23.12.17

Mi punto ciego

Los vi.
Detenidos en el tiempo.
Comiendo lo mismo, sentados en los mismos lugares.
Con sus voces de siempre, sus comentarios de siempre, sus colores.
La madera, el machimbre, el espejo que deforma, los tomates rellenos, el reloj que hace ruido cuando hay silencio, la repisa de vidrio que empapelaban cuando éramos chiquitos para que no nos la claváramos en las sienes cuando corríamos, los souvenirs de los cumpleaños de quince y casamientos que están sobre esa repisa de vidrio.
La foto de cuando yo tenía dos años, la foto de cuando nació Pauli, la foto de Guille en pañales, la foto de Gregorio en el huevito, bebito, aquel fatídico 2001.
La mecedora.
El dedo que le falta al abuelo. Me había olvidado que a mi abuelo le falta un dedo.
Hablé con ellos, los ví, y no logré darme cuenta cuál era mi espacio vacío.
No pude ver mi silla.
Me sentí tan lejos pero con el alma ahí, aunque haya elegido no estar ahí.
El punto ciego era mi lugar. Yo soy mi punto ciego, como siempre.
Pienso en que esta vez mi abuela no va a venir a retarnos al cuarto porque estamos rompiendo el cubrecamas.
Esta vez no va a haber lucha libre en la cama de mis abuelos.
Y probablemente no la haya hasta que volvamos, un día, con nuestros hijos a cuestas, a retarlos nosotros por luchar sobre el cubrecamas de nuestros abuelos, sus bisabuelos.
Me di cuenta de todo lo que no elegí cuando elegí.
Me duele y me hace crecer.

17.12.17

Eros y Tánatos

Qué aburrimiento/pena/escozor me da
que no sepan ver la ventaja
de no temer, y en vez de eso, tener.
de compartir, no repartir
de vivir, no sobrevivir, con alguien con algo, no a alguien a algo.
de resolver contingencias y salir airosos
de cocinar rico y sentirse completos. 

Por lo menos diez minutos en este mundo complicado, sentirse completos.
Ay qué pena que busquen a mamá en donde no está.
Ay qué pena sus arquetipos del inconsciente individual.
Ay qué pena ustedes, tan cúbicos, tan estériles, tan alejados de la vida siempre. 

Legándonos a Tánatos, haciéndonos llevarlo en la sangre para siempre, por todas las generaciones.
Yo no quiero llevar a Tánatos conmigo. 
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Me duermo pensando en la desdicha de siempre siempre pretender/esperar/desear que Tánatos no esté tan presente en su sangre. 

Quiero convencerme de que esperar, cuando se trata de Tánatos, es en vano.
Que esperar es para otra gente, que yo no soy, no vine a este mundo, a esperar y tener buenos resultados. Y sobre todo yo no soy a la que esperan. A mí nadie me espera y nadie espera nada de mí.
Que yo soy más Eros que Tánatos, creo pues. Pero todos los Tánatos del mundo acorralan a Eros y lo amenazan. No lo tocan, solo lo amenazan.
Y Eros ahora tiene miedo, y yo también. Tenemos miedo de ustedes, Tánatos.
Córranse que queremos ser felices.

11.12.17

Imán en el pecho

Lo duro de estar lejos es no poder abrazar a los tuyos.

No llegaron a ser lágrimas.
Solo el pequeño estertor de la cosa que quiere salir y no puede.
Una repentina necesidad de sentir en mi pecho el pecho de mis amigos cuando nos abrazamos.
Esa fuerza que nos une como imanes en los polos opuestos.
Por momentos siento que hay un polo en el medio de mi tórax que está haciendo fuerza para atraer lo verdadero, el amor verdadero. El amor en fin. Siempre es verdadero, o no es.

Extrañar a las personas me parece caprichoso, querer que sean eternos, que se mantengan siempre en el mismo lugar es imposible, es desear que no suceda lo inevitable.
Lo que yo extraño no son personas, son los abrazos, momento sincero, lleno.

Quiero llorar y no puedo,
y me mata de miedo recordar las palabras de mi mamá diciéndome que la gente que no puede llorar está mal de la cabeza y del corazón.
 No quiero ser una adulta más, aunque todo me lleva a serlo.
Bloqueada emocionalmente, distante, fría, calculadora.
 No quiero eso.

