6.5.13

El olor de la penumbra

  Nunca escribo algo que no es cierto: el olfato es el sentido más inevitable. Las fosas nasales no se pueden cerrar ni se pueden tapar. Un olor puede quedar en la retina olfativa por mucho tiempo, horas o incluso años.
  Cuando aparece un olor agradable y reconocible, y más si es una ráfaga efímera de alguien que pasó, el alma se emboba y el cerebro trabaja a contrarreloj uniendo recuerdos y trayendo situaciones y personas de otro tiempo. Pueden pasar horas de uno tomándose un café con sí mismo añorando algún que otro momento glorioso. Pero si hay un olor feo no. Y si es reconocible, menos que menos. A uno le dan ganas de pegarse un tiro en las células receptoras del olor, de tener branquias, de habilitar mágicamente para la respiración cualquier otro orificio corporal que no sea la boca, porque parece que uno lo estuviera tragando.
  Cuando iba a la secundaria, un profesor aconsejaba, ante un mal olor, respirar profundamente para tragarlo todo y limpiar el aire de olores. Pero yo no tengo un espíritu tan solidario como para filtrar el aire de todos. Por otro lado, cuando el olor se retroalimenta, a lo sumo se puede lograr alguna especie de costumbrismo olfativo que hará que pensemos que el olor ha desaparecido y estamos respirando aire puro de los Alpes suizos (claro está que si uno decide irse un fin de semana a otro lugar, a la vuelta el costumbrismo habrá desaparecido y la adaptación al olor, nuevamente, será todo un trauma). Yo no conozco a ningún alegre que ande despidiendo olor a penumbra por la vida.        Los olorosos a penumbra son seres apagados, aburridos, anticuados, deprimidos y depresores. ¿Me va a decir que no?
  Hoy apareció un olor, seguido de un recuerdo, del que intento escaparme hace dos años. Un olor a penumbra, a abandono, a soledad, a cajones de madera vacíos y cerrados. Un olor de esos que se impregnan a las cosas y luego a la gente. Un olor viral que coloniza el ser de afuera hacia adentro: primero su casa, luego su ropa, luego su piel, su aliento y su cabeza. Todo queda en penumbras.

  Esperaba haber escapado de él, pero a la vista (o al olfato) está que es imposible. Volvió, y con él, el recuerdo insoportable de dos años en penumbras durmiendo y despertando con él. No lo puedo sacar de la intersección que hay entre la nariz y la garganta.
  Búsquele el sentido metafórico que quiera. Esa es su tarea, yo sólo vine a hablar de olores.