27.6.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #26 - Escapar no poder

27 de junio.
3 meses y 11 días pero se siente como un millón.

Hay un pasado que no quiero visitar y que, sin embargo, se me hace presente todo el tiempo.
Como quien le teme tanto a la desgracia, que vive sumido en ella.

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #25 - Un hotel del ACA

3 meses y 10 días: me siento inmersa en un sopor espiritual, como si estuviera en la Dimensión Desconocida y no llegara nunca el desenlace.

Siempre me gustó perder el tiempo.
Aunque nunca lo perdí mucho.
Cuando tenía 5 años mi mamá me regaló un microscopio y un telescopio para que yo pudiera ver desde lo más pequeño hasta lo más grande. Cinco años.

Y así me crié, con la certeza de que se podía abarcar todo: Siempre se puede hacer todo si te organizás, decía mi madre.

A los 28 años, hoy, me siento cansada.
El mundo ha parado, o algo parecido, y yo vengo con la inercia de todos estos años, muy propensa a estrolarme contra algo contundente si no paro un minuto.

No me acuerdo qué pasó ayer ni el mes pasado, pero sí me acuerdo las historias de cuando vivía más lento.

Tal vez ya vaya siendo tiempo de perder el tiempo, o de encontrarlo, no sé.

El tiempo de quedarme unas noches en un hotel del ACA en algún pueblo con sierras, cuyo nombre elegiré olvidar. Sola o acompañada. Es lo mismo. En un hotel del ACA siempre se está solo.

Comer milanesa con ensalada de tomate y lechuga cortada bien finita, mientras un televisor con colores y audio saturados anuncia algo poco relevante, y acostarme en sábanas blancas en mi habitación del hotel del ACA, que huele a hotel, que es un olor que no se experimenta en otros lugares.

El tiempo de indagar en la estampa de la remera de Punta Cana de la señora que camina por la colectora a las 3 de la tarde.

O de ser parte de un grupo de gente que conversa en un balcón, segregada de una fiesta, gesticulando con cigarrillos y vasos en las manos, entrecerrando los ojos para enfatizar en la importancia de lo que están contando sin que les importe demasiado lo que pasará en el minuto siguiente.

Dice Haruki Murakami que  ``ser bueno o malo, ser hábil o torpe: en realidad no importa. Lo único importante es prestar atención, serenarse y aguzar el oído.´´

Será.


26.6.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #24 - Lista post pandemia

24 de junio.
3 meses y 8 días:

Ayer tembló. Fue un sismo de 7 puntos y pico, los medios no se deciden, con epicentro en Crucecita, Oaxaca.
En Ciudad de México se sintió como una gelatina que hizo temblar los árboles, los postes, las convicciones y los edificios.
Mientras temblaba acá, en Buenos Aires nacía Sara, la sobrina de Flor. Nos enteramos al rato, y pensé ''qué mundo tan inverosímil'': en una punta hay un terremoto en el mismo momento en que nace un chico en la otra punta.

Cuando sonó la alerta sísmica yo estaba teniendo una junta de trabajo por videoconferencia, y estaba grabando el audio de esa videoconferencia con el celular. Lo primero que pensé cuando sonó la alerta sísmica fue que no quería morirme de una manera estúpida: trabajando. Entonces, como cada vez que estoy en una emergencia, repasé la lista mental de cosas que necesito tener encima, agarré las que pude y el gato, y salí.
Tenía muchas ganas de llorar, pero antes necesitaba encontrar a mis amigos.
Cuando los encontré, se vino el alud: Lloraba y decía que estaba harta de todo. Nunca me había sentido tan harta. El gato, rodeado de perros, a upa mío, se quedó quietito. Me imagino que no debe haber entendido nada.

Todo quedó grabado.

La semana pasada renové mi residencia mexicana y el hombre que me tomó las huellas en el Instituto Nacional de Migraciones apoyó su mano sobre la mía para ayudarme a hacer fuerza suficiente en el escanercito de huellas digitales.
Fue el mayor contacto físico que tuve con alguien en meses.

Ultimamente todo es tan tedioso, tan lento, tan chicle, tan laberíntico que la única escapatoria que encuentro es la imaginación. Así que me puse a hacer una lista, que no es tan grande ni tan imposible, de todo lo que quiero para cuando se pueda:

- Un fueguito de noche que nos ilumine las caras mientras nos contamos anécdotas.
- Que el fueguito haga formas en nuestras caras y parezca que son otras.
- Que sintamos mucho miedo y después mucha alegría, que explotemos de alegría frente al fuego.
- Y que no queramos dormirnos nunca ni que el fuego se apague.
- Que la noche frente al fuego dure dos noches o tres.
- Y que siempre llegue alguien nuevo trayendo más historias y una botella de vino.


