23.12.17

Mi punto ciego

Los vi.
Detenidos en el tiempo.
Comiendo lo mismo, sentados en los mismos lugares.
Con sus voces de siempre, sus comentarios de siempre, sus colores.
La madera, el machimbre, el espejo que deforma, los tomates rellenos, el reloj que hace ruido cuando hay silencio, la repisa de vidrio que empapelaban cuando éramos chiquitos para que no nos la claváramos en las sienes cuando corríamos, los souvenirs de los cumpleaños de quince y casamientos que están sobre esa repisa de vidrio.
La foto de cuando yo tenía dos años, la foto de cuando nació Pauli, la foto de Guille en pañales, la foto de Gregorio en el huevito, bebito, aquel fatídico 2001.
La mecedora.
El dedo que le falta al abuelo. Me había olvidado que a mi abuelo le falta un dedo.
Hablé con ellos, los ví, y no logré darme cuenta cuál era mi espacio vacío.
No pude ver mi silla.
Me sentí tan lejos pero con el alma ahí, aunque haya elegido no estar ahí.
El punto ciego era mi lugar. Yo soy mi punto ciego, como siempre.
Pienso en que esta vez mi abuela no va a venir a retarnos al cuarto porque estamos rompiendo el cubrecamas.
Esta vez no va a haber lucha libre en la cama de mis abuelos.
Y probablemente no la haya hasta que volvamos, un día, con nuestros hijos a cuestas, a retarlos nosotros por luchar sobre el cubrecamas de nuestros abuelos, sus bisabuelos.
Me di cuenta de todo lo que no elegí cuando elegí.
Me duele y me hace crecer.

17.12.17

Eros y Tánatos

Qué aburrimiento/pena/escozor me da
que no sepan ver la ventaja
de no temer, y en vez de eso, tener.
de compartir, no repartir
de vivir, no sobrevivir, con alguien con algo, no a alguien a algo.
de resolver contingencias y salir airosos
de cocinar rico y sentirse completos. 

Por lo menos diez minutos en este mundo complicado, sentirse completos.
Ay qué pena que busquen a mamá en donde no está.
Ay qué pena sus arquetipos del inconsciente individual.
Ay qué pena ustedes, tan cúbicos, tan estériles, tan alejados de la vida siempre. 

Legándonos a Tánatos, haciéndonos llevarlo en la sangre para siempre, por todas las generaciones.
Yo no quiero llevar a Tánatos conmigo. 
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Me duermo pensando en la desdicha de siempre siempre pretender/esperar/desear que Tánatos no esté tan presente en su sangre. 

Quiero convencerme de que esperar, cuando se trata de Tánatos, es en vano.
Que esperar es para otra gente, que yo no soy, no vine a este mundo, a esperar y tener buenos resultados. Y sobre todo yo no soy a la que esperan. A mí nadie me espera y nadie espera nada de mí.
Que yo soy más Eros que Tánatos, creo pues. Pero todos los Tánatos del mundo acorralan a Eros y lo amenazan. No lo tocan, solo lo amenazan.
Y Eros ahora tiene miedo, y yo también. Tenemos miedo de ustedes, Tánatos.
Córranse que queremos ser felices.

11.12.17

Imán en el pecho

Lo duro de estar lejos es no poder abrazar a los tuyos.

No llegaron a ser lágrimas.
Solo el pequeño estertor de la cosa que quiere salir y no puede.
Una repentina necesidad de sentir en mi pecho el pecho de mis amigos cuando nos abrazamos.
Esa fuerza que nos une como imanes en los polos opuestos.
Por momentos siento que hay un polo en el medio de mi tórax que está haciendo fuerza para atraer lo verdadero, el amor verdadero. El amor en fin. Siempre es verdadero, o no es.

Extrañar a las personas me parece caprichoso, querer que sean eternos, que se mantengan siempre en el mismo lugar es imposible, es desear que no suceda lo inevitable.
Lo que yo extraño no son personas, son los abrazos, momento sincero, lleno.

Quiero llorar y no puedo,
y me mata de miedo recordar las palabras de mi mamá diciéndome que la gente que no puede llorar está mal de la cabeza y del corazón.
 No quiero ser una adulta más, aunque todo me lleva a serlo.
Bloqueada emocionalmente, distante, fría, calculadora.
 No quiero eso.

6.12.17

El camino del héroe

En mi camino del héroe no hay héroes. 
Al final tal vez sí. Lo sabremos al final.
En el camino soy una más, doliendo todo: las contrapartes del momento, las figuras del pasado que vuelven como fantasmas a hablarme invisibles. A contarme que no puedo. A hablarme de cuán difícil va a ser todo, como un contrincante sucio, que no sabe jugar el juego entonces amenaza gratuitamente. 
Pero sigo el camino. El camino del héroe que no es héroe, en todo caso heroína, aunque tampoco lo es, lo soy. Lejos, lejísimos de ser heroína de mi camino, soy sólo una peregrina evitando chocar telas de araña grande y roja en la selva nicaragüense.
Sigo a pesar de la lluvia, que a veces es granizo, que a veces es sol rasante que calienta lindo hasta que duele, cuyo calor remueve animalitos que viven debajo de las piedras, en las cortezas de los árboles, en los huecos de la tierra. Que me dan miedo porque no los conozco, porque son lo otro, el no-yo.
La contraparte molesta porque a sí misma se molesta. 
La contraparte se tiene miedo entonces desea que todos los peregrinos tengamos miedo. Porque la contraparte no sabe del bien, de lo bueno, de lo bello, del querer sin más, reniega de sí.
Mentira, sí sabe. Pero mezquina.
La contraparte es, pobremente, eso, contraparte. Acostumbra a recibir y dar, pero a dar solo luego de recibir, con cuenta gotas, con mezquindad.
Pobre contraparte y sus fantasmas, mis fantasmas. Yo ya no los soporto.
Debe ser feo que no te soporten. Qué triste que nunca te soporten.
Al final del camino, si logro esquivar las telas de araña roja, seré una heroína de mi camino, y la contraparte seguirá siendo una pobre, pobrecita, contraparte.

5.12.17

La noche en que conocí el fondo del mar

Aviso para susceptibles: ésta no es una historia de amor, es una historia de rechazo. Lo cual sería equivalente a avisar que no es una historia de vida, sino de muerte.
Esta es la historia de la noche en que conocí el fondo del mar.

El 4 de agosto de 2016 toqué fondo. El fondo del mar. Un mar sucio y frío y solitario. Alguien, A          lguien. A. 
A me puso un plomo en el tobillo derecho, o izquierdo, no recuerdo, no importa. Y me hundió hasta tocar la arena pantanosa del suelo del mar.
Si alguna vez quien me lee ha tocado el fondo del mar, sabrá de la sensación de presión en los oídos. La sensación de que todos los órganos se comprimen y la sensación posterior de no saber si uno podrá llegar a tiempo a la superficie antes de asfixiarse.
A, así me sentí en el fondo de ese tu mar.
De pronto ese lugar era una tu cama, A, en la que yo estaba boca abajo, vomitando, siendo penetrada por una A persona que me duplicaba en peso y tamaño.
Como en el fondo del mar, los oídos me presionaban. Y lo único que se me ocurrió hacer, fue intentar calmarme y esperar a llegar a la superficie. La pequeña muerte de A fue mi superficie.
Cuando pude tomar aire, ya era la mañana siguiente. Atontada por la presión en los oídos, por el fondo del mar, por la sal, por la arena pantanosa de la que me costó salir, volví a mí casa y me olvidé de todo hasta un mes después, cuando pude escupir el agua que me había quedado en los pulmones.

No conozco el amor. Pero sí conozco todo lo contrario y el fondo del mar.

3.12.17

La última persona que me amó

La última persona que me amó, me dijo un día que le gustaba verme preparar el desayuno en bombacha y con cara de dormida cuando me despertaba a la mañana.
Fue la cosa más linda que me dijo alguien alguna vez.
Jamás me voy a olvidar de algo tan simple y tan grande.
Corazón de gelatina. Así de fuertes somos.

