27.2.17

Para Mariano

Hoy llegué a casa después de 18 horas de trabajo y me habían pasado un sobre por abajo de la puerta. El sobre decía, dice, ''Para Mariano, 10mo D''. Adentro había una hoja de cuaderno espiralado, arrancada. Ni siquiera se calentó en sacarle la tirita de papel troquelada. Yo no soy Mariano, ni siquiera soy hombre, vivo en el 10mo G, pero igual leí la carta. Está escrita en primera persona y dice esto:

''Cuando cogés con alguien y esa persona te hace acordar a otro. Ahí te das cuenta que nunca lo vas a poder sacar de tu vida.

  Hace ocho años conocí una persona que me mostró un mundo desconocido para mí hasta ese entonces. Santiago y yo chateábamos durante horas hablando de cine, mientras yo debatía con mi conciencia si estudiar cine o biología. Me gustaba ese señor que sabía tanto y que me recomendaba películas que jamás hubiera visto, me gustaba como un tío, o como un padre. Me enamoré de su hermano.Yo tenía 17 y él 29, ahora tenemos 24 y 37. Él tenía dos hijos de dos mujeres y yo, un gato siamés.

  Alto, flaco, canoso, fumador, mujeriego, muy mujeriego, manager de una bandita que se hacía cada vez más grande y que tenía mucho talento. Aprendí de golpe y mucho, a coger, a fumar, a esperar, y a sufrir. Más que otra cosa, a sufrir.

  Chateamos algunas veces, jugábamos a hablar en planos. ''Me imagino un plano cenital de la Pantera Rosa bajo la lluvia, mirando al cielo'', decía una de esas conversaciones. No sé de qué hablábamos.

Arreglamos un encuentro. Cuando volví del viaje de egresados. Nos vimos en la verja de una casa que parecía abandonada, me preguntó cómo me había ido, si me había divertido. Yo lo miraba de a poco, me daba vergüenza y me deslumbraba ese hombre con aliento a cigarrillo y alcohol, ojos achinados y ojeras, que hacían, hacen, que parezca que se te está cagando de risa, y voz grave. Hablaba despacio, sin despegar demasiado los labios. Sentía que me arrastraba las palabras por la espalda. Yo me había aburrido bastante en el viaje. Mis compañeros eran muy pelotudos y mis amigas quebraron escalonadamente todas las noches hasta que la gastritis las mantuvo metidas en la cama los cinco días que les siguieron a los primeros cinco.
  No hablamos mucho, hacía frío, él se tenía que ir y no quería que nos vieran juntos, ''sos muy chica, puedo ir en cana''. No entendía demasiado lo que estaba pasando. Lo seguí, caminamos hasta un camión con acoplado, me paré en algo que sobresalía del camión para poder alcanzarlo, y nos besamos. No fue romántico, fue de tanteo.

  Los encuentros que le siguieron a ese fueron en su casa en Buenos Aires. Yo decía en casa que iba al cine del Abasto, lo cual hacía como un trámite aduanero para que me quedara tiempo de ir a verlo. Si volvía a casa con la entrada, nadie tenía por qué imaginarse que no había ido exclusivamente a eso.
 La primera vez que fui, le regalé un libro de Sacheri que me gustaba mucho. ''Lo raro empezó después''. El primer cuento de ese libro me hacía acordar a él. A él lo hacía llorar. En el subte y en el bondi. Le hacía acordar a cuando se murió su viejo. A mi me gustaba que lo hiciera llorar. Con el tiempo ese cuento y el resto de los del libro me parecieron espantosos.
 Cogimos, mal, yo amateur y él con la experiencia encima. Me regaló un chocolate amargo a medio comer y un libro de Cortázar. Así fue todo, esporádico y espontáneo, a escondidas. Tal vez es ese el motor que hace funcionar esto a media marcha a veces, a marcha completa otras veces.

