23.11.18

Dormir con fiebre

Tuve fiebre toda la noche.
Entre sopores y escalofríos soñé con mi abuelo.
Tenía la barba crecida un centímetro, lo cual significa un estado de abandono importante en él.
Estaba en el comedor de su casa, en la ventana donde yo jugaba a tener rayos equis, con ese mismo sol que lo iluminaba en mi sueño.
Tenía un animalito a upa, no me acuerdo si era un perrito o un corderito pero era blanco.
Se reía.
Me desperté llorando como siempre que tengo fiebre.
Extraño a mi abuelo
Está vivo
pero está muy lejos.

21.11.18

Una semana en el fin del mundo

Me mandaron una semana al Faro Les Éclaireurs, el del fin del mundo.
A cuidar el agua, si, una locura.
Es mi primer día acá.
Los pingüinos son muy simpáticos, pero a las cuatro horas de mirarlos hacer cosas graciosas que ellos no saben que son graciosas, ya me aburrí.

De un momento a otro va a anochecer y será mi primera noche acá.
Me está dando entre ansiedad y desesperación.
Me quedan seis días de esto.
Traje un libro pero lo tengo que dosificar porque a este ritmo me lo termino mañana junto con el desayuno.

Se hace de noche y los pinguinos duermen.
Algunos roncan, o pareciera que roncan.

En este montículo de piedras me siento más encerrada que nunca
quiero salir pero no sé a donde, si ya estoy afuera.
Hace un frio de cagarse, aunque cueste mucho cagar con frío, así decimos.
Todo lo que me era indispensable hasta hace unas horas, ahora no me sirve: las monedas, los billetes, el seguro médico.
Ni los ojos me sirven ya. La luz es toda una, el agua negra parece gelatina de tanto mirarla. Y el único contraluz que existe, lo tengo que buscar yo, anteponiendo el faro al sol, o mirando de cerca un pingüino.
Empiezo a pensar en los colores que no voy a ver en este tiempo, y me empiezan a hacer falta. Nada de violeta, amarillo, naranja. Todo rojo, negro y marrón.

Quiero ir a un lugar donde pueda hablar con alguien, donde sienta que puedo caminar y no hay fin, que esté seco.

Me saco el zapato, la media, me arremango un poco el pantalón y, con la pausa y los labios mordidos de un niño que sabe que meter los dedos en el enchufe está mal, meto los dedos del pie en el agua que quedó estancada en un grupito de piedras..

Ese será el contacto más cercano que tenga con la libertad durante esta semana.

20.11.18

No me quiero morir tarareando una de Arjona

Me gustan mucho las manifestaciones:
Lo que dice sin palabras,
la alternativa a su uso común.
Siempre desee que existiera una comunicación no verbal
una comunicación al nivel de las ideas
algo que no necesite caracteres.
Debe ser por eso que todo el tiempo vuelve a mí esa frase de mi amigo Diego que dice que la bicicleta es mucho menos social que la caminata.
No hablaba de bicicletas ni de pies.
Se refería a sentirse acompañado en un camino larguísimo.
A aprender
lo que sea
del otro
y de uno

Me he tomado como una responsabilidad importante para mi conejito y para mí, aprender de todo lo que pueda:
de Biología, de bordado, de historia, de farándula, de conexiones eléctricas y de anillos adaptadores de EF a PL.

Es que no me quiero morir tarareando una de Arjona.

Y es que me encanta el orgasmo cerebral que significa darme cuenta que aprendí algo.

Ojalá existiera un disco que nunca jamás repita temas.
Sería muy Borgeano, o tal vez de Spinetta.

Y seguro, seguro, se parecería al amor de algunas personas
tan hermoso
tan cambiante
tan auténtico
aunque dure dos horas o veinte años
me encanta ese amor.

8.11.18

Rapsodias bohemias

El plan de ir al cine fue mío. En ese momento no consideré la alta posibilidad de que al llegar a casa aún no hubiera agua, hace nueve días que no hay, y que tuviera que salir en busca de más.
Me tomé una cerveza con unos espárragos que compré en un puesto de la calle sin bajarme de la bici (Mexico es un pueblo de 22 millones de habitantes), y cuando salía al supermercado me crucé con la vecina.
Fuimos juntas a hacer las compras, y luego me invitó a tomar una cerveza a su casa.
Tenía media hora reloj para tomar una cerveza, agarrar la bici y encontrarme con las chicas en el cine. La película empezaba a las 21.45, calculé media hora de publicidad, pero no calculé la gran posibilidad de perderme.
En una rotonda.

Como en algo que hubiera escrito Lewis Carroll, di cinco vueltas completas en bicicleta a la rotonda, con celular con GPS en la mano, hasta encontrar en cuál de todas esas callecitas tenía que doblar a la derecha. Viendo que se hacían las 21.09, las 21.11, las 21.17...
Cuando por fin encontré la calle por la que tenía que seguir camino, me di cuenta que era la misma por la que venía, pero que parecía una vereda, no una calle, y creo que por eso no la había visto. Serpenteando por entre medio de los autos y pasando semáforos en rojo con mucho cuidado, pero con dos birras encima, me choqué una moto con motociclista y todo. Y, como si fuera cosa de todos los días, me apoyé en su hombro para darme envión y seguir viaje.
El de la moto me siguió unos metros bastante asustado preguntándome si estaba bien. Que sí, gracias.
Llegué al cine, entramos cuando la peli ya había empezado.
Rapsodia bohemia.Todo fue normal, una peli comercial, pochoclera, más. La prótesis dental del que hace de Freddy un poco por demás exagerada, y un intento extremo e implícito, por justificar lo gay con un momento intenso de drogas y excesos en la vida del protagonista y, por supuesto, su homosexualidad no es su culpa sino que es culpa del que lo tienta y que, obviamente, luego lo traiciona reiteradas veces, porque los gays son absorbentes y malos, sobre todo malos.

