17.9.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #32 - Hoy llovió feat. Luis Pescetti

 Querido Rey de la Cabina,

                                                   la lluvia aquí es como la muerte: cruel o liberadora. Depende por dónde se camine y qué indumentaria tenga uno puesta.

De cualquier manera el camino siempre es maravilloso porque me hace pensar en muchas cosas, en mucha gente... en vos y en cómo la estarás pasando allá en lo alto, en esa cabina tan alejada del piso que camino yo.

Hoy logré sortear el chaparrón caminando bajo techos a lo largo de quince cuadras. No sé cómo lo hice. No sé de dónde salieron tantos techos. A veces creo en Dios. Sobre todo cuando no tengo paraguas y pasan estas cosas.

Sabrás comprender mi sorpresa: nosotros, los jóvenes, nos sorprendemos con cada cosa buena que nos pasa, por más pequeña que sea.

Infinitamente tuya, pero más que nada mía,


Paloma.

15.9.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #31 - Mi corazón se rompe los nudillos contra la sociedad.

Han pasado varios meses desde que emprendí este viaje obligado al Extranjero que soy yo misma, y esta isla parece no tener final. Cuánto más fácil sería perderme adrede, otra vez, en la boliviana Isla del Sol, sabiendo que por la costa puedo volver al punto desde donde partí.

Pero parece que los viajes al Extranjero de uno son más largos que los viajes al Extranjero físico político.

Yo soy mi propio punto ciego, decía Pablo, mi profesor de teatro refiriéndose a sí mismo como una cámara de seguridad. Tenía razón: no hay viaje suficiente para conocerse a sí mismo.

8.9.20

Medio pollo en Semana Santa del 2005

 La Turca era una mujer imponente mayormente de manera horizontal: no era tan alta sino más vale ancha, de voz grave y potente, de edad incalculable a simple vista. Podía tener entre 45 años mal llevados y 65 años bien llevados.

Era odontóloga y también ejercía como docente de Anatomía en quinto año del Secundario del Colegio Nacional, donde tenía de alumnos a algunos pacientes e hijos de pacientes.

El día de la muerte de su marido, exactamente el 3 de julio de 1985, La Turca decidió simplificar su vida al máximo: comenzó a vestirse siempre igual (falda plisada hasta las pantorrillas, camisa suelta por afuera de la falda, alpargatas con suela de goma, una hebilla de metal pelada ajustando una media cola, pelo hasta los hombros cortado por ella misma). Compró 235 litros de pintura verde agua que estaba en oferta, e hizo pintar las aberturas del consultorio y del departamento de Mar del Plata que heredó de su difunto esposo y que rentó añares, siempre del mismo color, por quincenas en enero y febrero y en Semana Santa, a pacientes y conocidos, y al que iría cada tanto a ver que todo estuviera en orden. Dejó una lista plastificada con instrucciones de cómo había que limpiar la pava para que no se le hiciera sarro; desenchufar la heladera y dejarla vacía y con la puerta abierta; cerrar ventanas.

Decidió que odiaba el viento húmedo y salado de la costa atlántica, y nunca más viajó por placer a ningún lugar. En cambio, se compró un perrito Yorkshire al que no le puso nombre, y retapizó el silón del living.

En Marzo La Turca solía tomar examen a los alumnos que rendían libre. Si había algo que a La Turca le molestaba más que el viento húmedo y salado de la costa, era que los alumnos quisieran dar su materia libre: los humillaba y desaprobaba sin solución de continuidad, uno atrás de otro.

Uno de esos alumnos fue mi mamá. 

Cada verano que pasábamos en el departamento de La Turca en Mar del Plata mi mamá nos contaba, a mis hermanos y a mí, cómo había sido aquel examen en el que ella comenzó diciendo el protoplasma se divide en células, y La Turca la paró en seco y la echó del aula.

En Semana Santa del 2005, con mis hermanos, decidimos arrojar las cenizas de mi madre en el mar de Mar del Plata. Para eso nos alojamos, una vez más, en el departamento de La Turca, que lamentablemente había sobrevivido a mi madre.

Esa noche pedimos pollo con papas al horno y, al día siguiente, luego de arrojar las cenizas, nos fuimos dejando la heladera desenchufada y cerrada, con medio pollo adentro, la pava medio llena de agua de la canilla y las ventanas abiertas.

