La mañana arrancó conmigo perdiéndome en Buenos Aires a las
8 am.
Intentaba tomar el 86
que va para Paseo Colón y Av. Brasil desde la parada de los que vuelven. El
chofer me dijo ‘’no, tenés que ir del otro lado''. Ah, bueno, agarré y empecé a caminar para el otro lado.
Se me acerca el colectivo con el chofer y pasajeros arriba. Chofer me dice ''subí que te llevo hasta la
parada de enfrente y de ahí cruzás’’. Lo miré, dudé, miré si había gente arriba del colectivo. Había.
Si, yo tampoco lo podía creer.
No me cobró.
Mientras daba la vuelta y me acercaba, el hombre me explicaba que tenía que cruzar la peatonal y a unos veinte metros del local de no me acuerdo qué, estaba la parada. ''Pero a Paseo Colón y Avenida Brasil también te llevan el 64, el 8 y el 29''.
Una Josefina muy anonadada, se dirigió entonces a la parada correcta.
Luego, el armado del set en el estudio fue muy fluido. Todo
muy organizado y amistoso, eso es normal donde trabajo.
Lo malo empezó a pasar alrededor de las 10 am, cuando
salí a hacer compras para el utilero y me encontré con que en Parque Lezama
habían dejado a un perrito cachorro, de unos 10 días, con sarna, encerrado en
una caja con cinta scotch. De modo que la cinta le hacía de rejas y el perro no
podía salir.
Cuando vi desde lejos que la caja se movía, tuve un arcoiris
de sensaciones horribles. Que si era un perro, un gato o un bebé. Les pregunté a
unos que estaban ahí, con la birra, si eso era un perro. Me dijeron
que no (no sé qué entendieron). Poco importaba. Corrí hasta la mitad de Parque
Lezama en busca de andá a saber qué. No, pelotuda, a dónde vas.
Los
de la birra me miraban. Volví hasta el perro, le saqué una foto, la subí a
Instagram y la compartí en Facebook. Le escribí a mi novio, a mis amigas y a mi
familia.
Mi novio me pasó números de teléfono, de Sanidad Animal de
la Ciudad, de comisaría de la comuna 14, de protectoras de animales. Nadie se
pudo hacer cargo. Me volví al set porque ya no podía estar tanto tiempo afuera.
El utilero necesita una canilla. Salgo con la esperanza de
que el perrito ya no estuviera.
Pero estaba. Debajo de la caja.
Se le había dado vuelta y
ahora la caja saltaba. Corro, doy vuelta la caja. Pido ayuda nuevamente a la
gente que pasa. Los que estaban al pedo siguen estando ahí, al pedo, tomando
cerveza. Nadie puede hacer nada, ni yo misma.
Sigo mi camino puteando y llorando sin lagrimas, compro la canilla que necesitaba el utilero y de paso compro el
almuerzo para todos.
En la rotisería les cuento a los empleados lo que está
pasando y les muestro la foto. Me dan números de veterinarias. Llamo.
No pueden
ir a buscarlo, lo tengo que llevar. Pero no puedo, les digo, estoy trabajando.
Por favor,
tiene sarna. No pueden.
Me voy.
Sigue ahí, la caja se volvió a dar vuelta, ahora el perro quedó pegado a la
cinta scotch. Trato de despegarlo. Pasa un señor con la camisa bordada con ‘’Espasa’’.
Le muestro lo que está pasando, mientras pongo el perro a la sombra. El hombre
me dice que él se lo llevaría pero viene a laburar caminando desde provincia
(mentira, se debe tomar un bondi, pero bueno). Y que ahora va a ver si le puede
traer un poco de agua. Porque está sin agua y sin comida.
Me vuelvo al set.
Me piden que les pida a los modelos de lunes y martes que me
manden fotos de sus manos, excusa perfecta para prender la computadora y buscar
ayuda más cómodamente. Prendo.
Busco en Google ‘’Sociedad Protectora de Animales Parque
Lezama’’. No aparece una puta sociedad protectora. Pero aparece una página con
los datos de muchas organizaciones que ayudan. Llamo a las de capital.
Compulsivamente.
Nadie me atiende.
Mando un mail al Campito Refugio, me responde un robot automáticamente
que avisa un montón de cosas, entre otras que ellos no van a buscar animales
sino que hay que llevarlos, pero que igual no tienen demasiadas vacantes por día.
Empiezo a compartir la foto que ya había compartido. También compulsivamente.
Finalmente son las 5pm, las fotos en el set ya están hechas y casi
editadas, los modelos ya se fueron, con lo cual ya se está yendo la
maquilladora también.
‘’Marian por
favor cuando vas a buscar el auto, fijate si en Parque Lezama, sobre Av.
Brasil, a la mitad, al lado de un tarro de basura, está el perrito, así ahora
me lo llevo’’.
Pasa. ''No está más''.
Le pido a la puta
divinidad que reina este planeta que se lo haya llevado una buena persona, que
lo cure y que lo quiera. Respiro hondo, pero el nudo no se va. Se va a ir desanudando
en un rato, cuando me pase algo, otra cosa.
Llamo al flete para que venga porque hay que cargar una
pared de baño que se construyó para la ocasión. Que ya está llegando me dice.
(Pero cómo Checo, si yo no te había llamado?! Estabas muy al pedo o tenemos
telepatía?). Uy, genial le digo.
Juntamos todo, cargamos. Me voy con el Checo a
los del Gaucho (si, así, como en el interior).
Vamos saliendo intolerantemente despacio y con
tensión, esa tensión tan nuestra. Esa del auto que avanza veinte centímetros
entre un auto y otro aunque el semáforo esté en rojo. Esa tensión del bondi en
la nuca.
Y eso que yo no
manejo.
Vamos hablando de viajes y de los destinos que cada uno
conoce. No sé cómo, como siempre, la conversación desemboca en el tema
político.
Y qué querés, con este chabón, me dice el Checo. Si, le
digo, se ve bravo. Si, igual yo no soy macrista ni kirchnerista (se ataja). A
este le tenía fe, pero está todo re caro. Si, a mi Macri no me gusta porque, entre otras cosas, no
le interesa la cultura, y eso quiere decir que va a haber mucha publicidad y
poco cine, y cine de los ricos, cine pobre, le digo (sí, haciéndome la re culta un poco). Si, qué se yo, a mí no me
gustaba ninguno de los dos. No, a mí tampoco.
Y ahí, mientras le estaba diciendo que a mí tampoco y miraba
sin ningún tipo de atención (veía) el reloj ese inmenso con puertas y ventanas
que está en la plaza de Retiro, en ese momento. Levanté la vista y no pude
seguir hablando. Estaba entrando tanto no sé qué, que no podía entender.
Era inmensa y flameaba tan lento, y el sol le daba de una manera
tan especial que en ese momento y ahora,
mientras escribo esto, se me llenaron los ojos de lágrimas.
Era como una epifanía de la argentinidad. Nosotros, dos
seres totalmente mediocres, compañeros ocasionales de laburo, diciendo que a
ninguno de los dos nos gusta nada. Tan argentinos. Tan culo lleno.
Y ahí estaba ella, para
decirnos que no fuéramos tan pelotudos y dejáramos de quejarnos.
Y en ese momento, cuando todavía faltaban cinco horas para
que yo terminara de trabajar, pensé:
Esto me pasa por ser tan sensible. Donde yo veo una metáfora
hermosa y tragicómica de la argentinidad, tal vez otra persona sólo ve una
bandera muy grande y no le da pelota porque se está quejando.
Hoy fue un día con demasiadas emociones. Increíble, tremendo
y hermoso. En ese orden.