2.12.17

Decisiones estéticas

Cerrar un ojo para ver mejor. Más fino.
A veces por los dos ojos entra demasiada información.
A veces hay que elegir qué quién cuánto dejar pasar por el alma.
Pisarla despacio, pues es una sola. Como pasto nuevo, como césped recién sembrado. Ser cuidadosos con el pastito.
Mirar con un solo ojo, el derecho o el izquierdo, cada uno elegirá a su debido momento. A veces es tan necesario y siempre es tan difícil elegir. Sobre todo porque no se elige lo demás.
Dejar pasar menos luz, pero iluminarse más.
Dejar pasar menos luz como un diafragma que se cierra para tener mayor profundidad de campo.
Elegir cuánta luz pasa, qué luz, si tungsteno o luz día, si 3900 o 5600, luz de quién, luz de dónde, luz de qué. Principal, contra o relleno.
Elegir el lente, elegir el encuadre, la angulación, si horizontal o vertical.
Elegir lo mejor para uno.
Después de todo somos los dueños del álbum de fotos que se guarda en el alma.

30.11.17

Aprender a caminar

Me siento dando pasitos cortos, trastabillando. Dando un paso, deteniéndome. Dando tres pasos juntos cortitos y apresurados. Deteniéndome.
El cuerpo lleno de ganglios.
La cabeza llena de ideas.
Las piernas que me resultan insuficientes para tanto camino. Los pies que se me cruzan y casi me caigo.
Las manos que no me alcanzan para agarrar.
Las manos que no me alcanzan para dar todo lo que me gustaría dar.
Debe ser así como se siente un bebé cuando aprende a caminar. Los adultos lo sostienen y lo llevan de las manos unos metros hasta que se sostiene solito. 
Luego un día los músculos y los huesos ya le alcanzan para caminar por su cuenta.

Ahí estaba yo, en el metro de la Ciudad de México, entre la gente, entre las vendedoras de agua, de yogur sin cadena de frío, de tortitas de nata, yendo a trabajar de lo que siempre soñé, dando tres pasitos apurados y deteniéndome. 
Haciéndome amiga de los perros y de las personas. 
Todos nuevos, como si recién hubiera salido del útero de mi madre.


29.11.17

Mares

De pronto estaba en el mar. Flotaba boca abajo en la inmensidad y la quietud del agua que llega a la costa de la Isla Barú, en Colombia. Sabía que estaba lejos, pero me gustaba flotar y mirar los animales que pasaban por debajo mío. Estaba en paz como nunca, como ahora.
Sabía que en la costa había alguien que tenía que ver conmigo, pero flotar se sentía tan bien.
Me dí vuelta. Boca arriba los miré. Era mi familia. No eran muchos, pero eran ellos. Sobre todo mi abuelo. A los demás no pude distinguirlos, pero yo sabía que eran ellos. Los veía lejanos, chiquitos, borrosos.
Hasta ese momento había estado cómoda flotando. Pero me dio tristeza verlos lejos. Saberlos finitos. Saber que su finitud estaba, está, más próxima que la mía.
Me desesperé y, como aquella vez en Barú, quise nadar rápido para acercarme a la costa a saludar a mi abuelo. Pero me desperté antes de llegar. 
Me había dormido pensando en que tuve que venirme tan lejos para lograr sanarlos a todos en mí. Para entender que yo soy una propia, que no le debo nada a nadie, para lograr perdonarme el cuerpo y las lastimaduras del alma que me dejaron las bestias que atravesé desde los trece años hasta los veinticuatro. Once años de golpes que creía merecer. Todos perdonados en mí, no en ellos, y siendo sanados en mí, no en ellos.
Me acordé todo el día de la angustia de saberme lejos de ellos a pesar de estar flotando, en esas aguas hermosas. En estas aguas hermosas. 
Renegué por la negligencia de todos ellos durante estos años. Renegué porque me enseñaron tantas cosas pero no me enseñaron a querer. Renegué porque ninguna generación de mi familia supo nunca del amor, y ahora yo tengo que aprenderlo sola, y grande, y lejos. Y no sé si voy a poder.

Volviendo del trabajo, hoy, ví a un señor. Un albañil. Me recordó a mi abuelo. Se me empaparon los ojos. Paré un momento a pensar qué era lo que este desconocido generaba en mí para que me estuviera pasando eso.
Y me dí cuenta de que no me enseñaron del amor, pero sí me enseñaron tantas otras cosas. 
Y dejé de renegar por lo que no me dieron. 
Y empecé a agradecer por lo que sí me dieron: la fuerza de mi bisabuelo, que llegó a Argentina a los catorce años, creyendo que estaba en Uruguay. Que perdió a sus hermanos por desconocer el idioma, que perdió a su familia por no poder volver a Europa, que se casó con una mujer con la que no podía comunicarse, y a la que seguramente no amaba, que tuvo hijos con los cuales nunca pudo comunicarse, que fue alcohólico, que fue trabajador, que fue violento, que murió de viejo y seguramente de añoranza. Pero que logró sobrevivir en un mar oscuro, frío, lejano. Tan distinto al mar en el que floto yo.
Y me sentí feliz, en algún punto, por conservar esa fuerza heredada de mi bisabuelo, y por tener la suerte de estar en este otro mar.


No title

Es muy fácil decir mentiras. Se puede vivir diciendo mentiras. Pero hay que ser cuidadoso, porque entre todas esas mentiras que uno dice, se le puede escapar una verdad. Y ahí cagaste.

21.11.17

Aburridísimo

Ay pero qué aburrido vivir siendo tu propio verdugo.
No me gusta hablar con tu abogado.
No quiero comer con tu niñera.
Me aburre sobremanera escuchar hablar a tu madre, a tu abuela, a tu padre, a tu abuelo, a tu hermano mayor, a través de tu voz.
Deciles que se vayan, que yo vine a hablar con vos, a escucharte a vos, a TU voz.
¿O querés que se queden porque te da miedo verte en mí cuando estemos solos?

Del 8 al 21 de noviembre

Llegué a México el 8 de noviembre a las 12 de la noche. 
A las 14 horas tuve una entrevista de trabajo.
A las 15.30 horas me dijeron "bienvenida a la empresa". 
El 10 de noviembre a las 3 de la mañana empecé a vivir sola en una casa que no conocía, con una perra que no conocía, con vecinos, con calles, con ruidos a los que no estaba acostumbrada, con huéspedes intermitentes que vienen a quedarse un día o cinco, en el cuarto que sobra. 
El 10 de noviembre las 10.30 horas trabajé por primera vez en México.
El 11 de noviembre fui a una fiesta, tomé cocaína y dos israelíes rechazaron la oferta de hacer un trío. Volví a casa y tomé ácido. Sola. Me dormí.
El 12 de noviembre fui al shopping y me compré ropa.
Del 13 al 16 de noviembre trabajé hasta tarde. Un día de esos, probablemente el 14 a las 19.30 horas, me subí a un auto sin identificación y sin papeles, y le pedí que me llevara a mi casa por noventa pesos. Peleé el precio. No me violó.
El 17 de noviembre se murió el dueño de la empresa. Ese día volví temprano de trabajar. De hecho ese día no trabajé.
Del 18 al 20 de noviembre descansé, comí, paseé a la perra y atendí a los huéspedes que vinieron a quedarse en la habitación que sobra en esta casa. Respondí algunos mails. Miré una película muy mala y la mitad de otra también mala.
El 20 de noviembre a las 19 horas llegó un nuevo huésped. Antonio. Llegó tarde porque el médico tardó en atenderlo, dijo. Me preguntó dónde podía comer. Le indiqué el bolichito de la esquina donde venden tacos ricos. Creo que comió allí.
El 20 de noviembre a las 23.30 me desperté con el ruido de un tiro. Antonio se había matado en la habitación que sobra de esta casa.
El 21 de noviembre a las 12 de la noche estoy escribiendo esto mientras espero a la policía y probablemente también a una ambulancia. 

