25.12.18

Nadie entra bien a un hospital

Nadie entra bien a un hospital. 
Entrás mal. 
Y salís bien, 
o muerto.

Cuando entrás acá, entras mal, 
y salís mal, 
o muerto.

A: Feliz Navidad, que lo pases lindo.

B: Hola! Feliz navidad para vos también!

     Espero que lo pases lindo!

A: Qué seco.

B: Nahhhh.

B: Estoy en Punta del Este.

     Con tres amigos.

A: Qué lindo te queda el pelo así.

B: Estoy muy viejo.

A: Estás hermoso.

B: Y vos cómo la estas pasando?

A: Bien, estoy yendo a comer. Acá son las 20.30.

B: Muy bien! Nosotros ya casi por brindar.

B: Hermosa.

A: Gracias

     Estoy vieja.

B: Deberiamos estar juntos

    Ahora.

A: Y si, pero vos no venís.

B: Tiempo al tiempo.

A: Ja, qué borracho que estás.

A: Estás re lindo.

B: jajajaa.

     Qué tal la noche?

A: Paseé de una cena con argentinos a una cena con franceses. Y nadie quiere bailar.

B: Yo no bailaría. Yo te arrancaría de ahí.

A: Y qué haces tan lejos de mí?

B: No sé.

A: Vení.

B: Dónde estás ahora mismo?

A: En un uber volviendo a mi casa.

     Llego en 19 minutos.

B: Te espero.

A: Hacemos videollamada?

B: No quiero otra cosa que estar con vos ahí ahora.

A: Te espero el 22 de mayo.

     Sabés que para mi las palabras son muy importantes.

B: Viste que sos un torbellino.

     Por eso me encantás.

A: Pero te doy miedo.

B: Muchísimo miedo.

A: Y no pensás arriesgarte?

B: Enamorarse de vos no es un buen negocio.

     Siempre me frenó eso con vos.

A: Para vos enamorarse es un negocio?

     Yo no soy un restaurant.

B: No seas tan literal.

A: Y tampoco uno decide cuándo enamorarse.

B: Cuando se trata de vos y yo.

     No.

     Yo supe en la primera charla que podía enamorarme perdidamente de vos.

     Pero vos nunca lo entendiste.

A: Yo era muy chica. No podía ver como vos.

      Creo que si nos diéramos una oportunidad tal vez sería increíble.

B: Eso es un punto para mi, entonces?

A: No es un punto para nadie. Es una circunstancia de la vida.

      Si algún día perdés el miedo a estar conmigo tal vez te sorprendas.

B: Yo quiero enamorarme de vos.

A: Qué pena, porque no es algo que uno decide.


B: Quién te dio esa certeza?

     Cómo podés saberlo?

     Yo te quise mucho en silencio.

A: El silencio es muy cobarde.

     Yo solo te puedo decir que me encantaría ir a esperarte al aeropuerto.

B: Yo jamás me autoproclamé valiente.

     En escencia soy muy cobarde.

A: Esencia.

     Si, ya sé.

     Pero bueno, algo en mí sigue dando por descontado que no.

     Se ve que tan bien no te conozco, o no termino de verte.

B: Quiero ser tu novio.

A: Seguro?

B: Aboslutamente.

A: Y cómo hacemos?

B: Vamos a tener que ser pacientes.

A: Yo llevo diez años de paciencia.
     Estoy acostumbrada a esperarte.

B: Nunca me tuviste en cuenta.

A: No.
     Lo que pasó fue que nos tuvimos en cuenta en distintos tiempos.
     Cuando para mí eras super importante, yo para vos no.
     Y luego al revés,
      y ahora esto.

     Que no sé si es el alcohol o es cierto.
 
   














22.12.18

Cooper

Diane, son las 19.12 del viernes 22 de diciembre, ya casi es Navidad, la gente está feliz y yo, además de no entender qué pone feliz a la gente únicamente en estas fechas, estoy en un shopping esperando para retirar entradas.
Ya intente retirarlas al mediodía pero no pude porque no tenía el pasaporte.