La peli terminó con ''Dont stop me Now'', pero mí noche termina recordando el verano en que todas las putas mañanas desperté a mi prima Pauli poniéndole el celular en la oreja al sonido de "Tonight I gonna have myself a real goodtime". Las primeras dos o tres mañanas, logré reproducir la canción hasta "I fee ali i i ive, and the world...", y el resto de las mañanas, cuando llegaba a la parte de "...real goodtime..." Ya estaba ligando sopapos y haciéndome una buena reserva de venganzas que serían recibidas con el paso del verano, los alacranes y los 50 grados en Santa Fe.

6.11.18

Mañana con trencitas

Hoy me tocó trasladar ocho cajas que, cada una, pesaba lo que un niño de 4 años promedio. 
Me habían dicho por teléfono anoche, que cada caja pesaba diecisiete kilos, y que pidiera ayuda para subirlas a mi casa.
Pero diecisiete kilos pesaba cada una de mis primas cuando tenían seis años, pensé yo, que a esa edad sabía cuánto pesaba todo el mundo porque era obesita y estaba traumada.
Anoche subí las cajas sin problema y sin ayuda.
Hoy a la mañana no fue tan fácil como anoche. Por suerte el señor del Uber me ayudó a cargarlas en el auto. 
Ocupaban mucho espacio y a mí me dolían los ovarios.
Por suerte, puedo decir ‘’por suerte’’ porque la verdad es que mi escaso tamaño en general me ayuda mucho a moverme con facilidad, pude meterme debajo de una de las cajas y viajar en el asiento delantero.
La caja era tan grande que tuve que elegir ir mirando por la ventanilla o ir mirando al chofer, o ir mirando hacia adelante pero con la nariz aplastada en la caja.
Me decidí por la ventanilla.
Iba mirando la calle, los autos, la gente, los carteles. En un momento mis ojos fueron a dar al espejito retrovisor de la puerta, y me vi.
Y vi mi pelo, que lavé por ultima vez el domingo pasado en Puebla, porque en Ciudad de México está cortada el agua desde el 31 de octubre. Hoy es 6 de noviembre. Mi pelo ahí, duro, estoico, porfiado. Me dio entre impresión y vergüenza ir a trabajar así.
Arrastré mi nariz por el lateral de la caja hasta que logré mirar al chofer y preguntarle si sabía qué pasaba con el corte de agua.
Con sonrisa y casi risa, como si a él no le afectara no poder lavarse el culo, las patas o el pelo con comodidad, levantó ‘’El Publímetro’’, un diaro amarillista como el 85% de los diarios de acá, y me mostró un titular que decía que no habría agua hasta el fin de semana.
Volví a arrastrar mi nariz por el lateral de la caja hasta lograr mirar los autos, la gente y los carteles otra vez, y pensé ‘’mañana voy con trencitas’’.

1.11.18

No sé quién sos

Tardé una caja de saquitos de té de manzanilla, lo que duró la relación, en entender que Mirtha Legrand tiene razón.
''Como te ven, te tratan. Y si te ven mal...''
El público responde: ''te maltratan''.
Lo primero que temí, cuando lo ví venir por el lado contrario y me dí cuenta que venía a dejarme, fue no poder volver a escuchar mis discos favoritos porque me harían acordar a él.
Pero (claro) por suerte jamás habíamos escuchado mis discos favoritos porque siempre había que escuchar lo que él quería.
Así que volví a Axel Krygier, a Fémina, a Luiz Bonfá, a Tom Zé, y a todos los discos que he escuchado con gente que amo y que me recuerdan a ellos.
Lo segundo que temí fue que mi perfume me recordara a él, pero por suerte tengo la pequeña colección de perfumes que me fue armando mi madrina en cada paso por el free shop, así que si un día se me cantan los ovarios ponerme Kenzo para ir a yoga, me lo pongo, y a la puta que lo parió.
Lo tercero que temí, y sí sucedió, fue extrañarlo mucho a la mañana. Me había acostumbrado a despertar abrazada. Y sí fue doloroso, pero también me dí cuenta de que eso era lo único que extrañaba. Tal vez porque dormidos y amaneciendo somos inocentes y buenos, y no somos tan absorbentes, aunque dormir toda la noche envuelta en otra persona debe significar algo.

Lo mejor de todo fue el día que me dí cuenta de que ya no lo extrañaba: Ahí caí en la cuenta de que no sólo no lo extrañaba, sino que estaba siendo muy feliz.
Fue cuando buscando un mail, me puse a leer un mail suyo y no me dí cuenta de que era suyo sino hasta el final, cuando leí su firma.
A mí me pasa que reconozco a mis seres queridos enseguida, por una frase, por la voz, aunque ellos mismos no se identifiquen.
Al leer su mail y no reconocerlo, me di cuenta que no sólo no lo extrañaba más, sino que ya no lo conocía.