21.6.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #23 - Colbert Ice

Tres meses y cinco días:

Parada con los brazos en jarra en el medio del Ecoducto del Viaducto Miguel Alemán, de donde siempre robo romero e intento en vano hacer esquejes que prosperen, miro hacia el lado del World Trade Center, por donde cae el sol y se ven, finalmente, las montañas despejadas por la lluvia que todavía no llega hasta acá pero que ya no tarda, y pienso:
Qué lejos estoy, la concha de la lora. 
En qué momento habrá sido que dejó de divertirme todo lo que hoy me abruma de este maravilloso y terrible país?

''El que abandona no tiene premio'': Se me aparece esa frase del lado de adentro de la frente como un letrero de neón que me encandila al revés.
Qué frase de mierda, pienso. La persona que inventó eso debe haber estado muy segura de que la vida es como un álbum de figuritas que canjeás por un vasito térmico.

Y si el premio está, por el contrario, en barajar y dar de nuevo? 

''El que no arriesga, no gana'': Se me aparece esa frase del lado de adentro de la frente, como un letrero más amable con mis ojos, uno de madera.

Y si me voy y con el tiempo los recuerdos empiezan a ser como sueños y después se convierten en sueños que no puedo recordar?

Tal vez sea que no sirvo, o que no tengo la valentía, para los compromisos a largo plazo.

Pasó un señor paseando a su perrito que dejó una estela de olor al Colbert Ice que se ponía mi abuelo después de bañarse, en aquella época en la que todo estaba bien y mi abuelo tomaba vermouth en el patio a las 8 de la noche mientras nos envolvía el humo del espiral de los mosquitos y mirábamos aparecer las estrellas, y él me contaba historias del campo.

Se me escaparon un par de lágrimas que escondieron los anteojos de sol y absorbió el barbijo de triple capa de tela que tenía puesto.
Me senté en un banquito del Ecoducto e hice esta lista de necesidades para cuando se pueda volver al país del patio de los espirales y el vermouth:

Una mecedora.
Una parra.
El sol bajando.
El olor de las plantas.
Los pies en el pasto.
Una mirada cómplice.
Abrazos.
Un fueguito.
Reirme hasta que me duela la panza.
Las montañas violetas al atardecer en el sur.

Todo esto en cualquier orden.

20.6.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #22 - El semáforo

Tres meses y cuatro días:

Hoy en el semáforo de Álvaro Obregón con Monterrey me puse a pensar sobre la estructura que sostiene al amor romántico: la creencia general de que hay que sufrir para merecer: sufrir por amor para que te quieran, sacrificarte laburando para tener cosas materiales o lograr ciertos objetivos: el melodrama: el discurso del capitalismo: la coerción por medio del miedo.
La justicia divina, era antes: un panóptico incorpóreo: tenerle miedo a Dios y actuar en consecuencia. 
El miedo a la carencia, es ahora: el pavor a la pobreza material, en todo sentido (el amor que se construye desde la coerción y el sufrimiento se parece a cualquier cosa menos al amor, y se parece a muchas cosas como a sacrificarse laburando para comprarse un televisor). Tener miedo de ser pobre material, tener miedo de los pobres materiales, como si contagiaran su condición. Como si desconociendo a los pobres, haciéndolos otredad, fuera yo menos pobre.

Entiendo que haya gente que no quiera cuarentena: Nadie quiere convivir con los fantasmas de un sistema de vínculos que no funciona. Eso genera violencia.
Como el nene que no quiere dejar la mamadera porque ya se acostumbró aunque hay un mundo de sabores por conocer.
Como la mujer que no reconoce que su padre, hermano, tío, marido, amigo, hijo es un violador.

Darse cuenta nunca es gratis: siempre involucra una toma de decisión. Una reacción. 
No hacer nada también es una reacción.
La ingenuidad muchas veces conviene, pero darse cuenta es la antesala a la libertad.


Bitácora del viaje obligado al Extranjero #21 - Momentos históricos

Tres meses y tres días.
La casa está hermosa.
Las plantas crecen de manera directamente proporcional a mi angustia, como si quisieran abrazarme.

Hay días que no puedo ver la parte buena a pesar de estar llena y forrada de privilegios.

Nadie pidió nacer y, mucho menos, vivir momentos históricos.

9.6.20

Mollejitas a la provenzal

Querido Mario,

No sé para qué te escribo esta carta, si ya te deben haber comido los gusanos.
Hoy me desperté con unas ganas bárbaras que comer mollejas a la provenzal como las hacías vos. 
Me quedé un rato acostada boca arriba en la cama. Al rato me dí cuenta de que en el techo hay más telarañas que antes. Creo que desde aquel miércoles espantoso y triste que te despedimos, en esta misma cama, que no limpio.
Sin embargo, hoy, el pensar en las mollejitas me levantó un poco el ánimo.
Así que me levanté, con un poco de dificultad (estoy más gorda que en el '84, y eso que ya era gorda), agarré el plumero, que también tenía telarañas, y lo pasé por los rincones y las juntas.

