12.12.18

Cosas verdes

Cuanto más uno gasta dinero más se gasta.
A sí mismo.
Como si en el hecho de extender la mano con un billete pegado a ella, con una tarjeta, desgastara los músculos. Como una enfermedad degenerativa (qué dice esta troska?)

Esto:
Como si de tanto usar el pulgar oponible para sostener papelitos o plastiquitos, este fuera perdiendo fuerza y, cada vez, uno tuviera que hacer más esfuerzo para sostener esas cosas que, ademas, uno suele sostener por una mínima fracción de segundo.

Cuanta falta hace, a veces, siempre, sostener por más tiempo.
La inmediatez del día a día, hoy, está reflejada como una metaforita chiquita pero contundente, en esa acción de sostener el billete o la tarjeta, por un tiempito cortísimo, cuanto más corto, mejor.

Porque nadie quiere tener un billete mucho tiempo en la mano, porque ya quiero que me lo saquen y me den algo a cambio, que no quiero seguir presionando el pulgar oponible, carajo, que no me da placer.

A mi me encantan las cosas verdes, pero las prefiero de una textura más amable y duradera en mi mano, que el billete:

Que sean un poco gomosas, como el pasto que arranco para masticar de a poquito como una ardilla,
o suavecitas como el hilo de bordar,
o crujientes como la yerba mate,
o, incluso, elásticas como un moco que me saco con placer y lo hago bolita hasta que elijo hacia dónde tirarlo en el Bosque de Chapultepec un domingo a la tarde.


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