31.5.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #18 - Los conejitos de Johnson

''A jackrabbit scurried out in front of us, and we hit it.
“It’s a rabbit with babies inside it.”
Georgie came back to my side of the truck with his shirtfront stretched out in front of him as if
he were carrying apples in it, or some such, but they were, in fact, slimy miniature bunnies. 

“Take them, take them. I gotta drive, take them,” 

“We’ll get some milk and sugar and all that, and we’ll raise them up ourselves. They’ll get as
big as gorillas.”

This day had been dry and hot, the buck pines and what-all
simmering patiently, but as we sat there smoking cigarettes it started to get very cold.

“The summer’s over,” I said.
“Do you realize it’s going to snow?” Georgie asked me.

Eventually Georgie said, “We better get some milk for those bunnies.”
“We don’t have milk,” I said.

The truth was I’d forgotten all about them, and they were dead.
“They slid around behind me and got squashed,” I said tearfully.

I picked them out one at a time and held them in my hands and we looked at them. There
were eight. They weren’t any bigger than my fingers, but everything was there.

“Deceased,” I said.''


Hoy es 31 de mayo. Ya no cuento más los días.

Te conté la historia de los conejitos de Johnson para explicarte lo que nos iba a pasar.
La coneja éramos nosotros, la nieve era la pandemia, los conejitos eran el amor.
Pero no estuviste de acuerdo. Al contrario, dijiste que no depende de la nieve ni de la pandemia, sino de nosotros, que los conejitos crezcan fuertes como gorilas.

Te dije que sí mientras sacaba la cabeza por la ventana de mi cabeza y miraba los edificios y pensaba en lo que me agobian las torres y en que a mí me gustaría más vivir al ras de todo.

Hoy te toca, amor, ir lento.
Al menos tenemos la suerte de vivir en la tierra, porque en el espacio no se puede llorar. Sabías? Llorar en el espacio es un problemón.

Todos los días anoto cosas para contarte más tarde, siempre en papeles distintos.
También anoto los sueños en los que estás.
Pero soy muy desordenada. Mi cuarto está lleno de cosas para contarte: abajo de la cama, en la mesa de luz, abajo de la almohada, en el cajón de las bombachas. Todos los papeles se me pierden pero, después de todo, los dejo perder porque ninguna cosa que se pueda contar me parece más interesante que tus ojos.


27.5.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #17 - Un penthouse

Día 72 y día 23.

Estoy aprendiendo a esperar. No sé qué.
Confío en que la inercia, en algún momento, nos va a traer respuestas a algo, como el mar trae caracoles y arena que nos parecen nuevos pero ya estaban.

Desde tu trinchera a 6,700 kilómetros, y con total soltura, me pediste que te hiciera un lugar en mi cama.
En mi cama hay poco espacio, pero en mi corazón tenés un penthouse.

La verdad es que últimamente toda la cama está ocupada con pesadillas de gente lastimada y shoppings cerrados y oscuros en los que estoy encerrada queriendo comprar zapatos para usar cuándo.

Durante la vigilia, sin embargo mucho más feliz, voy anotando besos en una libreta de almacenero. Pero no para cobrártelos, sino para dártelos algún día.

Una noche que no tuve pesadillas, soñé que eras un gusto de helado.
Yo iba a la heladería y pedía un cucurucho de chocolate con almendras y Manuel.
Me desperté queriendo saber cómo estabas, que ibas a hacer en el día, si habías soñado algo.

Hice una carpeta en mi computadora, la llené de fotos tuyas y le puse tu nombre.
La guardé adentro de una carpeta con mi nombre.



21.5.20

Bitácora del viaje obligado al Extrajero #16 - Extrañamiento

Día 5 de la segunda etapa. 2 meses y 5 días en total:

Hay una manera de extrañar que desconocía hasta hoy, y que reside en la certeza de que uno sería más feliz compartiendo la vida o parte de ella con alguien que está lejos.

Muy diferente al extrañamiento de cuando uno quiere estar con los que ya conoce donde ya conoce, es este extrañamiento de lo desconocido.

19.5.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #15 - Justicia poética

El día que cumplía 28 años también cumplí dos meses de cuarentena. Y la rompí.
Como si me hubieran abierto la puerta del arrancadero, me fui al Parque México a pasear el perro de Nadia, que se comió un papel con mierda humana. Para sacárselo de la boca nos enmierdamos las manos nosotras. 
Todo lo que se dice justicia poética.