Diane, me di cuenta que la gente hace cosas increíbles para pasar el tiempo cuando no puede hacer demasiado.
La gente adelante mío baila la música ambiental del shopping.
Otros miran sabanas y discuten los precios.
Yo me puse a hojear mi pasaporte.

Diane, quise corroborar que los datos de mi pasaporte estuvieran bien, a pesar de haber atravesado más de 12 países con este pasaporte, yo quería corroborar una vez mas, que yo fuera yo.
Me miré en esa foto, Diane. Y me pareció que ya no era yo.

Diane, mi cara en esa foto no es para nada feliz.
Me puse a analizar qué me pasaba en esa foto.
No estaba triste, estaba mal, incómoda con la persona que me tomaba la foto.

Y me di cuenta, Diane, que me molesta mucho tener que acreditar todo el tiempo que no soy otro.

Diane, me piden el pasaporte para legitimar mi identidad, pero no por quien soy, sino por quien no soy.

Y me di cuenta, Diane, que sigo siendo yo, la de esa foto y la de esta fila, porque tanto en ese entonces como ahora, me molesta hacer tramites.




12.12.18

Cosas verdes

Cuanto más uno gasta dinero más se gasta.
A sí mismo.
Como si en el hecho de extender la mano con un billete pegado a ella, con una tarjeta, desgastara los músculos. Como una enfermedad degenerativa (qué dice esta troska?)

Esto:
Como si de tanto usar el pulgar oponible para sostener papelitos o plastiquitos, este fuera perdiendo fuerza y, cada vez, uno tuviera que hacer más esfuerzo para sostener esas cosas que, ademas, uno suele sostener por una mínima fracción de segundo.

Cuanta falta hace, a veces, siempre, sostener por más tiempo.
La inmediatez del día a día, hoy, está reflejada como una metaforita chiquita pero contundente, en esa acción de sostener el billete o la tarjeta, por un tiempito cortísimo, cuanto más corto, mejor.

Porque nadie quiere tener un billete mucho tiempo en la mano, porque ya quiero que me lo saquen y me den algo a cambio, que no quiero seguir presionando el pulgar oponible, carajo, que no me da placer.

A mi me encantan las cosas verdes, pero las prefiero de una textura más amable y duradera en mi mano, que el billete:

Que sean un poco gomosas, como el pasto que arranco para masticar de a poquito como una ardilla,
o suavecitas como el hilo de bordar,
o crujientes como la yerba mate,
o, incluso, elásticas como un moco que me saco con placer y lo hago bolita hasta que elijo hacia dónde tirarlo en el Bosque de Chapultepec un domingo a la tarde.


9.12.18

Ensalada de papa y huevo

Sentada en un auto, bien mueble en donde encuentro el espaciotiempo para pensar en cuestiones existenciales desde hace un año y pico, cerré los ojos para intentar soportar la resaca de la noche anterior y, en el espacio negro que quedó delante de mis ojos, apareció un domingo al mediodía en la casa de mis abuelos:

En mi nariz la sensación del Gancia con soda que tomaba con resaca para demostrar, en vano, que no existía tal malestar.

El salame,
el queso,
el pan casero.

Los chorizos,
el asado.

La ensalada de papa y huevo, eventualmente con cubitos de zanahoria hervida, siempre insuficiente.

El postre borracho como lo hacía, según mi abuelo, su mamá.

El café instantáneo que tomaba solamente para tardar un rato más en llegar a casa.

La caminata de vuelta a casa con mi mamá en el sopor de la digestión y de lo onírico que se vuelve un espacio cualquiera un domingo a la tarde.
Y reirnos hasta que nos duela la panza.



Abrí los ojos y, en ese auto, el día transcurrió acá y allá.


4.12.18

Nota de audio

Cada vez que decido escribir algo es porque me asalta una idea, o una sensación que se desprende de una idea, o una idea que se desprende de una sensación.
Y necesito escribirlo.
Primero lo escribo en mi cabeza y lo voy acomodando.
Un poco.
Como si fueran valijas que meto en un baúl para irme de vacaciones.
Las voy acomodando para que queden más o menos ordenadas. De alguna manera que me guste.
No necesariamente ordenadas bien, sino ordenadas por colores, o por versos, rimas, parecido de las palabras o de las valijas.
Esperando para cruzar en un semáforo vi a tres señores que venden flores, jugando a las cartas en el piso.
No sé qué juego era. Había que agarrar una carta del mazo que estaba en el medio, boca abajo, y armar un juego con el resto de las cartas que tenían en la mano.