20.11.17

Viernes violeta, viernes de monstruos

Son la 4.30 am. Me desperté habiendo soñado con un relato de Cortázar que no existe, y con una obra a partir de ese relato inexistente.

Viernes violeta, viernes de monstruos. Era algo así:

"Como todos los viernes, salí a buscarte por el mismo túnel. Atravesé puertas, subí escaleras, pero como siempre, en algún momento no puedo seguir. El camino se angosta, o soy demasiado grande para pasar por ahí. Me asusta ese pasadizo mínimo, y me angustia no poder llegar al final del túnel, donde estás vos. Y siempre llegando al mismo punto, tengo que volver. 
Cuando me doy vuelta los veo, venían atrás mío. Siempre vienen atrás mío. No sé si me persiguen a mí o quieren llegar a vos, como yo.
Des-ando el camino como puedo, los empujo para que me dejen pasar, asustado por su existencia siempre detrás mío y por el tamaño diminuto de ese pasadizo que entiendo, cada viernes, que jamás voy a poder atravesar.
Aunque cada viernes lo intento otra vez.
Cada viernes violeta, cada viernes de monstruos".

En la puesta, la persona iba caminando por un túnel, leyendo partes de este relato, tenía que moverse por un lugar cada vez más diminuto hasta que ya no podía pasar y se tenía que volver. Al darse vuelta para volver, se chocaba con los demás que venían detrás suyo y era bastante incordioso salir de ahí. A la salida, podía ver las últimas dos frases: ''Aunque cada viernes lo intento otra vez. Cada viernes violeta, cada viernes de monstruos''.

Cuánto cuesta y cuánto vale

Hola señor que atiende su negocito, ¿podrá decirme Usted?:
¿Cuál es el valor de no estar solo? ¿Cuánto cuesta?
¿Cuánta moral me cobra por acompañarme un rato? Unos días, unos meses.
¿Me alcanza con esto para que me dé un poco de amor también? Es que los envases vacíos me dan tristeza.
¿Y cuánto me cobra por un poco de sinceridad?
¿Cuánto dolor me cuesta que usted haga de cuenta que me quiere un poco?
Y cuando se me termine la moneda con la que le pago, ¿cuánto me voy a deber a mí misma por haberle comprado a Usted (¿''Usted'' o ''usted''?) espejitos de colores para hacerme cicatrices en los brazos?.
Me queda claro que todo cuesta.
Lo que necesito saber es si algo de lo que está ofreciendo, vale.
No, deje, me aburrí. Usted parece un maniquí.
No quiero alquilar sus abdominales de fibra de vidrio.
Mejor me voy a caminar.

14.11.17

Última noche en Buenos Aires.

Este texto lo escribí el 5 de noviembre de 2017 a la noche, en el departamento 10 G de Avenida Córdoba 1752:

Hoy es mi última noche en Bs As. No duermo en mi cama, duermo en el living, como una invitada en la que alguna vez fue mi casa.
En mi cama está mi mamá.
La última noche me encuentra dubitativa, con miedo, irascible y malhumorada. Siento que mi alma se fue hace unos días y mi cuerpo está molesto con tener que esperar la fecha de un vuelo. Me apena tener que dejar la mayoría de mis libros. Dudo si llevarme fotos. Me llevo la Polaroid que me sacó Anto cuando me recibí. Se ve muy mal. En realidad la foto es una mancha que, se supone, soy yo enchastrada. Me llevo ese pedazo de papel expuesto por lo que significa, no por lo que se ve. Jamás nadie me saca una foto. Siempre las saco yo.

Me molesta cuando la gente no agradece. Le digo "de nada", reclamando el gracias. 
Soy irónica porque soy demasiado sensible y tiendo a lastimar para cobrarme la lastimadura que hizo otro en mí.
Me pregunta por quinta vez cuándo llego.
El martes 7/11 a las 22.15, le digo. Le causa gracia que ponga el mes. 

Esperaba que me invitara a su casa el miércoles. Pero no. Me dijo que vaya el jueves a la noche, que él se va a la madrugada.
Esperaba que me invitara a su casa el miércoles. Es probable que lo termine haciendo. El miércoles a la tarde, cuando yo ya haya pagado el hostel. Y le voy a decir que no. 
Después de todo, no soy la cosa que le viene bien.
Yo no soy una de sus chicas. No soy linda, no soy flaca, no tengo el pelo largo y brillante, no me visto bien.
Lo puedo leer. Creo que me tiene miedo.

12.11.17

Petit escargot

Petit escargot, il a une belle coquille, où il se cache quand il se sente menacé.
Petit escargot, il a des petits organes, comme le coeur. Et tous les autres, mais le couer est le plus important, et le plus petit.
Petit escargot, il mange des plantes, et il laisse un chemin de salive, pour que la plante ne oublie pas qui l'a mangé  et n'a donné rien en retour.
Petit escargot, il est tres fragile, et son coquille est ronde et croustillante.
Petit escargot, il va de plante en plante en mangeant, mais parfois, quand les plantes sont tres grandes, il est perdu, a peur, et il laisse la plante.
Petit escargot, il a une belle coquille, où il se cache quand il se sente menacé.
Moi, je connais beaucoup des petits escargots.

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Pequeño caracol, tiene un caparazón hermoso, donde se esconde cuando se siente amenazado.
Pequeño caracol, tiene órganos pequeñitos, como el corazón. Y todos los otros, pero el corazón es el más importante, y el más pequeño.
Pequeño caracol, come de las plantas, y deja un camino de baba, para que la planta no se olvide quién ha comido de ella y no ha dado nada a cambio.
Pequeño caracol, es muy frágil, y su caparazón es redondito y crujiente.
Pequeño caracol, va comiendo de planta en planta, pero a veces, cuando las plantas son muy grandes, se pierde, le da miedo, y abandona la planta.
Pequeño caracol, tiene un caparazón hermoso, donde se esconde cuando se siente amenazado.
Yo conozco muchos pequeños caracoles.

11.11.17

Gente en (no) lugares

El tipo del check in de Colonia Exprés me dijo que pensó que tenía 19 años. 
Me llamó la atención la velocidad con la que sacó la cuenta de mi edad. No habían pasado ni 30 segundos entre que le di mi pasaporte y mi pasaje y me los devolvió. 
''Debe ser la piel'', dijo después. Mi piel es un desastre, no había necesidad de que mintiera.
Le dije que suponía que le tenía que dar las gracias, y de esa manera le agradecí algo que no estoy segura que sea digno de agradecimiento.

Vi una mujer robando en el free shop.
Por la edad, creo que podría ser mi madre.
Sentí un poco de admiración. Nunca robé nada, estoy segura de que si lo hago me descubren.
Nunca robé nada voluntariamente. He robado carilinas en el subte sin querer, porque el vendedor me las dejó y se fue.
Esta señora tenía una actitud de estar mirando con inocencia las cosas de las vitrinas. Ojos achinados, flequillo sobre los ojos, mochila rosa, chatitas, jean. Estoy segura de que era docente. No sé por qué estoy segura de eso.
Estaba parada atrás mío y con su mochila empujaba la mía, y a mí. Me dí vuelta un par de veces con cara de ojete para que se diera cuenta, aunque esa técnica nunca funciona. La segunda vez que me dí vuelta, la vi meterse los chocolates entre el pantalón y la bombacha. 
Yo estaba haciendo fila para comprar cigarrillos para una uruguaya. Me dio 1400 pesos uruguayos y me pidió que comprara con mi pasaje así ella aprovechaba dos promociones. No entendí bien pero le hice el favor.
Le entregué, luego, los cuatro paquetes de cigarrillos en Montevideo.
Así que ahora tengo dos mochilas, una valija y cuatro paquetes de cigarrillos Nevada. 
Y una cabeza totalmente enquilombada.