Al rato retomé el confinamiento, con lo cual ahora no sé si llevo 2 meses y 3 días, o 3 días de una segunda etapa.

Lo que sí sé, es que desde la última vez que escribí al día de hoy pasaron cosas.
Las fui anotando en el mismo cuaderno en el que, hace 3 años, intenté dilucidar la manera de venirme a vivir a México. 
Confío en este cuaderno como en un dios al que le pido milagros y a cambio le doy palabras: la primera vez salió bien.

En mi cuaderno anoté:

Me pongo ésta noche a tratar de darle batalla al insomnio que me genera darme cuenta de que me estoy enamorando de alguien que está a muchos miles de kilómetros de mis abrazos. ¿Cómo será entonces, querido cuaderno, que se puede resolver esto?
Dicen que las ideas están en el aire, que sólo hay que saber cazarlas.

Podríamos ceñirnos estrictamente a conversaciones sobre el clima, pero todo tipo de fenómeno meteorológico nos llevaría a imaginarnos juntos en una montaña o en una cabaña, y terminar diciendo que queremos tomar café a la mañana y acariciarnos el pelo y escuchar guitarras.
Nadie espera enamorarse cuando se enamora pero ¿en una pandemia, en serio?.

Sartre, en La Náusea, dice que ''la existencia no es algo que se deja pensar de lejos: es preciso que nos invada bruscamente, que se detenga ante nosotros, que pese sobre nuestro corazón como una gran bestia inḿovil; sino no hay absolutamente nada.''

Y Dolina, a quien le agradezco la sencillez y la contundencia de sus palabras siempre, en Crónicas del Ángel Gris, dice que el universo es una perversa inmensidad hecha de ausencia: uno no está en casi ninguna parte. Sin embargo, en medio de las infinitas desolaciones hay una buena noticia: el amor.

Ayudáme, cuadernito.






5.5.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #14 - Cadáver exquisito

Día 50 de confinamiento. Me puse a ordenar bits.

El Clío.


Hace dos años vendieron el Clío modelo '99 p
ara que yo cumpliera uno de mis sueños.

Camino al trabajo me pregunto si habré hecho y si estaré haciendo lo correcto.


Antes de esto, solía ir como ganado apilado en la caja de una Ford F100 a repartir folletos de Lombardi.

Era verano, y quería tener mi propio dinero.
Comíamos sanguchitos de paleta y queso, y tomábamos jugo diluído a la orilla del río Areco.

Nos pagaban 150 pesos por trabajar los sábados de 10 de la mañana a 2 de la tarde.


Después de eso, me encontraba con el chico que me gustaba.

Que me gustaba tanto que no cerraba los ojos cuando lo besaba
para poder seguir mirándolo.

Una señora.


Decían que yo había nacido para, ''algún día'', ''ser una señora''

Pero les dije que ''no''.
A todos les dije que ''no''.

Y me fui.
Pero no me olvidaron. 
Y no los olvidé.
¿Qué es la ausencia física si alguien se te metió para siempre en forma de recuerdo?

Ahora.

A veces vuelvo a casa tan ahogada

que no distingo si por los cables de luz pasan ardillas o reflejos de los autos.
Entonces me siento en el parque, de madrugada,
a escribir lo que creo que son poemas, en el celular,
y a desafiar al destino y a las ratas que viven en los parques.
Escribo ''te extraño'', pero la verdad no extraño a nadie.
Entonces levanto la vista: la humedad de la lluvia se desprende del asfalto porque empieza a amanecer.

Y percibo el verano:
Un inminente olor a asado en un baldío.
Un ficticio Malevo engominado esperando con la faca en el bolsillo a la vuelta de la esquina.
Esta tarde es una película de Leonardo Favio, pienso, aunque son las 4 de la mañana.


Volver.


Quiero volver a Argentina

y armar una biblioteca en el living de mi casa:
Que todo sea de madera, q
ue quepa Toda la memoria del mundo.
Que haya lamparitas de filamento,
un hogar a leña,
un sillón,
Whisky a discreción,
un gato.


Y quiero festejar mi cumpleaños ahí.

con mis amigos de la desdicha.