24.10.19

La fórmula de la Coca Cola

Hace unos ocho minutos me dí cuenta que
estar muerta sería como tener todas las respuestas,
conocer todo el mundo.

Habitar este mundo,
comer,
cagar,
dormir y, lo peor,
despertar
en el mismo mundo conocido
todos los putos días
sería el infierno mismo.

Si se terminaran las preguntas,
se terminarían las respuestas.

En lo que a mí respecta,
por ahora,
nunca tengo respuestas normales.
Sería muy difícil que de mi boca salga:
20 millones
verde

no
mañana
así, como verdades completas,
a secas, totales, cerradas.

Siempre de mí saldrán ramas-respuestas.
Porque por dentro soy un poco un arbolito.
Un bonsai.

Y así toda ramificadita por dentro,
esta mañana me pregunté,
mientras tomaba el mismo café negro de siempre,

en qué momento la mesa de un bar,
tan ajena a mí,
se convierte en mi territorio?
Es cuando me amigo con la luz?
Es cuando me apropio del servilletero y hago bolitas de papel?
Es cuando me siento con la confianza suficiente como para suspirar con sonido?

E inevitablemente
me transporté al Cementerio de la Chacarita
y a mi madre suspirando,
y a la frase ''el suspiro es aire que sobra
por alguien que falta''.

Y a mi mamá llorando la muerte de José,
o tal vez llorando la angustia
de no saber si iba a poder cargar con tantos recuerdos ella sola.

La amistad siempre es un acto de fé.
Como la fórmula de la Coca Cola.

11.10.19

El Machu Picchu celeste y blanco

Estoy sentada en unas escalinatas,
en la puerta de un lugar que alberga un perrito
que ha ladrado constantemente desde que me senté.

Acá todo es perritos.
La gente los pasea en silencio,
hablando,
sola,
acompañada.
Se pasean mutuamente.

La calle es silenciosa gracias a que todos los autos pasan despacio,
gracias a que está permitido estacionar en doble mano,
y eso quita espacio para patrulleros,
ambulancias,
camiones,
buses
y vehículos de gran porte.

Por eso puedo escuchar a los pajaritos
que se mueven entre los árboles
y se acomodan para dormir.
Duermen los pájaros?

Está por llover y hay un olor raro,
feo,
a humedad
y a viejo.

Primero creo que sale de la vereda llena de verdín,
pero puede que venga de la ventana del sótano que tengo al lado,
o del cadáver que está adentro de la casa abandonada,
que está entre medio de esas dos casas elegantes,
a la que no entra nadie más que una rama del árbol del frente,
por una ventana,
como se debe entrar a las casas abandonadas en barrios elegantes.

En la avenida gritan.
Se escuchan bocinas,
sirenas,
la tapa de la coladera que está floja hace meses,
y que cada vez que le pasa un camión por encima,
parece un atentado.

La señora de la agencia de viajes cierra la oficina y se va.
Pasa mirando mi cuaderno mientras escribo esto sobre ella.
Quizás sea lo más extraño que le suceda hoy.

Para mí lo más extraño es saber que una agencia de viajes
puede sostenerse a pesar de estar empapelada de fotos desteñidas.

A quién le llama la atención el Machu Picchu
celeste y blanco?

10.10.19

El enmascarado


Muchas noches y viajes,
que podría aprovechar para dormir,
me desvelo imaginando
cómo sería el relato de un enmascarado 
que entra inconsciente al hospital 
y luego nadie nunca más lo reconoce 
cuando los médicos le sacan la máscara.

En los peores momentos, 
escribir es como un barquito que me lleva a navegar 
y me mece hasta que me duermo en alta mar.

Mis amigos no me leen.
Y está bien
no los culpo
pero tampoco voy a negar
que el hecho de que no me lean
es como que me permitan pintarles el frente de la casa
con aerosol.

Papeles diciendo lo que estoy dejando morir,
y que el dinero es el objetivo de los que no tienen sueños.

Te quiero ver
necesitando un abrazo
y no teniendo a nadie cerca
a quien abrazar.

Cuántos mililitros de lágrimas hay que llorar
para que se pase la angustia?

Será que no puedo con todo lo que quiero?
Será que quiero demasiado?

8.10.19

Hasta que se rayen los discos

La tecnología de punta llegó a mi casa en el año '98, en los mismos días en que descubrí que la viruta de los crayones era un material excelente para hacer collages.
Era el color mismo en mis manos, podía mezclarlo, molerlo más chiquito, hacer polleritas de un color completo.
A pesar de que era un material muy frágil, yo podía tocar el color.

