2.10.19

Toser el desayuno

Marcela tose café, saliva y migas de tostada sobre el periódico La Libertad que acaba de abrir.
Es la primera mañana en su pueblo de la infancia, y el hecho de no revisar Facebook con asiduidad, ha hecho que se entere poco y nada de lo que acontece en ese mundito.

Dos años han pasado desde que Marcela decidió irse a vivir lejos, tan lejos como fuera posible, y ahora la vecina pispiadora se entera de que ha vuelto porque Marcela se acerca a la ventana que da a la calle conteniendo la respiración, con los brazos levantados y la mirada fija hacia adelante para estimular al bolo alimenticio descarriado para que retome el camino correcto.
La mirada de la vecina en la ventana de enfrente, demasiado cercana a la suya porque la calle es finita, interrumpe el procedimiento de desatore de Marcela que se da cuenta que puede que parezca Muhammad Ali ganando un round.
Se saludan con la mano y una sonrisa que se le convierte en tos y lágrimas de nuevo.

Ojalá hubiera alguien para darle una palmadita en la espalda. Pero mamá salió a comprar facturas para el mate, y papá vive en San Antonio de Areco.

Marcela toma un trago de agua de la canilla, por suerte en el pueblo todavía se puede hacer eso,
y mira, con la cadera apoyada en la mesada, y un piecito arriba del otro, el periódico que quedó arriba de la silla. La saliva ha hecho una aureola alrededor de cada miga pegada sobre la foto de un tipo que han encontrado asesinado en un campo hace unos días, luego de varias semanas de desaparecido.
Con ese tipo, cuando eran chicos, Marcela compartía Bombuchas y jugaba al carnaval en la vereda, que ahora pisa poco pero intenso.

El autor intelectual, y aún no se sabe si material, del hecho, fue otro tipo de la misma edad más o menos, al que conoce de vista, y al que le otorgaron prisión domiciliaria.

Pero lo que a Marcela la hizo toser el desayuno sobre el periódico La Libertad, fue ver una carta de lectores del tipo que la violó cuando eran adolescentes, y que hoy anda como pancho por su casa por su pueblo, en la que reza ''qué país generoso'' y propone una remake de Fuenteovejuna para corregir al asesino hasta la muerte.

Marcela tiene la presión en 25 y unas ganas incontenibles de retorcerle los huevos hasta disecárselos, y recuerda, como en una epifanía pero al revés, por qué eligió irse lo más lejos posible.

Aunque su madre siempre termina convenciéndola de volver por unas facturitas recién hechas.

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