27.6.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #25 - Un hotel del ACA

3 meses y 10 días: me siento inmersa en un sopor espiritual, como si estuviera en la Dimensión Desconocida y no llegara nunca el desenlace.

Siempre me gustó perder el tiempo.
Aunque nunca lo perdí mucho.
Cuando tenía 5 años mi mamá me regaló un microscopio y un telescopio para que yo pudiera ver desde lo más pequeño hasta lo más grande. Cinco años.

Y así me crié, con la certeza de que se podía abarcar todo: Siempre se puede hacer todo si te organizás, decía mi madre.

A los 28 años, hoy, me siento cansada.
El mundo ha parado, o algo parecido, y yo vengo con la inercia de todos estos años, muy propensa a estrolarme contra algo contundente si no paro un minuto.

No me acuerdo qué pasó ayer ni el mes pasado, pero sí me acuerdo las historias de cuando vivía más lento.

Tal vez ya vaya siendo tiempo de perder el tiempo, o de encontrarlo, no sé.

El tiempo de quedarme unas noches en un hotel del ACA en algún pueblo con sierras, cuyo nombre elegiré olvidar. Sola o acompañada. Es lo mismo. En un hotel del ACA siempre se está solo.

Comer milanesa con ensalada de tomate y lechuga cortada bien finita, mientras un televisor con colores y audio saturados anuncia algo poco relevante, y acostarme en sábanas blancas en mi habitación del hotel del ACA, que huele a hotel, que es un olor que no se experimenta en otros lugares.

El tiempo de indagar en la estampa de la remera de Punta Cana de la señora que camina por la colectora a las 3 de la tarde.

O de ser parte de un grupo de gente que conversa en un balcón, segregada de una fiesta, gesticulando con cigarrillos y vasos en las manos, entrecerrando los ojos para enfatizar en la importancia de lo que están contando sin que les importe demasiado lo que pasará en el minuto siguiente.

Dice Haruki Murakami que  ``ser bueno o malo, ser hábil o torpe: en realidad no importa. Lo único importante es prestar atención, serenarse y aguzar el oído.´´

Será.


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