Cuando nos llamó por teléfono para insultarnos, alegamos que estábamos demasiado confundidos por la tristeza.



25.8.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #30 - Solos es lo mismo que muertos.

Lo que nos ha enfrentado este año con la muerte, no tiene parangón.
A nosotros, la clase media del hemisferio occidental, que nunca tenemos guerras o elegimos no enterarnos de ellas,
Este año nos ha acorralado en el rincón más oscuro y húmedo de la casa del mundo.
Nos retiene lejos.
Nos asusta con la posibilidad de morirnos asfixiados.
O pobres,
de hambre.
O peor aún, nos amenaza con matar a nuestra gente querida y dejarnos solos,
que es lo mismo que muertos.
Este año me tiene harta.
Cansada.
Angustiada.
Nunca en la vida había aprendido a hacer tantas cosas que no sé si cuando el mundo me deje salir del rincón oscuro y húmedo de su casa,
me servirán de algo
o todos estarán muertos.
Incluso yo, que estaré sola,
que es lo mismo que muerta.

7.7.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #29 - El club de emprendedores de Puebla.

7 de junio. 3 meses y 21 días.
Si bien este viaje al Extranjero es obligado, hace mucho que decidí por voluntad propia, irme lejos del país donde nací.

Desde que vivo en México, al menos una vez al año, a alguien se le ocurre intentar estafarme. No sé si será que me subestiman demasiado o practican conmigo.

Esta vez fue mi psicóloga: me invitó a formar parte de un club de inversores emprendedores. 

Esto me venía oliendo raro, así que cuando decidí tomar la llamada de Meet, puse a grabar la pantalla.
La cita era a las 11 de la noche pero, por supuesto, la llamada comenzó a las 11.15, porque los chilangos son impuntuales hasta para estafar.

A las 11.15 pm apareció la cara de Silvia, la ''asesora'', que me contó que es obstetra pero que nunca trabajó en hospitales porque le gusta poder manejar su tiempo, así que trabaja haciendo parir en casas y, en su tiempo libre, es asesora.

La cuestión es que lo primero que me dijo, mientras me mostraba una presentación de Power Point que parecía hecha por alguien en estado vegetativo, fue que qué me gustaría hacer con $360 mil pesos mexicanos, que son alrededor de 16mil dólares a un cambio de 22. 
Le dije que me gustaría viajar. Puse voz de soñadora inocente, pero no era necesario poner voz ni actuar nada, porque Silvia no me escuchaba. 
Hablaba como poseída sin parar a pensar ni a respirar, mientras pasaba imágenes de manojos de billetes de $500 pesos, tarjetas Mastercard, autos de alta gama, gente escalando montañas y siendo feliz.
No hay que ser demasiado instruído para saber que un auto de alta gama no se compra con $360 mil, y que para subir una montaña tampoco hace falta ese dinero. Pero se la dejé pasar como quien come pan con manteca mientras espera que llegue la comida.
Habló sobre lo lentas que son las inversiones en los bancos, y que a veces hay que invertir mucho dinero para tener poca ganancia. 
Regla número 1 de cualquier persona que invierte de manera sana: si una inversión promete mucha rentabilidad en poco tiempo y con poco esfuerzo, desconfiá.

Después Silvia me mostró un gráfico de círculos concéntricos, dividido en 8 partes el círculo exterior, 4 partes el círculo siguiente, 2 partes el siguiente, y un circulito central. Me explicó que, al contrario de los esquemas piramidales, este era un esquema distinto, circular, donde todos llegan a la cima, al círculo rojo, y luego se convierten en asesores de las siguientes generaciones de ''inversores''.
Lo maravilloso que promete este sistema de inversión es que:

-Si necesitás dinero, el grupo te lo reintegra. (Claro, tenés que conseguir alguien que ocupe tu puesto y entonces esa persona, debe darte el dinero a vos. Con lo cual no es un reintegro, es una suplantación).

- Es SUPER transparente, porque todo se hace en efectivo. No hay cheques, no hay depósitos, no hay comprobantes fiscales. Me gustaría saber si al SAT esto le parece transparente.

-Todo esto, sucede en 4 meses.

- La entrega del efectivo, se hace en un sobre de regalo.

