9.6.20

Mollejitas a la provenzal

Querido Mario,

No sé para qué te escribo esta carta, si ya te deben haber comido los gusanos.
Hoy me desperté con unas ganas bárbaras que comer mollejas a la provenzal como las hacías vos. 
Me quedé un rato acostada boca arriba en la cama. Al rato me dí cuenta de que en el techo hay más telarañas que antes. Creo que desde aquel miércoles espantoso y triste que te despedimos, en esta misma cama, que no limpio.
Sin embargo, hoy, el pensar en las mollejitas me levantó un poco el ánimo.
Así que me levanté, con un poco de dificultad (estoy más gorda que en el '84, y eso que ya era gorda), agarré el plumero, que también tenía telarañas, y lo pasé por los rincones y las juntas.

El médico dice que me tengo que cuidar. 
Julieta viene cada tanto y me trae galletas de arroz para que coma con el mate en vez de tortitas negras que tienen muchas grasas saturadas, dice, pero Mario, yo a las galletas de arroz se las tiro al Pirulo y ahí quedan. Parecen de telgopor, no se las comen ni las lauchas.
Yo no sé cómo la gente piensa que me van a quedar ganas de cuidarme la salud, con lo que te extraño, Mario.

Salí de casa esta mañana, decidida a descubrir tu receta de las mollejas que, ya sé, no tienen receta. Pero vos sabés lo porfiada que soy. 
Supuse que, de todos los años que te vi hacerlas, algo iba a haber aprendido yo, como por osmosis. 
Pero me quedaron como chicles viejos a pesar de haberlas puesto en leche toda la mañana. 

No sabés, Marito querido, lo que te extrañé hoy cuando comía. Masticaba y lloraba, tragaba y lloraba.
El Pirulo tampoco las quiso, hasta puso cara de ofendido. Ni con las galletas de arroz me pone esa cara.

Terminé llamando a la rotisería para que me trajeran mollejitas a la provenzal.

Vos no vas a creer cómo se llamaba el repartidor.

Tuya siempre.

La gorda.


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