1.6.19

Temazcal

Durante dos noches dormí en una cama super incómoda.
Los mosquitos me jodían las orejas.

Una de esas noches me desperté con un gato pajeándose en mi pierna y no supe qué hacer.

Durante casi dos días hable lo mínimo e indispensable con la gente.

Al volver a casa me di cuenta de lo maravillosa que es mi cama,
mi casa, 
de lo maravilloses que son mis amigues, 
mi gato,
de lo importante que es usar las palabras,
las camas,
el corazón 
y el cuerpo
con conciencia.

Estaba a puro derroche.

Gracias por esta experiencia.

El muy mierda

Cuando elegí migrar, elegí también soltar todo aquello a lo que estaba acostumbrada.
Que me hacía bien y que me hacía mal.
Casi como una epifanía, se me presentó esta frase:

Siempre que uno elige, está no eligiendo otras cosas.

Sabés que es lo único que no se puede?, dice mi amiga Marianela, todo.
Y decidí correr el riesgo, andar el camino, tomar ese avión.

Supe que iba a tener que adaptarme a nuevas costumbres, a nuevas formas de hablar, a otra comida. Y sobreponerme al hecho de andar conmigo misma a cuestas, teniéndome a mí y solamente a mí, teniendo que confiar como método de supervivencia. Mi cuerpo y mi alma, mi casa.

Iba a ser como nacer de nuevo:
Aprender a hablar, a comer, hacer amigues. Y en ese aprender, se forjaría, inevitablemente, una nueva identidad.

Con el tiempo fui aprendiendo que todo se puede conseguir con esfuerzo y mucha, mucha suerte,
menos el amor.

Ese se me escurre siempre como un hamster entre los dedos y se hace mierda contra el piso.
Tan suavecito y tierno que parece, y tan escurridizo el muy mierda.