- Cuando sos el circulito rojo (ya no me acuerdo el nombre del que recauda toda la biyuya), tenés que alquilar un salón para hacer una fiesta SIN ALCOHOL (todo rompen), donde haya refrescos, pambazos y seguridad (obvio, mucha guita en efectivo). Y ahí se te entrega la guita. A todo esto, tenés que hacer una inversión de dinero para la fiesta, antes de tener el capital.

- Pero, no obstante todo lo anterior, cuando los ocho infelices te entregan los 24 mil pesos (que representan el círculo de afuera), vos tenés que agarrar un sobrecito de esos, y dárselo a tu asesor (o sea, a Silvia), a modo de agradecimiento por haber sido tu apoyo y sostén durante el proceso (apoyo de qué, me podés decir?).


- Ahora, si prometen $360 mil pesos, cómo es el tema? Es así: Los ocho infelices te entregan, cada uno, sus $24 mil pesos. De esos ocho amigos a los que les cagaste escalonadamente, al menos, 4 meses de sus vidas, recibís $168mil pesos menos los $24 mil que le das al desgraciado del asesor, menos los $24 mil que pusiste vos (porque se supone que la inversión se recupera), más los $24 mil x 8 desgraciados más que van a meter tus (ya para esta altura ex) amigos en la desesperación por recuperar la guita, con la conciencia totalmente arruinada.
Eso da un total de $144mil en la primera vuelta, y $192mil separados en $24 mil pesos en cada una de las 8 vueltas siguientes. Son $336mil pesos (no $360mil) que no vas a tener en el tiempo que indican al principio (4 meses) sino que los obtenés en cuotas:

                  - $120mil a los 4 meses.
                  - $24 mil a los 4 meses siguientes (x8 desgraciados)
                  - Total de meses sumido en este suplicio (4 + (8x4))= 36 meses. (3 años).
                  - Total de gente necesaria para que uno llegue a su objetivo: muchísima, no saqué la cuenta, pero es una multiplicación exponencial.

Por supuesto que de esto, Silvia, no dijo ni mierda.

La explicación siguió, tan circular como su gráfico, hasta que el mono con platillos adentro de mi cabeza y yo nos hartamos. Y empecé a hacerle preguntas:

- Me decís que esto es una inversión, pero no veo en dónde se invierte el dinero.
- Me dijiste que el dinero trabaja constantemente pero no me dijiste dónde ni a qué tasas.
- Cómo es que me van a devolver el dinero si me quiero ir del proyecto, si es que lo entregué en un sobre de regalo?
- Por qué decís que la vuelta dura 4 meses? Si depende de la gente que consiga cada persona, puede llegar a durar una eternidad. Depende de la voluntad de cada persona.
- Vos te das cuenta que me estás diciendo que esto no es un esquema piramidal, pero lo que me estás mostrando es una pirámide vista de arriba?

Estoy indignada. Pero ya sabía que me iba a indignar.

Para ver el video de toda esta historia, Click aquí.



6.7.20

La heladera de Oscar

Era domingo de Pascua. Habíamos terminado de almorzar y, como era costumbre, mis tíos y mis primas, que vivían en Sunchales y venían a Giles cada Pascua y cada Navidad, preparaban todo para irse.
Con ese ritual de los adultos, empezaba el nuestro: nos escondíamos para conseguir estar un rato más juntas.
Tanto nos amábamos y tanto nos extrañábamos con mis primas, que cuanto más inminente era su partida, más juntas queríamos estar.
Agazapadas, nos regocijábamos en la búsqueda temporalmente vana, y un poco nos cobrábamos el hecho de que creyeran que no éramos lo suficientemente inteligentes como para robarles tiempo.

Ese año teníamos 10 años yo, 8 años Guille y 7 años Pauli. Mi tía estaba embarazada de Gregorio, que no conoció esa costumbre nuestra porque cuando él nació ya no lo hacíamos más.

Los adultos ya sabían todos nuestros escondites: abajo de la mesa del comedor, abajo de la cama de mis abuelos, adentro del placard, en la caja de la camioneta de la F100.
Para este año ya los habíamos agotado todos, lo cual hizo que ese día tuviéramos que innovar y decidiéramos escondernos en una heladera vieja que mis abuelos le habían comprado a Oscar, el vecino de la esquina, con la excusa de que les iba a venir bien para guardar el lechón que compraban para Navidad. Un aparato tremendamente incómodo, grande e innecesario que tenían desenchufado y juntando polvo desde el mismísimo día de la compra, en el garage. Nadie nos iba a encontrar ahí por un rato largo.
La idea había sido mía.