Un día de esos entraron los señores de la mueblería a interrumpirme el collage.
Traían una mesa rarísima de fórmica que tenía cavidades: una rectangular vertical abajo a la derecha, una repisa con rueditas que hacían que la repisa se pudiera guardar, y una repisa arriba de todo, que era fija, inamovible.

Nadie me dijo qué era o para qué era ese mueble tan extraño, pero cuando los tipos de la mueblería se fueron, moví la silla de mimbre desde la mesa donde estaba hacia esa mesa nueva.
La repisa que se guardaba era excelente, me quedaba a la altura de las manos, podía dejar collages a medio hacer y toda la viruta de colores ahi arriba porque total se guardaba. La mesa repisa se guardaba.
Qué maravilla de invento, pensaba yo. Nada me regocijaba más en el mundo que tener un poco de intimidad guardada ahí y lista para usar cuando yo quisiera.

Pero un día el esposo de Laura, la amiga de mi mamá, que trabajaba en la Papelera pero era muy entendido en informática, vino con un monitor, un CPU, un teclado y otro tipo. Era la computadora.
Otra vez nadie me explicó demasiado, pero dado el ahinco con el que yo ví, unas horas después, que mi mamá intentaba hacer caminar una tortuga de bits con un sistema rarísimo que se llamaba MS-DOS, entendí que era algo necesario para evolucionar.

Entonces volví a la mesa anterior, fija, sin repisas y sin cavidades, con mis collages y mis crayones, y cuando mi mamá pudo hacer que la tortuga le respondiera, fui el conejito de indias de mi mamá y de la tortuga.
Y mi felicidad tuvo que amoldarse a lograr que la tortuga dibujara una letra o un número.

La verdad que siempre preferí los collages, pero los de la mueblería, el marido de Laura y el otro tipo, habían hecho tanto esfuerzo, y mi mamá estaba tan emocionada regalándome CD Roms de Aníbal por el mundo, que me vi en la obligación de amortizar todos esos esfuerzos usando la computadora hasta que la compactera rayara los discos.

2.10.19

Toser el desayuno

Marcela tose café, saliva y migas de tostada sobre el periódico La Libertad que acaba de abrir.
Es la primera mañana en su pueblo de la infancia, y el hecho de no revisar Facebook con asiduidad, ha hecho que se entere poco y nada de lo que acontece en ese mundito.

Dos años han pasado desde que Marcela decidió irse a vivir lejos, tan lejos como fuera posible, y ahora la vecina pispiadora se entera de que ha vuelto porque Marcela se acerca a la ventana que da a la calle conteniendo la respiración, con los brazos levantados y la mirada fija hacia adelante para estimular al bolo alimenticio descarriado para que retome el camino correcto.
La mirada de la vecina en la ventana de enfrente, demasiado cercana a la suya porque la calle es finita, interrumpe el procedimiento de desatore de Marcela que se da cuenta que puede que parezca Muhammad Ali ganando un round.
Se saludan con la mano y una sonrisa que se le convierte en tos y lágrimas de nuevo.

Ojalá hubiera alguien para darle una palmadita en la espalda. Pero mamá salió a comprar facturas para el mate, y papá vive en San Antonio de Areco.

Marcela toma un trago de agua de la canilla, por suerte en el pueblo todavía se puede hacer eso,
y mira, con la cadera apoyada en la mesada, y un piecito arriba del otro, el periódico que quedó arriba de la silla. La saliva ha hecho una aureola alrededor de cada miga pegada sobre la foto de un tipo que han encontrado asesinado en un campo hace unos días, luego de varias semanas de desaparecido.
Con ese tipo, cuando eran chicos, Marcela compartía Bombuchas y jugaba al carnaval en la vereda, que ahora pisa poco pero intenso.

El autor intelectual, y aún no se sabe si material, del hecho, fue otro tipo de la misma edad más o menos, al que conoce de vista, y al que le otorgaron prisión domiciliaria.

Pero lo que a Marcela la hizo toser el desayuno sobre el periódico La Libertad, fue ver una carta de lectores del tipo que la violó cuando eran adolescentes, y que hoy anda como pancho por su casa por su pueblo, en la que reza ''qué país generoso'' y propone una remake de Fuenteovejuna para corregir al asesino hasta la muerte.

Marcela tiene la presión en 25 y unas ganas incontenibles de retorcerle los huevos hasta disecárselos, y recuerda, como en una epifanía pero al revés, por qué eligió irse lo más lejos posible.

Aunque su madre siempre termina convenciéndola de volver por unas facturitas recién hechas.