  Cuando terminé el Secundario, me vine a vivir a Buenos Aires. En enero, con la excusa de querer adaptarme al espacio antes de empezar el CBC (finalmente me decidí por el cine), yo estaba acá, deseando con todas mis fuerzas que ya me considerara lo suficientemente grande como para estar con él.

 El día que fumé el primer porro, que me dió él, fue la mañana siguiente a que viniera a mi casa, tarde, como siempre, con aliento a cigarrillo y alcohol, como siempre. Cogimos, él se durmió. Yo no pude. Me moría de la emoción, lo tenía ahí, en mi cama, después de tanto esperar e imaginarme. Y me preguntaba por qué tenía que ser clandestino siempre. Creí que ahora sí, ya era el momento en que me tocaba a mí. Pero no.
  La mañana en que me dió el porro, yo había salido a comprar pan, manteca y miel, porque me había dicho que quería desayunar tostadas con miel, mientras desayunábamos me contó que se iba a España por un tiempo, que le regalaba el pasaje una amiga azafata.
Al ratito se fue, yo me fumé el porro y me fui al Museo de Bellas Artes. A fin de año tiré la miel que quedó en la alacena.

  Durante la semana de su ida a España me enteré que la azafata no era sólo una amiga, era su novia, y su prima. Estallé de locura, de amor, de odio, lo mandé a la concha de su madre. Jamás entendió que yo me había enamorado, jamás se hizo cargo de eso. ''No quiero conducir tu barco y hundirlo para siempre'', me dijo. En ese momento empecé a sufrir de verdad. Pensé, entre otras cosas, que era, que es, un cobarde. Que le teme al amor. Pero casualmente, me encuentro yo teniendo ese tipo de miedo ahora. Será cosa de la adultez.
  Durante el año y medio que no nos vimos, él fue y volvió de Argentina, y yo me obsesioné con una canción de Sabina que dice ''con agüita del mar andaluz quise yo enamorarte, pero tu no querías más amor que el del Río de la Plata''. Rarísimo, porque la situación era exactamente al revés.

  Me mudé de departamento, y en dos años nos vimos dos veces, creo que las dos veces en el mismo año. Me mudé otra vez. Lo fui recordando cada vez menos hasta que creí que lo había olvidado del todo.

  Una mañana, abro el periódico local de mi pueblo, y leo una nota que le hicieron a él, sobre una película que se iba a filmar allá. Yo estaba trabajando en un lugar donde veía que no tenía futuro profesionalmente. Creí que ese era el momento de abrirme una puerta. Le mandé un mail, le dije que quería trabajar en esa película. Me hizo el contacto con el productor, y arranqué a trabajar en cine, se puso contento por mí. 

Inexplicablemente, el abandono que se remueve en cada charla sobre aquella vez que se fue a España, se transforma en compañía cuando hablamos de mi profesión. Es como si él me quisiera por las decisiones que tomo, si es que me quiere. Todavía con la sensación del desplante del 2010 y España, traté de evitar por todos los medios que pasara algo entre nosotros en ese tiempo. 

  En la Navidad del 2015 nos cruzamos en el pueblo. Él con su novia, yo con mis amigas. Esa noche nos vimos, y nos vimos muchas noches más, cada una mejor que la anterior.

  Cada encuentro es una lucha, con la culpa, con el remordimiento de saber que no está bien lo que hacemos pero que no podemos evitarlo. También cada encuentro es un bálsamo.
  Sabemos que siempre, al rato o al otro día, cada uno tiene que volver a su vida cotidiana, con su pareja real, a ser normales.

  Cada vez, al otro día, siento que lo quiero, siento que no vale la pena, siento que es él, siento que lo mismo que hace conmigo, lo hace con muchas más, siento que no entiendo por qué no puedo terminar con esto, y siento que no voy a poder sobreponerme a la realidad que me toca.
  Quisiera poder hacer mi vida sin él y quisiera quedarme vivir en esa nebulosa de su cama y su olor.''

Le saqué la tirita troquelada y despeluchada a la hoja, y me puse a escribir esto.