Desde nuestra trinchera, abrazadas como si no hubiera mañana escuchábamos, con una mezcla de adrenalina y deseo de que ese momento durara para siempre cómo las voces de los adultos que nos buscaban sonaban como si se taparan la boca para hablar.
Dieron vuelta la casa, revisitaron en vano los lugares donde ya nos habíamos escondido alguna vez, pero no estábamos.

A mi abuela se le ocurrió decir que posiblemente nos habíamos ido a la calle y que, Dios no quiera, nos hubiera agarrado un auto o nos hubiera llevado algún desgraciado y la Pascua terminara de una manera tan aberrante.
Ni la Pascua ni ningún día, mami, escuché que decía mi mamá.

Pasó un tiempo largo, mucho más que el que solía pasar entre que nos escondíamos y nos encontraban. No sé cúanto. Dejamos de escuchar las voces de los adultos y la adrenalina empezó a mermar. También el aire.
Pauli dijo que le costaba respirar, que quería salir. Decidimos entregarnos y sucumbir ante la idea inevitable de separarnos, otra vez, hasta la próxima fiesta, que sería Navidad, ya con la heladera ocupada por el lechón.
Intentamos salir. 
No pudimos.

Guille empezó a llorar y Pauli, que era asmática, se empezó a poner azul.
Yo me imaginé compartiendo la heladera desenchufada con el cadáver de mi prima menor. En ese momento, me dí cuenta de que mi familia no me iba a perdonar jamás, no solo la muerte de mi prima, que todavía no había ocurrido, sino tampoco haber hecho perder tanto tiempo a mis tíos que al día siguiente tenían que ir a trabajar.

Se me ocurrió llamar a Tof, un perro collie bastante pelotudo que había comprado mi mamá cuando yo nací y que había quedado en la casa de mis abuelos porque nosotros no teníamos patio y el collie ocupaba lo que tres chicos de cinco años. Tal vez el perro podía alertar a nuestra familia e indicarle dónde estábamos, pero no pasó nada.
Gritamos, también, pero nadie vino. No sé, siquiera, si nuestras voces se escuchaban desde afuera de la heladera.

Guille se fue quedando dormida de tanto llorar, Pauli seguía azul, cada vez más, y miraba la puerta de la heladera con los ojos saltados. Yo sentía mucho miedo de lo que pasaría cuando estuviéramos afuera, si era que lográbamos salir, y también me empezaba a quedar dormida, cuando alguien abrió la puerta.

Era Oscar, que tenía más hijos y más nietos que mis abuelos y que, supe tiempo después, les había vendido la heladera a mis abuelos porque sus nietos habían hecho lo mismo que nosotras hacía unos meses pero no les había ido tan bien como a nosotras.

Oscar nos arrancó de adentro de la heladera con la cara desencajada. Cristo santo, fue lo único que dijo el hombre. Nunca nos dirigió la palabra. 
Apareció con nosotras en el frente de la casa, donde estaban reunidos los vecinos de la cuadra y nuestra familia. Dijo que nos había encontrado abajo de unas chapas que tenía mi abuelo en el fondo del patio y donde, casualmente, no se nos había ocurrido jamás escondernos porque nos habían persuadido con el cuento de que había arañas y culebras.

Ahí estábamos, Pauli, volviendo paulatinamente a su color original, a upa de Oscar, y Guille y yo de la mano, frente a todo el barrio y nuestra familia que nos miraba y nos odiaba pero también se alegraba de vernos.

Le apreté fuerte la mano a Guille y miramos a Pauli, que desde lo alto del hombro derecho de Oscar nos miraba con bronca pero con lealtad, y entendimos que si queríamos volver a vernos en Navidad, no podíamos decir nada de lo que había pasado.

Mi tía sacó el ventolín de la cartera y se lo calzó en la jeta a Pauli.

En unos segundos, volvió a ser la misma Pascua de todos los años, pero nosotras habíamos dado el golpe final.