Cuando llegamos a Colonia, se cortó la luz en el barco. 
Se escuchó el murmullo de cuando se corta la luz. No sé por qué la gente habla bajito cuando se corta la luz. Un ciego dijo "ahora son todos ciegos eh!". Y la que había robado los chocolates dijo "ay qué divino!".
A la gente le gustó el mix de ternura, melodrama y picardía que había en esa frase. A mí me pareció muy inteligente y me dio una cosita en el estómago, como cada vez que alguien hace o dice algo digno de admiración cotidiana.
Por suerte me ayudaron a sacar la valija del barco.

Cuando me bajé del barco, estaba en un lugar abandonado.
Es una especie de cantina que no atiende nadie, a la que le quedó una pintura de Coca Cola en la pared y un cartel con una lista de lo que ofrecía este lugar para comer. También pintado en la pared, a mano.
Fanta naranja, Fanta pomelo, Coca Cola, Sprite, hamburguesas, panchos. No hay precios. Hay bancos y mesas de material pegados al piso. Nadie los usa. Parece el bar de un club de verano de algún pueblo. Me fascina ese lugar. 
Me hace acordar al bar que había al lado de la Esso de mi pueblo, el cual jamás vi abierto porque cuando yo nací ya era un lugar abandonado. Sin embargo, cuando pasaba con mí mamá por la vereda, desde afuera se veían carteles con fotos de los menúes que ofrecían. Una de esas fotos era un pancho con mostaza y un vaso de Coca rojo de los de papel. La Coca se veía fría, los hielos en la superficie, el vaso transpirado. Amaba ese lugar aunque nunca entré. Y creo que a los panchos sólo les pongo mostaza gracias a esa foto.
Volviendo a donde estoy ahora, atravesé el lugar abandonado y luego un pasillo con muchas vueltas.
Todos los demás que estaban en el barco van adelante mío. 

Mí valija es muy pesada, me cuesta moverla. 
Es tan pesada mí valija, que sólo llego a ver la espalda y la valija del anteúltimo de la fila un momentito antes de que desaparezca al dar la vuelta en el pasillo.
Cuando llegué al sector de aduana, con mucha dificultad pasé las mochilas y la valija. Cuando agarré la valija, vi que en el piso, justo abajo, había un ojo turco.
Sentí que estaba ahí para mí. Lo levanté y me lo guardé. Recordé la cinta roja que se me salió en la casa de Diego cuando lo conocí. Recordé la cinta violeta que se me cortó el 30 de octubre, cuando hacían cuatro años que empezaba a trabajar en cine, y estaba en mi último rodaje en Buenos Aires. No sé si el ojo será mí amuleto. Yo creo que sí.

En el vuelo de Lima a el Salvador, un señor escupió todo el viaje en una bolsa de papel que se guardaba en el bolsillo. Me parece rarísimo guardar escupitajos en una bolsa en un bolsillo.
Me robé la mantita del avión. Se sintió bien. Cuenta como mi primer robo voluntario.
Marchelo me dijo que me quiere y me pidió disculpas por haberme histeriqueado. Me dijo que le gustaba mucho. Me pidió que no esté con su amigo. Me lo dijo cuando estoy a 12 mil km de distancia. Me mandó un audio contándome que por hablar conmigo se equivocó de bondi y en vez de tomarse el 130 se tomó el 111 y se bajó en cualquier lado. Petit escargot.
El sábado uno me invitó a salir. Le dije que no podía porque al otro día me iba a vivir a México. No me creyó.

Petit escargot: No.


Petit escargot: 
No voy a tomarme el trabajo en vano de buscar donde no hay. 
No tengo tiempo ni energía de sobra para poner en eso.
No me puedo dar el lujo de dudar.
No puedo relegarme más. 
No quiero. Me quiero. 
No te gusto. Yo a vos no te gusto. No puedo más tratarme así de mal.
No quiero ser tu mamá.
No quiero entregarme por compromiso ni por aburrimiento ni por agradecimiento ni por lástima. 
Si no me dejas leerte, no me saco la ropa. La puesta ni la del corazón.
El mundo es un lugar redondo al que le imponemos la forma cuadrada todo el tiempo. 
Por algo será que nos pasamos la vida preguntándonos cómo se hace para vivirla.
Al avión le salía sangre y me daba miedo. Después me dormí.
El miedo, el asco, la fobia a lo que está fuera del lugar que le fue asignado canónicamente.

10.11.17

Dormir

Estoy en la cama de Diego, que será mi cama por un mes.
Diego está en la cocina/living/estudio. Deambula por esos tres lugares terminando de armar su equipaje para irse a China. 
Tuvimos una conversación que fueron varias. Puntuadas por cerveza y un licor de Italia que no me acuerdo cómo se llama pero es riquísimo.
Hablamos de su obsesión por el sexo y las mujeres. De su amor por su casa. De que le gusté por argentina y le disgusté por soberbia, o sea, le gusté por lo mismo que le disgusté. De que nuestro buen sexo derivó en amistad. 
Él no me preguntó qué me pasó a mí, qué caminito hicieron mí mente y mi alma. 
Lo único que me apena es que Diego esta noche no duerma por evitar compartir su cama conmigo.
La locura es que hacemos muy buena dupla. 
No me animo a escribirlo. 
Estoy escribiendo mucho sin comas. 
Muchos puntos. Muy contrastado. 
Mi escritura ya es mexicana.
Mi alma y mi cuerpo también.
Tengo la cabeza llena de cosas, como un depósito.
Finalmente dormimos abrazados aunque no nos dimos un beso en todo el día.
Soñé que me secuestraban.
Una diferencia de veinte horas es igual a una diferencia de cuatro.

Soñar

Tuve un sueño en el que decía mucho que no.
Siempre fantaseo con no haberme despertado, trato de hacer consciente mi cuerpo moviendo alguna parte de mí o tomando agua. Si se siente igual que en la vigilia, deduzco que estoy despierta.
Sin embargo, nada me asegura que me haya despertado de todos los sueños.

Dejar todo ordenado

Durante gran parte del 2017 me pasaron cosas que por algún motivo, me llamaban la atención de una manera nueva, de una manera en que nunca mi atención había sido llamada. Por eso sentí, durante todo este año, que en cualquier momento me iba a morir.
Cuando me pasa algo bueno siento que el mundo me da un souvenir y me despide de su fiesta.

No creo en el juicio final.

Sí creo en que muere el cuerpo pero no todo lo demás que es uno, que es mucho más que células y fluidos pegajosos con olor y textura desagradables.

Por eso creo que la gente que quiero es eterna, y aprovecho la desaparición física de la gente mala para matarla en mí.
Ahí sí se muere alguien del todo.
Resultó ser que si bien sí me estaba despidiendo, no era para morirme sino para irme de viaje.

Bueno, no sé cuál es la diferencia. Si morirse es no estar físicamente en este mundo, y viajar es no estar físicamente en un territorio un poco más pequeño que el mundo, es todo una cuestión de límites geográficos.

Nunca tengo nada resuelto. Mi vida se compone de cosas sin resolver que voy resolviendo a medida que pasan los días. Una vez resueltas, ya no forman parte de mi vida. Sin embargo, el hecho de estar partiendo de un momento a otro, me genera la necesidad de dejar ordenado todo en Buenos Aires.
Así que hice una lista.

Me gusta hacer listas.
Me gusta clasificar.
Me gusta encasillar.
Soy una persona estructurada.


Además de disfrutar hacer listas,
clasificar,
guardar en cajas,
etiquetar,
hacer planillas en excel...
Me gusta mucho dormir acompañada.
Por hombres
y por gatos.
Aunque en este texto me voy a referir a los hombres.
Que son gatos en otros cuerpos.

Durante algún tiempo, tuve cierta estabilidad en la hermosa tarea de dormir con hombres (les voy a decir ''hombres'' aunque la palabra me remite a la caja del perfume Colbert verde que usa mi abuelo.
Esa estabilidad para dormir acompañada por hombres estaba dada por una relación sostenida,
formal,
heterosexual.

Y yo soy un desastre para sostener la estabilidad.

