9.12.18

Ensalada de papa y huevo

Sentada en un auto, bien mueble en donde encuentro el espaciotiempo para pensar en cuestiones existenciales desde hace un año y pico, cerré los ojos para intentar soportar la resaca de la noche anterior y, en el espacio negro que quedó delante de mis ojos, apareció un domingo al mediodía en la casa de mis abuelos:

En mi nariz la sensación del Gancia con soda que tomaba con resaca para demostrar, en vano, que no existía tal malestar.

El salame,
el queso,
el pan casero.

Los chorizos,
el asado.

La ensalada de papa y huevo, eventualmente con cubitos de zanahoria hervida, siempre insuficiente.

El postre borracho como lo hacía, según mi abuelo, su mamá.

El café instantáneo que tomaba solamente para tardar un rato más en llegar a casa.

La caminata de vuelta a casa con mi mamá en el sopor de la digestión y de lo onírico que se vuelve un espacio cualquiera un domingo a la tarde.
Y reirnos hasta que nos duela la panza.



Abrí los ojos y, en ese auto, el día transcurrió acá y allá.


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