21.8.15

La Navidad pasada

 En la casa de mis abuelos maternos estamos los mismos de siempre y más: mis tíos, mis primos, mis abuelos, mi vieja, Norma y yo. No sé por qué, todos están muy cabizbajos. Mi abuelo tirado en una reposera adentro de la casa, tiene cara de estar triste, Norma llora porque extraña a su hermana que murió hace poco, mi vieja está encerrada en la despensa creo que planchando, pero sé que está haciendo eso porque no quiere contagiarse la mala onda de los demás. Mi abuela trata de levantarle el ánimo a Norma y mis tíos charlan con Gregorio, mi único primo varón.
 Hay tormenta de verano, de esa que aterra por la quietud de toda la tarde y luego se desata de un momento a otro, con rayos, vendabal y techos que se vuelan. Con mis primas estamos aburridas. Se ven rayos muy potentes, creo que hubo algún tipo de alerta meteorológica y por eso no estamos cenando, no lo sé, mejor no preguntar.
 Salimos a la galería, que está como cuando era chiquita, con los marcos de las ventanas hechos, pero las ventanas vacías, sin vidrios, ni tejido, ni plástico. Se ve claramente el cielo, completamente negro y las estrellas, todas, y la luna  también, chiquititas, juntas, lejísimo, como si la galaxia se hubiera alejado del planeta tierra, o el planeta de la galaxia, no sé.
 Mirando ese fenómeno, que le agrega una cuota de tristeza al panorama familiar, vemos aparecer una estrella que es de color rojo. Se mueve entre las demás estrellas, y se hace cada vez más grande. Pensamos que es un avión, pero en tres movimientos, la luz está a diez metros de nosotras. Es una pelota transparente, muy parecida a una de esas que cuelgan del arbolito navideño, adentro tiene brillos, como brillantina, roja, y emite una luz amarilla que al pasar por los brillos rojos, se hace roja.
 La bola está suspendida ahí frente a nosotras. Y nosotras, inmóviles. Yo tengo miedo y espero lo peor. Estoy casi segura de que me van a llevar y voy a volver a la Tierra con otro cuerpo, o con el cerebro formateado. 
 Pero no, la bola está suspendida frente a nosotras, que nos quedamos en silencio, mirándola.  Se agita un poco, muy poquito, emite un sonido alienígena, que tranquilamente se puede confundir con el sonido que hacía la conexión a internet por teléfono. Y una vocecita agradable  dice ‘’mírenlos! Son hermosos!’’. Nos cuenta que son habitantes de otro planeta y que tenían miedo de venir porque tal vez nos caían mal, o nos daban miedo. Y que estaban contentos de que los hubiéramos recibido.
Luego la bola se fue tan rápido como vino.
Guille, Pauli y yo, sin mirarnos, corrimos adentro a contarles a todos lo que vimos.

 La mayoría no nos creyó. Mi abuelo se rió un poquito y se prendió un cigarrillo, mi abuela se sonrió y dijo ‘’ay, mi amor’’, mis tíos nos dijeron que no fuéramos pelotudas, que a Gregorio le iba a dar miedo, Norma dijo ‘’¿y cómo no?, puede ser’’, y mi mamá dijo ‘’¡ay! ¡¡Mis amigos!!’’, lloró de la emoción, se lamentó no haber presenciado el hecho. Se quedó parada un rato largo, en la galería, mirando al cielo, esperando a sus amigos, pero no pasó nada.


En fin, sacando la bola, fue una  Navidad como cualquier otra.