Mis experiencias con hombres, empezando por el hombre biológicamente más cercano a mí, que es mi padre, no son buenas.
Mi padre es una persona especial. Una especie de desubicado nato.
Para mi graduación me regaló
alfajores,
vino blanco (bebida que aborrezco),
y un inflador para la bicicleta. Tuve que cambiar los picos de las ruedas para poder usarlo.
El inflador tiene escrito ''air supply'' en un costado, como si fuese necesario avisar que lo que uno tiene en la mano es un inflador.

Una vez me regaló un huevo de avestruz podrido. Lo barnizó y le escribió una dedicatoria para mí.

Otra vez, apareció en la casa de mi mamá con un cuero de serpiente enmarcado para mí. Se había tomado el trabajo de desollar una serpiente que encontró muerta en la ruta, clavar su piel en una base de fibrofácil, ponerle un vidrio y enmarcarla.

Siempre lamenté, del fin de las relaciones, volver a dormir sola por tiempo indeterminado.

Siempre disfruté, en el principio de la soledad, conocer gente nueva. Me gustan las muestras gratis, me gusta acumularlas,
los shampooes,
los acondicionadores,
los hombres.
Me gusta acumular experiencias,
historias,
recuerdos de olores,
de palabras,
de gestos,
conversaciones,
música.
Las acumulo y después las clasifico. Y las guardo en cajitas mentales.

Siempre siento que una persona que me entrega un papel escrito de puño y letra, así sea una lista de supermercado, está ofreciendo mucho más de sí que una persona con la que duermo abrazada una noche cualquiera. Aunque sea la misma persona.
Aunque me guste dormir siempre con distintos hombres, en algún momento me canso, me hastío, y empiezan a repugnarme cuando se me acercan.
Siempre estoy enamorada de alguno.
Nunca se lo digo.

Tiendo a clasificar todo en dos tipos de cosas, mi estructura de pensamiento es muy binaria, muy occidental. Y en ese fetiche con la clasificación de TODO lo que pasa en mi vida, he hecho una lista de hombres por meses.

Una lista de mi año en hombres, mi propio calendario.

Enero: Joan San Martín del Toro. Colombiano. Treinta y largos. Actor, modelo, escritor y diseñador de ropa, específicamente remeras. No tenemos certeza de que ese sea su nombre real, ni de su edad ni de su profesión.
De lo único que tenemos certeza es de que vestía calzas largas Nike con short de jean, era extremadamente flaco. Era extremadamente idiota. Tenía un cuaderno con anotaciones sobre algo cósmico que no me esforcé en entender, y bocetos de las remeras que, decía, diseñaba.
Estaba en Yavi, en el mismo hostel que yo.
Dijo dos frases y me pareció bastante idiota.
A la mañana siguiente, había ganado una experiencia, un herpes en la jeta y un raspón en cada rodilla.
Joan vino a la habitación a saludarme. Me pidió un contacto para buscarme en facebook.
Jamás lo hizo.
Yo tampoco.

Febrero:
Me hice una cuenta en Tinder. La dí de baja y de alta varias veces. Nada de esa aplicación me convence.

Pablo. Lo agendé como Pablo Tinder.
Matemático, treinta y dos años, morocho, flaco, alto, dos gatos.
Pablo vive en un monoambiente con dos gatos.
En el piso de la casa de Pablo se pueden encontrar monedas, restos de comida, partituras, hojas de algún libro de El señor de los anillos, un horno eléctrico.
Abajo de la cama de Pablo puede haber una botella de aceite.
Había una botella de aceite.
Cenamos mirando Netflix.
Coge apurado.
A la mañana nos fuimos juntos en tren. Me abrazó durante todo el camino.
No me escribió nunca más. Lo eliminé de todas las redes.
Me sigue en instagram.
Le pone corazón a mis fotos.
No le pone corazón a la vida.

Agustín o Nicolás. No recuerdo la edad. Del interior de la provincia de Buenos Aires, un pueblo, no recuerdo el nombre. Se vino a vivir a Capital por trabajo. Dícese trabajador de la industria audiovisual.
Vive a la vuelta de mi casa. Si me asomo por la ventana de mi cuarto, veo la pileta de su edificio.
Lo pasé a buscar. Fuimos a Dellepiane. Tomamos mucha birra. Me aburrí. Le dije que me iba. Insistió en que fuera a tomar algo más a su casa.
Fui.
Había un pibe en torso desnudo, fumando y mirando una película en HBO, y otro pibe sentado a una mesa armando un porro.
Me quedé parada en el pasillo. Me dijo ''pasá, no te van a violar''.
Fumamos un poco de porro, a pesar de que no me gusta.
Le dije que me iba.
Me dijo ''no salgas con tus amigos, salí conmigo''.
Me fui.
Un par de días después me mandó una foto de la ventana de mi cuarto.
El epígrafe decía ''esta es tu casa, no?''.
No lo volví a ver.


Marzo:
Me reencontré con Lucas después de mucho tiempo. Como siempre. No recuerdo cómo nos contactamos, generalmente nos tenemos mutuamente bloqueados de toda red social. Probablemente fue por mensaje de texto.
No recuerdo dónde nos vimos, cuándo, si era de día o de noche.
Sí me acuerdo que fueron varias veces.
Sí recuerdo que la última vez de esas veces, fue el día que rendí Historia de los Medios de América Latina. Se escapó de su casa, en la que vivía con su novia, para venir a la mía.
Trajo fernet para festejar.
Me dijo que a veces se siente usado.
Me dijo que no quiere que me enamore de él.
Me dijo que no quería lastimarme.
Lucas tiene quince años más que yo, dos hijos adolescentes, un poco de panza, un trabajo estable en Telefónica, una carrera de cine a medio hacer.
Me admira profesionalmente. Me ignora afectivamente.
Cogimos escuchando Pearl Jam. Él estaba convencido de que me iba a encantar.
No me gusta Pearl Jam, pero le dije que sí me gustaba.
No nos vimos más por un tiempo.

Cristian, actor, modelo, periodista, veintisiete años, peronista por adopción.
Hizo diez kilómetros en moto para buscarme en una fiesta, y diez kilómetros de vuelta para llevarme a su casa.
Compré dos cervezas Corona en el kiosco de la esquina de su casa. Las tomamos mientras fumábamos y hablábamos de Perón.
Lo más lindo fue andar en moto por las avenidas vacías.
Nunca un modelo me generó algo profundo.

Abril
Mauro lo conocí en la misma casa donde estaba cuando me fue a buscar Cristian. Músico, treinta y tres años, flaco, ojos verdes, rulos. Fuma tabaco armado.
Cree que el amor es una construcción del hombre racional.
Me parecía muy feo.
Sacó la última seda que le quedaba y dijo ''la última seda''. Le hice un chiste sobre la posibilidad de que existiera un cuadro como el de La última cena, pero de ''la última seda'', con Jesús rolando triste en el centro del cuadro y los apóstoles mirando.
Se rió.
Me pareció hermoso.
Dos minutos más tarde estábamos besándonos apasionadamente contra una mesita.
Diez minutos más tarde estábamos comprando agua mineral en una estación de servicio. Pidió que le calentaran el agua en el microondas.
Doce minutos más tarde estábamos en un taxi, con un chofer peruano que nos contaba que los aliens hicieron las líneas de Nazca.
Veinte minutos más tarde estábamos comprando forros en el kiosco.
Cinco horas más tarde, nos dábamos cuenta de que no sabíamos nuestros nombres.
Cinco horas y algunos minutos más tarde, entro al baño de Mauro y veo dos cepillos de dientes.
Casi veinticuatro horas más tarde, Mauro me dice que tiene novia.
En mayo volvió a hacer la misma treta y volví a caer.

Mayo:
Mi amiga Natalia festejó su cumpleaños en una peña en Parque Patricios. Había un pibe que me miraba mucho.
No me acuerdo su nombre. Sí me acuerdo que es actor y clown.
Sí me acuerdo que me dijo que le caía bien porque tenía los ojos grandes como él.
Sí me acuerdo que insitía en darme un beso en la fiesta. Yo no quise.
Sí me acuerdo que insistía en ir a mi casa y yo insistía en ir a otro lugar. Y en ese momento dejé de caerle tan bien.
Al final vinimos a mi casa.
Me agregó a facebook pero lo eliminé.

