7.4.20

Bitácora del viaje obligado al extranjero #8

Hoy es mi día número 21 de confinamiento voluntario.
Tengo sueño.
Anoche no pude dormir.
En el sopor que me provocaban la oscuridad y el calor, escribí esto en el celular:

''Tengo alergia, calor e insomnio.
Doy vueltas como un pollo rostizado en la cama, buscando las partes frías de la sábana.
Mi confianza fluctúa.
De a ratos sé que el sueño va a llegar.
De a ratos me desespero.
Ya me sentí así antes, pienso.
Es lo mismo que sentí aquel domingo que volví de Córdoba en avión.''

Había sacado pasajes para visitar una semana a mis primas en Córdoba. Me había confundido las fechas y había sacado el pasaje de vuelta para el domingo de las elecciones.

Durante esa semana, una noche en una cena, conocí a Matías, el hermano de la mejor amiga de mi prima Guille.
Yo me hacía la graciosa adelante de toda esa gente que no conocía. Matías preguntó en voz bastante alta ''y esta chica quién es?''
Es mi prima de Buenos Aires, dijo Guille.
Al día siguiente conseguí el teléfono de Matías.
Yo tenía novio y Matías tenía novia.
Pero también teníamos ganas de ser infieles.

Mis primas se fueron a Santa Fé el sábado para votar al día siguiente.
Yo fui a todos los museos que pude y, a la tardecita, me fui con la valija al departamento de Matías a hacer tiempo hasta que saliera mi avión a las 4 de la mañana.
Llovía a cántaros y no teníamos sacacorchos.
Recorrimos todos los kioscos y almacenes cercanos buscando uno sin éxito.
Al final cortamos el corcho con un cuchillo y lo empujamos para adentro de la botella.
Comimos empanadas de carne que había hecho Matías y miramos televisión.
Entre una cosa y la otra, se hicieron las 3 de la mañana.
Me bañé, me cambié y me fui en remis al aeropuerto.
El cielo estaba cubierto y caían rayos atrás de las montañas.

El avión estaba casi vacío, éramos tres personas.
Yo tenía mucho sueño, tanto o más que el que tengo hoy, y sólo pensaba en tomar un café y llegar a mi pueblo con tiempo para poder votar.
Al lado mío había un asiento vacío y luego una señora. Era su primer viaje en avión.

Cuando despegamos estaba lloviendo. Supuse que arriba el panorama iba a ser otro, pero las cosas se complicaron muchísimo.
Empezaron a caer rayos, el cielo estaba totalmente negro. El avión se movía como en caída libre y remontaba.
Alguien por el altavoz avisó que el servicio de cafetería estaba suspendido debido a las condiciones del vuelo.
Las azafatas caminaban por el pasillo del avión agarrándose de los asientos para sostenerse.
Estaban pálidas.
Yo miraba por la ventanilla y lloraba en silencio.
Me parecía patético morirme en un vuelo de cabotaje.
Pero también lo aceptaba, porque estaba segura de que esto era un castigo divino.
Había escupido para arriba, mi escupitajo había mojado a Dios.
Con la certeza de que no iba a contar esta historia, le pedí por favor a Dios Padre que pasara una de estas dos cosas:
El deceso o llegar.
Entonces empecé a creer que el purgatorio era un camino por el aire que costaba entre 2,500 y 3mil pesos, y que duraba una hora y diecinueve minutos.

Finalmente aterrizamos. Eran las 5 de la mañana.
Como si hubiera salido de un trip de ácido malo, me lavé la cara en el baño del aeropuerto y emprendí el camino hacia el cuarto oscuro.
Ese día voté a Scioli y ganó Macri.

Las sucesivas crisis, el cigarrillo, comer mal y dormir peor, han hecho que extrañe las caras que tenemos en las fotos de hace cinco años.

El tiempo ha hecho mella en nuestras pieles, y ahora somos adultos que envejecen en la fila del banco, esperando para pagar el timbrado de la visa para irse a la mierda.

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