshacerse de él porque iba a ser peor. El tipo iba a venir con nosotros al estudio.

Estábamos todos bastante borrachos. 
Cuando llegamos al estudio, los chicos se pusieron a tocar. Mateo Kingman improvisaba sonidos, Seba se quedó dormido tocando la batería. Yo me había olvidado de la tarántula vagabunda. Todo era feliz y gracioso.

En un momento se hizo un silencio. El tipito rubio había empezado a pedir cocaína. 
Nadie ahí adentro tenía cocaína. 
Pero el tipo no entendía, creía que se la estaban escondiendo.
No sé motivada por qué, yo me levanté de donde estaba y me acerqué al tipo.
Agarró un cutter y se lo puso a Martín en el cuello. 
Para tratar de desviar la intensidad de la situación, Martín le cuenta al tipo que yo ‘’también’’ era argentina.
Mientras el tipo se daba vuelta para mirarme, Martín le sacó el cutter de la mano y lo guardó.
Yo le daba charla al tipo, mientras él me contaba que su mamá y su abuela eran prostitutas, que él se había criado en prostíbulos, y que era músico, que yo no tenía que tomar cocaína nunca, porque era una droga de mierda e iba a terminar como él, siendo una persona de mierda.
Los chicos resolvían cómo sacarlo de ese cubículo donde éramos 29 borrachos y un drogadicto en abstinencia.
Finalmente lograron arrearlo hasta la salida del edificio, desde donde finalmente el tipo se fue a su casa no sin antes pegarle una piña al portón automático y dejarlo abierto para siempre.
Nos había cagado la noche por segunda vez.

Cuando salimos a la calle, ya era de día.
Llegué al hostel y me acosté.

A los quince minutos, Mari me despertó para desayunar hot cakes y salir hacia la ermita de no se qué mierda.
En todas las fotos de ese día estoy durmiendo.
Durmiendo en un monumento, durmiendo en un mirador, durmiendo en un parque, durmiendo en la ermita de la virgen de la puta madre que me parió.

Al día siguiente tomamos el avión de vuelta a Argentina. 
LAN había sobrevendido vuelos, y nos tuvo 28 horas en el aeropuerto de Lima endulzándonos con WiFi y vouchers para comer sushi a discreción.

Mari lloraba.
Yo le decía que no llorara. 
Mari me decía que la deje llorar en paz, que era lo único que podía hacer.
Era la primera vez que Mari viajaba en avión..
Yo traía conmigo a ‘’Honguito Reggaetonero’’, pero ni siquiera eso la hacía reír a Mari.

Cinco años después, la vida nos encontró atravesando una pandemia a diez mil kilómetros de distancia, con mucho menos sushi, pero igual de varadas que aquella vez en Lima. Con algunos años más, habiendo dejado macerar los recuerdos hasta que se convirtieron en una anćdota que hoy nos hizo llorar de risa por videollamada.