6.12.17

El camino del héroe

En mi camino del héroe no hay héroes. 
Al final tal vez sí. Lo sabremos al final.
En el camino soy una más, doliendo todo: las contrapartes del momento, las figuras del pasado que vuelven como fantasmas a hablarme invisibles. A contarme que no puedo. A hablarme de cuán difícil va a ser todo, como un contrincante sucio, que no sabe jugar el juego entonces amenaza gratuitamente. 
Pero sigo el camino. El camino del héroe que no es héroe, en todo caso heroína, aunque tampoco lo es, lo soy. Lejos, lejísimos de ser heroína de mi camino, soy sólo una peregrina evitando chocar telas de araña grande y roja en la selva nicaragüense.
Sigo a pesar de la lluvia, que a veces es granizo, que a veces es sol rasante que calienta lindo hasta que duele, cuyo calor remueve animalitos que viven debajo de las piedras, en las cortezas de los árboles, en los huecos de la tierra. Que me dan miedo porque no los conozco, porque son lo otro, el no-yo.
La contraparte molesta porque a sí misma se molesta. 
La contraparte se tiene miedo entonces desea que todos los peregrinos tengamos miedo. Porque la contraparte no sabe del bien, de lo bueno, de lo bello, del querer sin más, reniega de sí.
Mentira, sí sabe. Pero mezquina.
La contraparte es, pobremente, eso, contraparte. Acostumbra a recibir y dar, pero a dar solo luego de recibir, con cuenta gotas, con mezquindad.
Pobre contraparte y sus fantasmas, mis fantasmas. Yo ya no los soporto.
Debe ser feo que no te soporten. Qué triste que nunca te soporten.
Al final del camino, si logro esquivar las telas de araña roja, seré una heroína de mi camino, y la contraparte seguirá siendo una pobre, pobrecita, contraparte.

5.12.17

La noche en que conocí el fondo del mar

Aviso para susceptibles: ésta no es una historia de amor, es una historia de rechazo. Lo cual sería equivalente a avisar que no es una historia de vida, sino de muerte.
Esta es la historia de la noche en que conocí el fondo del mar.

El 4 de agosto de 2016 toqué fondo. El fondo del mar. Un mar sucio y frío y solitario. Alguien, A          lguien. A. 
A me puso un plomo en el tobillo derecho, o izquierdo, no recuerdo, no importa. Y me hundió hasta tocar la arena pantanosa del suelo del mar.
Si alguna vez quien me lee ha tocado el fondo del mar, sabrá de la sensación de presión en los oídos. La sensación de que todos los órganos se comprimen y la sensación posterior de no saber si uno podrá llegar a tiempo a la superficie antes de asfixiarse.
A, así me sentí en el fondo de ese tu mar.
De pronto ese lugar era una tu cama, A, en la que yo estaba boca abajo, vomitando, siendo penetrada por una A persona que me duplicaba en peso y tamaño.
Como en el fondo del mar, los oídos me presionaban. Y lo único que se me ocurrió hacer, fue intentar calmarme y esperar a llegar a la superficie. La pequeña muerte de A fue mi superficie.
Cuando pude tomar aire, ya era la mañana siguiente. Atontada por la presión en los oídos, por el fondo del mar, por la sal, por la arena pantanosa de la que me costó salir, volví a mí casa y me olvidé de todo hasta un mes después, cuando pude escupir el agua que me había quedado en los pulmones.

No conozco el amor. Pero sí conozco todo lo contrario y el fondo del mar.

3.12.17

La última persona que me amó

La última persona que me amó, me dijo un día que le gustaba verme preparar el desayuno en bombacha y con cara de dormida cuando me despertaba a la mañana.
Fue la cosa más linda que me dijo alguien alguna vez.
Jamás me voy a olvidar de algo tan simple y tan grande.
Corazón de gelatina. Así de fuertes somos.

2.12.17

Decisiones estéticas

Cerrar un ojo para ver mejor. Más fino.
A veces por los dos ojos entra demasiada información.
A veces hay que elegir qué quién cuánto dejar pasar por el alma.
Pisarla despacio, pues es una sola. Como pasto nuevo, como césped recién sembrado. Ser cuidadosos con el pastito.
Mirar con un solo ojo, el derecho o el izquierdo, cada uno elegirá a su debido momento. A veces es tan necesario y siempre es tan difícil elegir. Sobre todo porque no se elige lo demás.
Dejar pasar menos luz, pero iluminarse más.
Dejar pasar menos luz como un diafragma que se cierra para tener mayor profundidad de campo.
Elegir cuánta luz pasa, qué luz, si tungsteno o luz día, si 3900 o 5600, luz de quién, luz de dónde, luz de qué. Principal, contra o relleno.
Elegir el lente, elegir el encuadre, la angulación, si horizontal o vertical.
Elegir lo mejor para uno.
Después de todo somos los dueños del álbum de fotos que se guarda en el alma.