Junio:
Gabriel. Judío, celíaco, con rastas. Se depila íntegramente con Gilette.
No sabe que tiene pelos en la espalda. Treinta y un años.
El padre tiene una fábrica de entretela para trajes de baño.
Nos conocíamos de vista desde 2012, de vernos en los shows de Mariano Massollo. Él tocaba, yo iba a ver.
Le pregunté por qué hace dos años que no tocan. Me invitó a salir.
No toma birra, no toma mate, no lo podía besar si yo había tomado birra.
No le gustaba que me pintara los labios.
Se compró un auto porque le dan ataques de pánico en el transporte público.
Lo único que podíamos comer cuando estábamos juntos eran Vauquitas.
Me pedía que le sacara fotos. Le saqué miles.
Me dijo que no quería tener hijos conmigo. Al día siguiente me dijo que quería que tuviéramos un spinner a medias (esos objetitos que giran y hacen luces).
Salimos un mes.
Una noche me escribió que había cosas de mí que lo desmotivaban, como mi pelo triangular, el tamaño de mis tetas, mi perfume y el olor de mi casa.
Le conté sobre los pelos de su espalda.
Gané.

Julio: Sequía total. No recuerdo si volví a ver a Lucas o no.

Agosto:
Jotaeme. Diseñador 3D, motion grapher, diseñador gráfico, animador, dj. Originario de Ushuaia  treinta y cuatro años, dos gatos, Gaspar y Simón. Gordo, bajito.
Insitió para que saliéramos. Fui a tomar una birra a la casa imaginándome que me iba a gustar.
No me gustó.
Me dio un beso y me gustó.
Me contó que hacía tres meses que no cogía.
El fin de semana posterior a eso fue su cumpleaños. Nos encontramos en Groove. Fuimos a su casa, tomamos éxtasis a las siete de la mañana.
A las cuatro de la tarde se despertó y me dijo ''qué hacés acá, nena. No te tenés que quedar a dormir''.
Dejó de responder mensajes.
Lo borré de mis contactos.
En septiembre nos volvimos a encontrar y pasó algo similar.

Septiembre:
Conocí a Augusto por twitter. Argentino viviendo en México. Director creativo digital, fumador compulsivo, comprador compulsivo, deudor compulsivo. Hablamos por teléfono todos los días. Me convenció de que fuera a visitarlo a México.
Compré los pasajes.
Dos días después me dijo que había conocido al amor de su vida.

Me reencontré con Jotaeme en un bar, a la salida del trabajo. No nos hablábamos pero los dos sabíamos que íbamos a estar en ese bar.
Le saqué un poco de tabaco para armarme un pucho.
Me extendió la mano y me pidió que hiciéramos las pases.
Me ofreció encontrarnos a charlar. Le dije que en tres días me iba a México.
Esa noche nos echaron del bar por coger en el baño.
En realidad lo echaron a él. A mí no me dijeron nada.
Esa noche, en su casa, me contó que tenía miedo a las relaciones pero que sentía que yo era especial.
Esa noche, mientras cogíamos, se sacó el forro sin avisarme y no se puso otro.
Tres días después me fui a México y no me saludó.
Me contagió HPV.

Octubre:
Diego. Artista, fotógrafo con cámara pocket. Argentino viviendo en México. Treinta y tres o treinta y cuatro años.
Amante de los gatos, alérgico a los gatos.
Amante de muchas mujeres, escéptico hacia cualquier tipo de demostración de afecto.
Fanático de El Principito. Un Principito atrás de un muro.
Un Fellini más melancólico que Fellini, menos extravagante, con un nivel similar de fetichismo por las mujeres.
Yo no soy una de esas mujeres.
Actor de la vida cotidiana.
No pasó nada especial, sólo el hecho de que él estaba donde yo lo necesitaba y yo estaba donde él me necesitaba en un momento dado. Parece que en México eso es algo que pasa con frecuencia.
Ahora nuestras vidas están conectadas de alguna manera que aún no entiendo bien. No sé si es necesario entender todo siempre.

Noviembre:
Vine a vivir a la casa de Diego pero, contra todo pronóstico, Diego demuestra todo lo contrario a interés en mí. Viví todo noviembre en su casa, con Roma. No estuve sexual ni afectivamente con ningún hombre. Creo que lo necesitaba. Los últimos días de octubre se me inflamaron mucho los ganglios de las ingles y me dolían demasiado. Creo que mi cuerpo me estaba pidiendo descanso y respeto.

Diciembre:
Henrique estaba en una fiesta de Oriental, una productora uruguaya, a la que fuimos con mis compañeros de trabajo un viernes. No sé su edad ni su apellido, sólo sé que es brasileño. No recuerdo su cara, no recuerdo cómo nos comunicamos. Todos esa noche nos drogamos mucho. Me desperté el sábado en el hotel de Henrique. La cama era inmensa. Henrique dormía cuando me fui. No lo desperté. No quería acostarme con él.

Bajé Tinder un sábado a la noche y diez minutos después hice match con Juampi, un chico que no conozco directamente pero con quien hablé varias veces por Facebook para hacerle consultas sobre México. Juampi vive acá hace nueve meses.
Tiene un gato que se llama Tomasito.
Tuvimos una especie de cita en la que fuimos a ver la última de Star Wars. Nos aburrimos mucho los dos.
Yo me dormí.
Juampi había llevado un Yoda en el bolsillo de su camisa.
Después del cine fuimos a su casa, de su casa fuimos a la mía (a la de Diego). Dormimos pocas horas, abrazados. A la mañana desayunamos y nos fuimos juntos en metro hasta Tacubaya.
Nos besamos en el tren, cosa que había prometido a mí misma no hacer jamás. En Tacubaya nos separamos. Yo me fui para El Rosario y él para Barranca del Muerto.

Otra vez en Tinder, me llegó un superlike de Juan. Un mexicano,
taurino,
psicólogo y casi sociólogo de 27 años.
Caminamos un rato buscando un bar hasta que encontramos uno que tenía el tamaño de un baño. Tomamos unas birras inmensas con maní con chile y ajo.
Fuimos a casa,
le leí a Levé y le leí textos de este blog.
Él me leyó textos de su libro ''El amor en tiempos de selfies''.
Luego salimos por una caguama y nos cruzamos al chico que vende ''ricos y deliciosos tamales oaxaqueños''. Compramos dos. Picaban como la remismísima mierda.
Nos tomamos media caguama y Juan me pidió que no desapareciera.
Nunca me habían pedido que no desapareciera.
Durante la noche me despertó varias veces para decirme que le gusto mucho.
A la mañana hice café dos veces,
varias tostadas quemadas, que son mi especialidad, y hablamos de psicoanálisis, de la vida cotidiana, de las actitudes de la gente.
Me dijo que parecía berlinesa y me invitó a hacer mil cosas, entre ellas
comer tacos,
que es lo que vamos a hacer hoy, 29 de diciembre, a las 18.10.

Ya casi se termina diciembre y el año, y a pesar de que he tenido lindas experiencias últimamente, tengo miedo de nunca encontrarlo, o de siempre aburrirme. Veremos qué sucede en los próximos dos días.



















4.11.17

Vueltas e idas

Lo que me alegra de mí, y de alguna manera me salva de la tristeza de sentirme recordada a destiempo, es saber que soy una persona que no se olvida fácilmente.
Han vuelto para decirme que no se arrepentían de nada. De lo bueno ni de lo malo.
Han vuelto para pedirme perdón.
Han vuelto para ver si hay una segunda oportunidad. O una quinta.
Han vuelto para ver si me pueden lastimar un poquito más.
Vuelven todo el tiempo.
Pero vuelven cuando yo ya me fui.
Para siempre.
Cansada de que me recuerden tarde.