Dos de ellos agarraban siempre cartas malas, evidentemente, porque las miraban y las dejaban caer boca arriba de una manera como si las dejaran volar al lado del mazo.
El tercero parecía estar agarrando cartas muy buenas: las agarraba con confianza, pero sobre todo las tiraba boca arriba con confianza.
En un momento hizo un juego y lo bajó, para que los demás lo vieran.
Era como si él tuviera el poder sobre las cartas, mientras que los otros dos eran esclavos de las cartas.

Siento que los juegos de mesa demuestran mucho de cada persona, de cómo se toma las cosas cada persona, y sobre la idiosincracia de un lugar.
Acá cuando no te salen cartas buenas, la gente las deja volar, como a los problemas. En cambio si te va bien, te sentís más confiado.

Si ellos tres fueran argentinos, no estarían dejando volar las cartas malas.
Se estarían quejando y, sobre todo, estarían pensando que el otro se está carteando.

Se me ocurrió ir escribiendo esto en mi cabeza y escribirlo en un soporte un poco más duradero al llegar a casa.
Pero me dio vértigo la idea de que al llegar a casa no iba a querer escribir sino tomar birra y sacarme los zapatos y que, cuando decidiera sentarme a escribir esto, la idea iba a haber cambiado lo suficiente como para no querer escribirla.
Así que decidí grabar este audio, para que de alguna manera quede ahí.
A pesar de cuando lo escriba, se volverá a escribir.

Permitirme nadar

Volver a encontrar mi centro. Sacar la vista de acaá y llevarla a la ventana, ventanilla, ventiluz.
Encontrar el espacio de mí que se emociona con una una bella imagen. Que considera bello algo que otros no.
Permitirme.
Aceptarme.
Disfrutar.
Ser.
Ablandarme.
Respirar y oler
el pasto cortado
los tamales
la crema de zanahoria
la estela del perfume de los señores
y de las señoras
saliendo del teatro.
Prescindir de dramamines
del miedo
de la sensacion de que todo el tiempo
todo
se está por romper.
Del miedo al fracaso
que solo genera eso
fracaso.
Prescindir de la culpa de haberme dejado tentar por
un dictamen
tácito
social
que dice que estoy incompleta
y que tengo que buscar mi completitud
en otro.
Prescindir de la tierra.
Permitirme nadar.

Conocerlo todo

Nunca compré la idea de conocer un pedacito de algo.
Cuando era chiquita y mi mamá me decía que íbamos a conocer una parte de un país, yo no decía nada.
Pero me jodía en las entrañas no conocerlo todo.

Los tucos del tío Daniel

Todo el mundo hablaba siempre de los tucos del tío Daniel, a quien vi una sola vez porque se murió al poco tiempo de conocerlo. Como si la vida lo hubiera hecho esperarme.
Lo poco que pude observarlo, parecía una versión mejorada de mi papá.
No llegó a conocer a su primer nieto.
El día que fuimos a conocer a Antonio, recién nacido, unos días después de la muerte de Daniel, mi papá se puso una camisa suya cuidando de no lavarla para que el bebé pudiera conocer el olor de su abuelo.

Jamás lo mencionó.

Me lo contó entre lágrimas y tos de fumador en el ascensor del sanatorio Anchorena. Y yo, que ni siquiera conocía tanto a mi papá, sentí que ese era el acto de amor más grande y único que conocería de él en 26 años.

Ahora cada vez que hago tuco siento la presión en la nuca de tener que hacerlo tan bien como el tío Daniel. Y es dificilísimo, porque sinceramente no recuerdo si llegué a probarlo o no. Pero siento que si me salen bien, soy de la familia.

Y siento que nunca lo logro, porque no me acuerdo si sé cómo era.