3.3.16

Hoy fue un día con demasiadas emociones

      La mañana arrancó conmigo perdiéndome en Buenos Aires a las 8 am.
Intentaba tomar el 86 que va para Paseo Colón y Av. Brasil desde la parada de los que vuelven. El chofer me dijo ‘’no, tenés que ir del otro lado''. Ah, bueno, agarré y empecé a caminar para el otro lado. 
Se me acerca el colectivo con el chofer y pasajeros arriba. Chofer me dice ''subí que te llevo hasta la parada de enfrente y de ahí cruzás’’. Lo miré, dudé, miré si había gente arriba del colectivo. Había.  

Si, yo tampoco lo podía creer. 
No me cobró.

Mientras daba la vuelta y me acercaba, el hombre me explicaba que tenía que cruzar la peatonal y a unos veinte metros del local de no me acuerdo qué, estaba la parada. ''Pero a Paseo Colón y Avenida Brasil también te llevan el 64, el 8 y el 29''.
Una Josefina muy anonadada, se dirigió entonces a la parada correcta.

Luego, el armado del set en el estudio fue muy fluido. Todo muy organizado y amistoso, eso es normal donde trabajo.

Lo malo empezó a pasar alrededor de las 10 am, cuando salí a hacer compras para el utilero y me encontré con que en Parque Lezama habían dejado a un perrito cachorro, de unos 10 días, con sarna, encerrado en una caja con cinta scotch. De modo que la cinta le hacía de rejas y el perro no podía salir.

Cuando vi desde lejos que la caja se movía, tuve un arcoiris de sensaciones horribles. Que si era un perro, un gato o un bebé. Les pregunté a unos que estaban ahí, con la birra, si eso era un perro. Me dijeron que no (no sé qué entendieron). Poco importaba. Corrí hasta la mitad de Parque Lezama en busca de andá a saber qué. No, pelotuda, a dónde vas. 
Los de la birra me miraban. Volví hasta el perro, le saqué una foto, la subí a Instagram y la compartí en Facebook. Le escribí a mi novio, a mis amigas y a mi familia.
Mi novio me pasó números de teléfono, de Sanidad Animal de la Ciudad, de comisaría de la comuna 14, de protectoras de animales. Nadie se pudo hacer cargo. Me volví al set porque ya no podía estar tanto tiempo afuera.

El utilero necesita una canilla. Salgo con la esperanza de que el perrito ya no estuviera.

Pero estaba. Debajo de la caja. 
Se le había dado vuelta y ahora la caja saltaba. Corro, doy vuelta la caja. Pido ayuda nuevamente a la gente que pasa. Los que estaban al pedo siguen estando ahí, al pedo, tomando cerveza. Nadie puede hacer nada, ni yo misma.

Sigo mi camino puteando y llorando sin lagrimas, compro la canilla que necesitaba el utilero y de paso compro el almuerzo para todos. 
En la rotisería les cuento a los empleados lo que está pasando y les muestro la foto. Me dan números de veterinarias. Llamo.
 No pueden ir a buscarlo, lo tengo que llevar. Pero no puedo, les digo, estoy trabajando.

 Por favor, tiene sarna. No pueden.
 Me voy.

Sigue ahí, la caja se volvió a dar vuelta, ahora el perro quedó pegado a la cinta scotch. Trato de despegarlo. Pasa un señor con la camisa bordada con ‘’Espasa’’. Le muestro lo que está pasando, mientras pongo el perro a la sombra. El hombre me dice que él se lo llevaría pero viene a laburar caminando desde provincia (mentira, se debe tomar un bondi, pero bueno). Y que ahora va a ver si le puede traer un poco de agua. Porque está sin agua y sin comida.
 Me vuelvo al set.


Me piden que les pida a los modelos de lunes y martes que me manden fotos de sus manos, excusa perfecta para prender la computadora y buscar ayuda más cómodamente. Prendo.
Busco en Google ‘’Sociedad Protectora de Animales Parque Lezama’’. No aparece una puta sociedad protectora. Pero aparece una página con los datos de muchas organizaciones que ayudan. Llamo a las de capital. 
Compulsivamente.

Nadie me atiende.

Mando un mail al Campito Refugio, me responde un robot automáticamente que avisa un montón de cosas, entre otras que ellos no van a buscar animales sino que hay que llevarlos, pero que igual no tienen demasiadas vacantes por día. 

Empiezo a compartir la foto que ya había compartido. También compulsivamente.

Finalmente son las 5pm, las fotos en el set ya están hechas y casi editadas, los modelos ya se fueron, con lo cual ya se está yendo la maquilladora también. 

‘’Marian por  favor cuando vas a buscar el auto, fijate si en Parque Lezama, sobre Av. Brasil, a la mitad, al lado de un tarro de basura, está el perrito, así ahora me lo llevo’’.
 Pasa. ''No está más''.

 Le pido a la puta divinidad que reina este planeta que se lo haya llevado una buena persona, que lo cure y que lo quiera. Respiro hondo, pero el nudo no se va. Se va a ir desanudando en un rato, cuando me pase algo, otra cosa.

Llamo al flete para que venga porque hay que cargar una pared de baño que se construyó para la ocasión. Que ya está llegando me dice. (Pero cómo Checo, si yo no te había llamado?! Estabas muy al pedo o tenemos telepatía?). Uy, genial le digo. 
Juntamos todo, cargamos. Me voy con el Checo a los del Gaucho (si, así, como en el interior).
Vamos saliendo intolerantemente despacio y con tensión, esa tensión tan nuestra. Esa del auto que avanza veinte centímetros entre un auto y otro aunque el semáforo esté en rojo. Esa tensión del bondi en la nuca.

Y eso que yo no manejo.

Vamos hablando de viajes y de los destinos que cada uno conoce. No sé cómo, como siempre, la conversación desemboca en el tema político.

Y qué querés, con este chabón, me dice el Checo. Si, le digo, se ve bravo. Si, igual yo no soy macrista ni kirchnerista (se ataja). A este le tenía fe, pero está todo re caro. Si, a mi Macri no me gusta porque, entre otras cosas, no le interesa la cultura, y eso quiere decir que va a haber mucha publicidad y poco cine, y cine de los ricos, cine pobre, le digo (sí, haciéndome la re culta un poco). Si, qué se yo, a mí no me gustaba ninguno de los dos. No, a mí tampoco.

Y ahí, mientras le estaba diciendo que a mí tampoco y miraba sin ningún tipo de atención (veía) el reloj ese inmenso con puertas y ventanas que está en la plaza de Retiro, en ese momento. Levanté la vista y no pude seguir hablando. Estaba entrando tanto no sé qué, que no podía entender.

Era inmensa y flameaba tan lento, y el sol le daba de una manera tan especial que en ese momento y ahora, mientras escribo esto, se me llenaron los ojos de lágrimas.


Era como una epifanía de la argentinidad. Nosotros, dos seres totalmente mediocres, compañeros ocasionales de laburo, diciendo que a ninguno de los dos nos gusta nada. Tan argentinos. Tan culo lleno.

Y ahí estaba ella, para decirnos que no fuéramos tan pelotudos y dejáramos de quejarnos.

Y en ese momento, cuando todavía faltaban cinco horas para que yo terminara de trabajar, pensé:
Esto me pasa por ser tan sensible. Donde yo veo una metáfora hermosa y tragicómica de la argentinidad, tal vez otra persona sólo ve una bandera muy grande y no le da pelota porque se está quejando.



Hoy fue un día con demasiadas emociones. Increíble, tremendo y hermoso. En ese orden.