3.11.17

Pantallazo de mí

Juego a adivinar la cara de la gente que camina adelante mío en la calle.
Me gusta escuchar a la gente hablar de sí misma.
Me aburre la gente cuyo cable a tierra es hacer deporte.
Me aburre la gente que le interesa todo lo que tenga motor.
Me aburre la gente que necesita ir a una fiesta todos los fines de semana.

Deseo nunca tener que pasar tiempo con una persona que cumpla con todas esas características.

Soy más insegura de lo que parece.
Soy más ansiosa de lo que parece.

Me sorprendo bastante a menudo de mí misma para bien.
Me gustan las drogas. No me gusta la marihuana.

Me gusta estar ebria.
Me gusta estar ebria sola y con amigos.
No me gusta estar ebria en un lugar lleno de gente que no conozco.
Me gusta dibujar. Lo hago muy mal.
Me gusta cantar. Soy completamente inútil.
Me gusta bailar. También soy completamente inútil.
Me gusta sacar fotos, aunque lo hago cada vez menos. Lo hago muy bien.

Creo que nunca estuve enamorada.
Creo que nunca voy a saber qué es estar enamorada.
Si estuve enamorada, no lo sé.
Si estuve enamorada, fue una sola vez. De alguien quince años mayor que yo. Me duró 7 años. Él se enamoró de mí al octavo año, cuando yo ya no estaba enamorada de él.

Me gustaría que me gusten las mujeres pero aún no lo logro.
Actuando puedo hacer cosas que no actuando no haría jamás, aunque soy consciente de que es exactamente lo mismo.
Me gusta que me miren.
Me gusta gustar.
Me siento linda la mayor parte del tiempo. Creo que sentirme linda me vuelve linda y sentirme fea me vuelve fea.

Juego a caminar de distintas maneras por la calle.
Practico mis obras de teatro por la calle, en silencio, haciendo solo las caras. Miro a la gente para ver su reacción.
Puedo mirar a los ojos a una persona por horas, pero si veo algo que no me convence, la evito de por vida.

Me perturban muchísimo los ojos que tienen cosas en la parte blanca, como derrames o manchas. 
No soporto a la gente que tiene los dientes manchados.
Me gustan los narigones.
Me gustan las dentaduras que no son perfectas pero sí completas.
Nunca estuve con alguien que le falte una pieza dental ni una parte de su cuerpo.

Prefiero un feo con buen perfume que un lindo con olor feo.
Me gusta el olor a chivo de los hombres que me gustan.

Me gusta irme de mi casa.
Me gusta volver a mi casa.
No me gusta volver a mi casa muchos días seguidos.

Creo que hay relaciones más incestuosas que las carnales entre padres e hijos. 
Creo que el incesto es mucho más que meter una parte del cuerpo de uno en una cavidad del otro. 
Creo que, en lo legal, le damos demasiada importancia a lo físico.
Alguna vez he fantaseado con que me den ganas de coger con mi hermano. Nunca sucedió.
Han abusado de mÍ de todas las formas posibles.
He abusado de algunas personas.

Prefiero que me abandonen a abandonar.
Prefiero el enojo a la culpa.
Prefiero que me traicionen a traicionar.

No hago chistes, no me los acuerdo. No me interesan.


Inventé mi firma a los 8 años, jugando a ser oficinista. Es una jota con una ese sobreimpresa sobre la jota. 
La jota de Josefina, la ese de Stefani. 

Aunque mi apellido hasta los 20 años fue Marengo y no sabía de la existencia de mi apellido, de mi padre, ni de mis hermanos.

Creo que querer que alguien no se muera es muy egoísta, aunque a menudo quiero que la gente no se muera. Sobre todo los señores que atienden los bares viejos.

Creo que la vida es algo que se le da a alguien que aún no existe.



2.11.17

Adverbio de tiempo

Hoy me dí cuenta que cuando uno elige algo, está no eligiendo otras cosas.
Y también que en Buenos Aires es conveniente andar en bicicleta por la mano izquierda.
Y que suelo empezar mis textos con adverbios de tiempo. Como ahora.

1.11.17

Muestra gratis

Acá estoy.
En plano cenital, boca arriba, en concha, con las piernas abiertas, con una toalla en el pelo. Llorando. Segura de que parezco una rana aplastada en el asfalto.
Estoy en mi cama. Llorando.

Lloro de impotencia porque me tengo que poner una crema en la concha y no me veo. No hay espejo o cámara de celular que me permita ver dónde tengo que llegar.

Lloro de bronca, porque el hijo de la mierda que me contagió esto no se tiene que poner crema en un lugar donde no se ve. Porque tiene pija, y la pija se ve toda.

Lloro de miedo, porque no sé si me estoy poniendo bien la crema. Y a mí me perturba muchísimo la posibilidad de hacer las cosas mal.

Lloro porque la médica me dijo ''vas a necesitar que alguien te ayude a ponerte la crema''. Y yo vivo sola. Y no le dije.
Lloro porque vivo sola y lloro porque no le dije. Por las dos cosas.

Lloro porque ayer trabajé veintiseis horas y hoy trabajé doce, y estoy cansada.

Lloro porque aunque la médica me dio una muestra gratis de la crema, yo siento que la muestra gratis más grande del mundo es otra: Una muestra gratis de lo que va a ser vivir sola en un país donde no tendré a nadie, al menos durante un tiempo, que me ayude a ponerme crema en la concha, o que me banque llorando, en plano cenital, como una rana aplastada. O que me abrace cuando se me pase el llanto, y en una de esas me mienta un poco y me diga que todo va a estar bien. Aunque nunca esté todo bien.

Y lloro un poco también porque lloro y no me siento mejor.
Llorar y no sentirse mejor es como tener sexo y no tener orgasmos. Un estornudo interrumpido.

Y también lloro porque mientras estoy en plano cenital pareciendo una rana aplastada, pienso qué cinematográfico me resulta todo esto. Y me lo relato. Y es un poco desesperante relatarme todo, todo el tiempo.

31.10.17

El miedo y el chipá

El sábado pasado almorcé un chipá mientras caminaba por Once. 
Se lo compré a un señor que también vendía empanadas. Le pregunté de qué eran pero no escuché la respuesta y compré el chipá. 
Lo compré más porque me pareció pintoresco comer chipá en Once que por gusto. En realidad el chipá no me gusta tanto.
Era una rosca grande. Y estaba frío. 
Dí dos mordiscos.
Al segundo mordisco pensé que me iba a caer pesado.
Dí algunos mordiscos más y lo guardé en la mochila
El chipá siempre me cae pesado. Si está frío, peor.
Me dió miedo encontrar pelos en el chipá.
Tengo mucha facilidad para encontrar pelos en la comida. No los busco, jamás. Simplemente los veo o, peor, se me enroscan en la lengua. 
Cuando eso pasa, frunzo toda la cara. Si estoy con mis amigas, me ven y dicen ''no, no, no puede ser''. 
Y sí, es un pelo. 
Y no puedo seguir comiendo.

Pero el sábado tenía mucho hambre. Así que me mentalicé de que las condiciones de higiene de la cocina donde se había llevado a cabo el chipá que estaba comiendo eran, al menos, buenas. 
Sentí un pelo en la punta de la lengua, lo palpé un poquito. 
No me cercioré de que fuera un pelo real. 
No quería enterarme. 

Me puse a pensar en el asco.
Llegué a la conclusión de que el asco es el rechazo a lo que está fuera del lugar que le fue asignado en su origen, biológicamente o por convención.

El asco es miedo.

Terminé de comer el chipá mientras caminaba por Belgrano.

¿Cuánta tristeza es necesaria para llorar?

A veces no puedo llorar. 

Tengo ganas de llorar y no puedo.
No ganas caprichosas de que se me antoja arrojar líquido por los ojos. Ganas de verdad. 
Tristeza. 
Tristeza en los ojos, en la cara, en el cuerpo. 
Sin razón alguna, o con razón. 
Pero no, no puedo. No me sale.

Hasta hoy se lo atribuía a que cuando me siento así, por lo general, estoy estresada o con fiebre. 
Pero ahora no es lo uno ni lo otro. Es tristeza pura y dura. Y aún así no puedo llorar.

