8.10.19

Hasta que se rayen los discos

La tecnología de punta llegó a mi casa en el año '98, en los mismos días en que descubrí que la viruta de los crayones era un material excelente para hacer collages.
Era el color mismo en mis manos, podía mezclarlo, molerlo más chiquito, hacer polleritas de un color completo.
A pesar de que era un material muy frágil, yo podía tocar el color.

Un día de esos entraron los señores de la mueblería a interrumpirme el collage.
Traían una mesa rarísima de fórmica que tenía cavidades: una rectangular vertical abajo a la derecha, una repisa con rueditas que hacían que la repisa se pudiera guardar, y una repisa arriba de todo, que era fija, inamovible.

Nadie me dijo qué era o para qué era ese mueble tan extraño, pero cuando los tipos de la mueblería se fueron, moví la silla de mimbre desde la mesa donde estaba hacia esa mesa nueva.
La repisa que se guardaba era excelente, me quedaba a la altura de las manos, podía dejar collages a medio hacer y toda la viruta de colores ahi arriba porque total se guardaba. La mesa repisa se guardaba.
Qué maravilla de invento, pensaba yo. Nada me regocijaba más en el mundo que tener un poco de intimidad guardada ahí y lista para usar cuando yo quisiera.

Pero un día el esposo de Laura, la amiga de mi mamá, que trabajaba en la Papelera pero era muy entendido en informática, vino con un monitor, un CPU, un teclado y otro tipo. Era la computadora.
Otra vez nadie me explicó demasiado, pero dado el ahinco con el que yo ví, unas horas después, que mi mamá intentaba hacer caminar una tortuga de bits con un sistema rarísimo que se llamaba MS-DOS, entendí que era algo necesario para evolucionar.

Entonces volví a la mesa anterior, fija, sin repisas y sin cavidades, con mis collages y mis crayones, y cuando mi mamá pudo hacer que la tortuga le respondiera, fui el conejito de indias de mi mamá y de la tortuga.
Y mi felicidad tuvo que amoldarse a lograr que la tortuga dibujara una letra o un número.

La verdad que siempre preferí los collages, pero los de la mueblería, el marido de Laura y el otro tipo, habían hecho tanto esfuerzo, y mi mamá estaba tan emocionada regalándome CD Roms de Aníbal por el mundo, que me vi en la obligación de amortizar todos esos esfuerzos usando la computadora hasta que la compactera rayara los discos.

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