En la casa de mis
abuelos maternos estamos los mismos de siempre y más: mis tíos, mis primos, mis
abuelos, mi vieja, Norma y yo. No sé por qué, todos están muy cabizbajos. Mi
abuelo tirado en una reposera adentro de la casa, tiene cara de estar triste,
Norma llora porque extraña a su hermana que murió hace poco, mi vieja está
encerrada en la despensa creo que planchando, pero sé que está haciendo eso
porque no quiere contagiarse la mala onda de los demás. Mi abuela trata de
levantarle el ánimo a Norma y mis tíos charlan con Gregorio, mi único primo
varón.
Hay tormenta de verano, de esa que aterra por la quietud de toda la tarde y luego se desata de un momento a otro, con rayos, vendabal y techos que se vuelan. Con mis
primas estamos aburridas. Se ven rayos muy potentes, creo que hubo algún tipo de alerta meteorológica y por eso no
estamos cenando, no lo sé, mejor no preguntar.
Salimos a la galería, que está
como cuando era chiquita, con los marcos de las ventanas hechos, pero las
ventanas vacías, sin vidrios, ni tejido, ni plástico. Se ve claramente el
cielo, completamente negro y las estrellas, todas, y la luna también, chiquititas, juntas, lejísimo, como
si la galaxia se hubiera alejado del planeta tierra, o el planeta de la
galaxia, no sé.
Mirando ese fenómeno, que le
agrega una cuota de tristeza al panorama familiar, vemos aparecer una estrella que es de color rojo. Se mueve entre las demás estrellas, y se
hace cada vez más grande. Pensamos que es un avión, pero en tres movimientos,
la luz está a diez metros de nosotras. Es una pelota transparente, muy parecida a una de esas que cuelgan del arbolito navideño, adentro tiene brillos, como brillantina,
roja, y emite una luz amarilla que al pasar por los brillos rojos, se hace
roja.
La bola está suspendida ahí
frente a nosotras. Y nosotras, inmóviles. Yo tengo miedo y espero lo peor.
Estoy casi segura de que me van a llevar y voy a volver a la Tierra con otro
cuerpo, o con el cerebro formateado.
Pero no, la bola está suspendida frente a
nosotras, que nos quedamos en silencio, mirándola. Se agita un poco, muy poquito, emite
un sonido alienígena, que tranquilamente se puede confundir con el sonido que
hacía la conexión a internet por teléfono. Y una vocecita agradable dice ‘’mírenlos! Son hermosos!’’. Nos cuenta
que son habitantes de otro planeta y que tenían miedo de venir porque tal vez
nos caían mal, o nos daban miedo. Y que estaban contentos de que los hubiéramos recibido.
Luego la bola se fue tan rápido
como vino.
Guille, Pauli y yo, sin mirarnos,
corrimos adentro a contarles a todos lo que vimos.
La mayoría no nos creyó. Mi
abuelo se rió un poquito y se prendió un cigarrillo, mi abuela se sonrió y dijo
‘’ay, mi amor’’, mis tíos nos dijeron que no fuéramos pelotudas, que a Gregorio
le iba a dar miedo, Norma dijo ‘’¿y cómo no?, puede ser’’, y mi mamá dijo ‘’¡ay! ¡¡Mis amigos!!’’, lloró de la emoción, se lamentó no haber presenciado el hecho.
Se quedó parada un rato largo, en la galería, mirando al cielo, esperando a sus
amigos, pero no pasó nada.
En fin, sacando la bola, fue
una Navidad como cualquier otra.