Qué feo es no poder llorar. 
Es como estar apunada. No hay suficiente aire para respirar, aunque haya mucho.

Quiero llorar y la tristeza parece no ser suficiente, aunque cala hondo.
Voy a probar con dormir. 

Tal vez para mañana ya no necesite tanta tristeza para llorar un poco.

28.10.17

Me pasa por hurgar

Anoche tuve una cita con vos, pero nunca te enteraste.
Me contaste muchas cosas aunque no hablaste.
Ni siquiera estabas físicamente ahí.
Acá.
Pero sí estabas.
Yo abrí tu cofrecito mientras estabas en el baño.
Meabas y pensabas que yo dormía,
pero estaba despierta,
hurgando en tu cofrecito.
Y encontré algunas cosas lindas,
y algunas cosas que no me esperaba.



Eso me pasa por hurgar.

27.10.17

A menudo camino conmigo

A menudo camino conmigo. 
Me relato lo que pasa, me lo cuento. 
Me lo cuento como si lo desconociera. 

Me entretengo con el relato, siempre.
Y en ese relatarme me acompaño. 
Debe ser por eso que soy bastante solitaria.

Me gustan los cuentos, siempre me gustó que me los cuenten. 
Me gusta escuchar anécdotas. Desde chiquita desee que mi trabajo fuera ''escuchadora de anécdotas''. 
Supongo que tiene que ver con que también me gusta despeluchar pompones, descascarar árboles, cebollas, botellas, hacer preguntas, desenterrar venecitas del patio de la casa de mis abuelos, rascar espaldas, tocar la rejilla del fondo de la pileta del club, sacar conclusiones. Llegar al fondo de todo. 
Cueste lo que cueste, así cueste mi pesar. 
Mi peso.

En ese relatarme también logro la comunicación ideal: la transmisión de ideas en un lenguaje previo a la palabra. 
Algo que siempre intenté con otras personas y jamás pude porque somos ''seres atravesados por el lenguaje''. Yo creo que mi negación por la palabra hablada tiene que ver con la falta de respeto por la norma. 
Nunca me gustó obedecer, aunque siempre fui muy obediente. Abanderada y escolta de la bandera nacional.
Nunca grité frente a mis padres, nunca canté frente a mis padres, nunca dije muchas cosas que hubiera querido decir. La forma que yo conocía hasta ese momento no me convencía, no me gustaba. No me alcanzaba. 

Entonces tartamudeaba. 

Por un tiempo fui tartamuda, sí. 
Tenía muchas ideas y ninguna manera me parecía la adecuada para transmitirlas. 
Y la palabra hablada nunca fue una opción para mí.

Así es que cuando camino conmigo, me siento una privilegiada. 
Puedo relatarme historias que nadie más conoce porque las creo en el momento. 
Son fugaces. A veces duran una cuadra, o a veces duran meses, pero siempre desaparecen y siempre me digo que las tengo que escribir, pero nunca lo hago, como hoy, como la historia del hombre de la heladería de la vuelta de casa (no sé el nombre de la heladería pese a que hace siete años que vivo en el mismo edificio y pese a que sí sé que tienen un durazno al chantilly que es espectacular, y que el helado es carísimo, y que hacen pan dulce con helado adentro, como hace mi abuela, pero nunca lo probé, porque también debe ser carísimo), que tiene vitiligo, que siempre me mira cuando paso por la vereda.
Que siempre lo miro cuando paso por la vereda.

Que siempre tiene guardapolvo blanco, que siempre está detrás de la caja, iluminado por el mismo tubo blanco, cualquiera sea la hora.
Que siempre me pregunto si él disfrutará ser él, si le gustará su trabajo, si comerá mucho helado o si estará medio podrido ya. Si le gustará el helado, si él se acordará de mi cara como yo me acuerdo de la suya cada vez que atravieso caminando el límite que separa la ortopedia de la heladería y ya sé que lo voy a ver ahí.
Siempre que intercambiamos miradas, que es siempre que paso por ahí, trato de descifrar qué piensa. Siempre me parece que está muy concentrado en la gente que pasa. Nunca lo ví concentrado en otra cosa, ni siquiera cuando está hablando con alguien. Siempre tiene, al menos, un ojo en la vereda. 
No sé cuánto tiempo pasa mientras paso, estimo que deben ser menos de dos segundos, la vidriera no es tan grande, y yo camino bastante rápido.

Yo siempre sé que después de la vidriera de la ortopedia, viene su cara, o al menos puedo intuirlo. Pero él no. Él no sabe quién viene después del que vió pasar recién. Eso me da un poco de poder, siento. 
El poder siempre es una sensación.
Siempre pende de un hilo. 
Y probablemente sea la incertidumbre de no saber cómo es el siguiente lo que lo mantiene atento a los transeúntes.

Aunque hoy fue distinto, porque me lo crucé a la altura del Banco Francés. 

Y no tenía el guardapolvo blanco, ni estaba detrás de la caja, y lo iluminaba otra luz, una luz anaranjada, de la calle, de sodio, o no. No sé de qué material las hacen ahora. Me gusta pensar que son de sodio, como en las películas. 
Era la misma luz que me iluminaba a mí. Nos estaba iluminando la misma lámpara. Eso nunca había sucedido. 
En siete años nunca había sucedido. 
Yo nunca entré a esa heladería.
Y se me cerró el telón.

Algo de esa sensación de disfrute, de tener el poder del saber qué viene para el otro y de que el otro no sepa qué viene para él, encuentro en la actuación. 
Para mí, interpretar significa la conjunción perfecta de sucesos que siempre deseé:
Logro decir sin limitarme al habla. Logro decir con todo mi ser.
Logro ofrecer, dejar en el aire para que otros se sirvan y hagan con ellas lo que quieran, ideas mucho más complejas que las que entran en una frase de palabras. 
Me siento la anfitriona de la fiesta, ofrezco cositas para comer, que a algunos les gustarán, a otros no, a otros más o menos, pero que todos digerirán a su tiempo.
Y siento, espero, deseo con todo mi ser, acercarme un poquito, aunque sea, 
al Bacon del que hablaba Deleuze, cuando decía que su obra generaba una conmoción que no podía explicarse en lo inmediato, y mucho menos en términos verbales (me resulta maravilloso que algo en este mundo tan racional, no tenga explicación). 
Que descolocaba la mirada, que generaba incomodidad (‘’que resta goce al otro, al que no está actuando’’,diría mi amiga Marianela, que dijo, o que dice, Freud, que es lo que uno busca cuando se para frente al arte y que es lo que uno busca cuando elige expresarse de un modo un poco corrido del común, poco correcto).
Que era imposible hacer una síntesis de lo que sucedía mientras se estaba ahí, porque era demasiado, porque había necesidad de que todo eso decantase con el tiempo, con el cambio de la duración de cada espectador.

Lo antikalokaghatico, esto ya no es Deleuze, esta soy yo, como algo necesario, que ni el artista ni el espectador (me molesta bastante tratarlo de espectador, simple personita que especta, prefiero decirle receptor, porque recibe y hace lo que quiere con eso) pueden evitar.
Porque uno elige hacerse a uno mismo, (y elige el lenguaje a través del cuál hacerse, representarse, porque después de todo, por más que uno intente, siempre algún lenguaje lo atraviesa), es necesario que el arte sea propio, distinto, antikalokaghatiko y anticoncinnitas, como la realidad que nos acontece, todo el tiempo distinta, imperfecta, despareja, desorganizada.
La existencia nuestra golpeándose con la existencia de los demás.

Que el alivio nunca sea una constante, deseo. Porque la belleza resalta mucho más en el desorden. 
El mundo, por suerte, es como el olio, no viene diluído, es pastoso, denso, si te manchás los dedos es muy probable que termines manchándote la ropa, la casa, a los que tengas alrededor por unos días. 

El mundo  tiene un contraste altísimo. 

Como la piel con vitíligo del hombre de la heladería que veo todas las noches pero hoy me lo crucé en la vereda del Banco francés.