El médico dice que me tengo que cuidar. 
Julieta viene cada tanto y me trae galletas de arroz para que coma con el mate en vez de tortitas negras que tienen muchas grasas saturadas, dice, pero Mario, yo a las galletas de arroz se las tiro al Pirulo y ahí quedan. Parecen de telgopor, no se las comen ni las lauchas.
Yo no sé cómo la gente piensa que me van a quedar ganas de cuidarme la salud, con lo que te extraño, Mario.

Salí de casa esta mañana, decidida a descubrir tu receta de las mollejas que, ya sé, no tienen receta. Pero vos sabés lo porfiada que soy. 
Supuse que, de todos los años que te vi hacerlas, algo iba a haber aprendido yo, como por osmosis. 
Pero me quedaron como chicles viejos a pesar de haberlas puesto en leche toda la mañana. 

No sabés, Marito querido, lo que te extrañé hoy cuando comía. Masticaba y lloraba, tragaba y lloraba.
El Pirulo tampoco las quiso, hasta puso cara de ofendido. Ni con las galletas de arroz me pone esa cara.

Terminé llamando a la rotisería para que me trajeran mollejitas a la provenzal.

Vos no vas a creer cómo se llamaba el repartidor.

Tuya siempre.

La gorda.


5.6.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #20 - La ropa ya no tiene sentido


''Ahora que sé que esta carta te va a llegar, aunque no te la den mis manos te va a llegar, me pregunto: ¿cómo será tu mundo ahí?...''

Jueves 4 de junio.

El punto y aparte de los días reside en subir y bajar las cortinas.

Desde la semana pasada, me despierto todas las noches, entre las 2 y las 3 de la mañana, a vomitar pensamientos en papeles que después dejo tirados.


Los zapatos no me llevan al trabajo y las zapatillas no me llevan al parque. 

Nada que pueda vestir me lleva a ningún lugar ni me cuida de las chispas de un asado, de la lluvia o del sol, mientras vivo lo que tiene el mundo para ofrecer.

La ropa ya no tiene sentido.


Andamos descalzos y solos, en nuestras casas, solísimos, refregándonos las plantas de los pies, marrones, en nuestras propias piernas, no pudiendo molestar a otros con caricias infames de pies sucios por abajo de las mesas.


Nuestras vidas quedan escritas en mails, en chats, podemos revisarlas todo el tiempo, releerlas, analizar lo que dije, lo que dijiste, lo que dijimos. 


Sin embargo nadie más que nosotros mismos sabe o recuerda, ya, qué gusto tienen nuestras lágrimas.


Qué nos va a pasar con la memoria? Cuánto tiempo más recordaré las caras de mis amigas en tres dimensiones y la suavidad de su pelo?


Qué lejos estoy, pienso. Lejos de qué?


Alguna vez hubo un día en que viajé de Buenos Aires a México para quedarme.

No creo ser capaz de pasar por algo así otra vez.
Aunque ya nunca volveré a irme de mi país,
porque ya no tengo uno.



1.6.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #19 - El pulóver verde

Primero de junio. 
Los días son una lombriz que se corta y se hace dos, y cuatro, y ocho. Pero siempre son el mismo.

Cuando me desperté hoy a la mañana, estaba lluvioso, frío y gris.
Pensé en mi abuelo, y en su pulóver verde musgo, que le tejió mi abuela, y que se ponía siempre que llovía.

Me gustaba que lloviera los fines de semana, porque entonces, yo no iba al jardín y mi abuelo no podía ir a trabajar. Como yo era muy rompepelotas, sobre todo los días de lluvia, mi abuelo me llevaba en la camioneta a comprar leña y vermouth para el asado, y en una de esas yo ligaba algún paquete de papitas con un tazo de Pinky y Cerebro o una Crush.

Paseábamos por el pueblo pisando charcos con la Ford F100, escuchando el sonido ininteligible de la radio FM.
Íbamos innecesariamente lejos, al almacén de algún amigo suyo, donde nos quedábamos un rato largo. 
Mi abuelo hablaba con su amigo mientras yo llevaba mi cuerpito de 4 o 5 años a pasear por las góndolas: me escabullía por el lugar hasta encontrar las alpargatas nuevas.

Me encantaba el olor de las alpargatas nuevas adentro de la bolsa de nylon, una adentro de la otra, dobladas como origamis pampeanos.
Al rato mi abuelo decía las palabras mágicas ''vamos, Pitu?''. Y volvíamos a la casa.

Mi abuelo prendía el hogar con la leña que le habíamos comprado a su amigo, y mientras él tomaba Gancia y esperaba que se hicieran las brasas para el asado, jugábamos a la biblioteca. 

Yo era la bibliotecaria.

Mientras me lavaba los dientes, hoy, pensaba en si estará lluvioso, frío y gris, allá como acá. Si mi abuelo tendrá puesto el pulóver verde. Si a pesar de que no hablamos por teléfono, él sentirá que acá, a tantos miles de kilómetros, yo necesito que él se ponga el pulóver verde.