21.9.19

Un caramelo duro de naranja

La vez que tuve que pasar la noche en el aeropuerto de Uruguay,
estaba sola, totalmente sola,
en ese aeropuerto que no parece aeropuerto,
Que parece una maqueta a medio hacer.

Era mi primera vez en Uruguay.
El boleto de avión mas barato a México era saliendo desde Uruguay,
haciendo escala en Lima y en El Salvador.
Diez mil pesos argentinos más el pasaje del Colonia Expres,
había costado mi noche en el aeropuerto de Uruguay.

Por ese entonces estaba leyendo La presentación del yo en la vida cotidiana.
Y mientras leía ese libro, a pesar de la luz de tubo que arremete contra toda armonía,
me fui quedando dormida.

Hacía mucho frío adentro y afuera
mío.

Y soñé con una cafetería donde tenían un café 
que calentaba el alma y el cuerpo.
Y los sanaba,
y entonces ya no era necesario irme de Argentina,
porque tomando ese cafecito que me daba Dalma Maradona
estaba todo bien.

Esa noche soñé con mí misma en el Aeropuerto de Uruguay
esperando a que saliera el avión hacia Lima.
Mi vida era tan surreal que soñaba lo que vivía.

Ayer caminando a mi casa,
la que logré alquilar, decorar y llenar de gente hermosa,
desde mi trabajo,
que amo y que temo,
me recordé tan solita,
(si, sola y chiquita, solita)
en ese aeropuerto vacío,
donde sólo era alguien en el momento de sellar el pasaporte,
leyendo teoría sociológica a las 3 de la mañana,
(porque la soberbia que me da el conocimiento
también me hace sentir un poco fuerte),
y me di cuenta lo inimaginable que era en aquel momento
pensarme disfrutando un caramelo duro de naranja,
pasándomelo de la derecha a la izquierda y viceversa,
jugando a morderlo un poquito pero no demasiado,
mientras miro un cuadro de Chagall,
en un museo de la Ciudad de México,
un sábado a la tarde.