25.5.21

El día que aprendí a mentir

Declaro que hoy, lunes 17 de mayo de 2021, es el día que más mentiras dije en mi vida.

Tengo mucho tiempo muerto. No libre. Muerto.
Estoy en Migraciones esperando para renovar por última y bendita vez la residencia en México. Como si fuera un castigo por todas las mentiras que dije para estar donde estoy ahora, y por todas las que diré en breve cuando me pregunten a dónde trabajo, para quién, cuánto gano y qué actividad desempeño, no puedo usar el celular.
Entonces me dedico a ver lo que pasa a mi alrededor: Unos señores con guardapolvo embadurnan con una pasta blanca los vidrios esmerilados que rezan INM calado y retiran la pasta con un escurridor pequeño, dejando un caminito inmaculado que me da muchísimo placer.
La gente que recibe papeles y los multiplica en fotocopias, habla sobre si pedir arroz empanizado o no se qué otra cosa también empanizada para una comida que no entiendo si es el desayuno o el almuerzo, porque son las 8.30 de la mañana.

Recién vino un policía a decirme que es la última vez que me avisa que no puedo usar el celular, aunque yo ya sabía que no podía usar el celular pero qué me importa si soy argentina y por mis venas corren mate y rebeldía infundada.
Por suerte traje un cuaderno y una birome, y puedo escribir todo esto.

El viernes pasado por la mañana mi jefe decidió que, para agilizar los trámites renovación de mi visa, diríamos que este martes, mañana, tengo que viajar a Los Angeles por trabajo. Dato que mi memoria borró por completo, supongo que porque vengo saliendo de un volcán de mentiras y tengo la cabeza tan saturada, que inconscientemente decidí no formar parte de eso.

Pero sucedió que el lunes muy temprano en la mañana, tres abogados me rodearon como hadas madrinas de la migración, y me convirtieron en una migrante legal con permiso para trabajar. 
Para eso tuve que mentir. Muchísimo.

A mi la mentira es algo que, además de no gustarme, me resulta muy dificil. Sin embargo, algo pasó este lunes que hizo que le tomara el gusto a mentir:
Una de las abogadas me preguntó por qué tenía que ir a Los Angeles. En ese momento recordé la mentira originaria, y comprendí que era necesario perpetuarla para no quedar mal. Entonces respondí que por trabajo.
Me preguntó qué tenía que ir a hacer, respondí que a filmar un comercial.
Preguntó que un comercial de qué, y aquí es cuando se abrió la compuerta de la mentira, respondí que un comercial para los Juegos Olímpicos, para una reconocida marca de refrescos, y que íbamos a filmar a una celebridad cuyo nombre yo no podía decir porque teníamos un NDA firmado.

Inventé una historia, en la que aún no tenía los pasajes de avión porque viajo tan seguido por trabajo que me sacan los pasajes casi en el momento, Me iba a quedar unos días más en Los Angeles para vacunarme, para luego poder evitar hisoparme cada vez que filmo, que es prácticamente todas las semanas. Y así fue que pasé aproximadamente 40 minutos mintiendo con total coherencia.
Se sintió tan divertido como actuar, solo que no había ningún tipo de acuerdo entre mi interlocutora y yo, más que que yo hablaba y ella me creía, o al menos me escuchaba y preguntaba más.

En la euforia del mundo inventado, pensé ''Esto le debe haber pasado a Chelo''. 
Recordando al uruguayo con el que salí los últimos tres meses: Una noche, fortuitamente, descubrí que seguía casado con la madre de sus hijos. A la mañana siguiente descubrí que también tenía una pareja acá en México. Durante la tarde de esa mañana las tres mujeres involucradas, descubrimos que nos mentía.
Esa tarde, cuando le pregunté por qué había mentido tanto, Chelo respondió que porque se le había ido de las manos.
Es curioso, porque en el discurso de Chelo, las palabras ''mentira'', ''mentir'', ''engaño'', no existen. Sin embargo toda su vida y la de su entorno cercano, se estructuró durante años en base a esto: la mentira, mentir, y el engaño.

Chelo no leyó El Aleph y, aunque posiblemente ésta sea la única verdad que me dijo, dudo que haya leído los libros que me dijo que leyó. Porque, además de ser un mentiroso al que en retrospectiva no le creo absolutamente nada, es raro que alguien que lee mucho no haya leído El Aleph.

Una vez le conté que siento que México es El Aleph, porque todo es posible todo el tiempo a toda hora. Y el tipo no sabía de qué le hablaba. Pero no le hacía falta, porque resultó que él mismo era El Aleph. Mucho menos borgeano, sin embargo, más tirando a Arltiano. Probablemente un loco de los Siete, seguramente Erdosain: un fracasado con un plan ridículo.

En esta persona amable y cariñosa, que lloraba por las mañanas porque extrañaba a sus hijos, convergían las mentiras más innecesarias y las acciones más viles que una mente, o tres o cuatro o quién sabe cuántas, puedan soportar a posteriori.

Porque lo malo de las mentiras, como las drogas, es lo que viene luego, con la realidad: la verdad, la ruptura del ensueño, la pared a mil kilómetros por hora y nosotros que seguimos siendo de carne y hueso.

A fin de cuentas, Chelo me enseñó a mentir justo cuando lo necesitaba. Nosotras, a cambio, le mostramos que es mejor decir siempre la verdad.