1.6.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #19 - El pulóver verde

Primero de junio. 
Los días son una lombriz que se corta y se hace dos, y cuatro, y ocho. Pero siempre son el mismo.

Cuando me desperté hoy a la mañana, estaba lluvioso, frío y gris.
Pensé en mi abuelo, y en su pulóver verde musgo, que le tejió mi abuela, y que se ponía siempre que llovía.

Me gustaba que lloviera los fines de semana, porque entonces, yo no iba al jardín y mi abuelo no podía ir a trabajar. Como yo era muy rompepelotas, sobre todo los días de lluvia, mi abuelo me llevaba en la camioneta a comprar leña y vermouth para el asado, y en una de esas yo ligaba algún paquete de papitas con un tazo de Pinky y Cerebro o una Crush.

Paseábamos por el pueblo pisando charcos con la Ford F100, escuchando el sonido ininteligible de la radio FM.
Íbamos innecesariamente lejos, al almacén de algún amigo suyo, donde nos quedábamos un rato largo. 
Mi abuelo hablaba con su amigo mientras yo llevaba mi cuerpito de 4 o 5 años a pasear por las góndolas: me escabullía por el lugar hasta encontrar las alpargatas nuevas.

Me encantaba el olor de las alpargatas nuevas adentro de la bolsa de nylon, una adentro de la otra, dobladas como origamis pampeanos.
Al rato mi abuelo decía las palabras mágicas ''vamos, Pitu?''. Y volvíamos a la casa.

Mi abuelo prendía el hogar con la leña que le habíamos comprado a su amigo, y mientras él tomaba Gancia y esperaba que se hicieran las brasas para el asado, jugábamos a la biblioteca. 

Yo era la bibliotecaria.

Mientras me lavaba los dientes, hoy, pensaba en si estará lluvioso, frío y gris, allá como acá. Si mi abuelo tendrá puesto el pulóver verde. Si a pesar de que no hablamos por teléfono, él sentirá que acá, a tantos miles de kilómetros, yo necesito que él se ponga el pulóver verde.

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