2.7.20

Corazón que no siente, ojos que no ven

Siempre fui reticente a pensar en términos de fronteras y distancias: Lo mismo da estar acá o estar allá, si la gente querida se lleva con uno a todos lados.

También reticente a pensar como la norma indica:
Eso que dicen, por ejemplo, que ojos que no ven corazón que no siente,
yo creo que es al revés: primero el corazón siente y después los ojos ven.

Cuando decidí irme de Argentina,
sentía que mi alma estaba en otro lugar hacía rato y que yo andaba, vacía, por el Microcentro porteño.
No me importaba nada, porque creía que ya no tenía nada que perder.

Ahora siento que mi alma se está mudando a otro lugar:
se me evapora del cuerpo y viaja, como nube, hasta algún lugar del sur.
Y no me importa nada. Otra vez, no tengo nada que perder.
Lo verdadero nunca se pierde.





Bitácora del viaje obligado al Extranjero #28 - La costa

2 de julio. 3 meses y 16 días.

Una tarde en Isla Barú, Colombia, con mi prima Pauli nos calzamos los snorkels y nos fuimos a nadar.
El mar es muy tranquilo en Barú. Demasiado.
A medida que avanzábamos, una a la par de la otra, íbamos señalando seres del agua: estrellas de mar, rayas, peces de colores, plantas.
Nos mirábamos y nos reíamos, todo era una maravilla. Cada tanto nos dábamos vuelta y hacíamos la plancha dándole las panzas al sol.

En un momento todo empezó a ser negro: no veíamos más seres, ni el fondo del mar. El agua empezó a sentirse cada vez más fría a medida que avanzábamos.
Con las miradas decidimos volver hacia dónde se veían el fondo y los seres, pero no encontrábamos el camino. Todo a nuestro alrededor era negro.
Nadando como perritos, levantamos las cabezas y no había costa.

Habíamos perdido la costa.
Perderse en el agua es muy difícil porque no hay referencias que te puedan guiar en el camino de vuelta.

Nunca supe cómo fue que pudimos volver, pero acá estamos, en tierra (a veces no tan) firme.

El primer tiempo que estaba en México, soñé una noche con Barú: toda mi familia estaba en la playa, despidiéndome.

Yo me iba decididamente a nadar.

Ahora, otra vez, no encuentro la costa.


Bitácora del viaje obligado al Extranjero #27 - Perdón, Vicente.

Volver siempre a Sbarra, sí.
Revolcarse en él, con él.
Y si se agota Sbarra, ir por Patty Diphusa.
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Uno siempre encuentra una mejor manera de sufrir.

Uno siempre encuentra una mejor manera de sufrir.

Uno siempre encuentra una mejor manera de sufrir.

Uno siempre encuentra una mejor manera de sufrir.

Uno siempre encuentra una mejor manera de sufrir.

Uno siempre encuentra una mejor manera de sufrir.

Uno siempre encuentra una mejor manera de sufrir.

Uno siempre encuentra una mejor manera de sufrir.

Uno siempre encuentra una mejor manera de sufrir.

Uno siempre encuentra una mejor manera de sufrir.

Una más bonita.

Ahora mirála.

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Antes pedimos que no se vayan.
A pesar de cualquier cosa.
Ahora pedimos que nos quieran.
Después, ¿Qué pedimos; respeto?
Usá tus heridas para el bien común.
Poné tus heridas al servicio del bien común.
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Claqueta final: 2 de julio. 3 meses y 16 días.

27.6.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #26 - Escapar no poder

27 de junio.
3 meses y 11 días pero se siente como un millón.

Hay un pasado que no quiero visitar y que, sin embargo, se me hace presente todo el tiempo.
Como quien le teme tanto a la desgracia, que vive sumido en ella.

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #25 - Un hotel del ACA

3 meses y 10 días: me siento inmersa en un sopor espiritual, como si estuviera en la Dimensión Desconocida y no llegara nunca el desenlace.

Siempre me gustó perder el tiempo.
Aunque nunca lo perdí mucho.
Cuando tenía 5 años mi mamá me regaló un microscopio y un telescopio para que yo pudiera ver desde lo más pequeño hasta lo más grande. Cinco años.

Y así me crié, con la certeza de que se podía abarcar todo: Siempre se puede hacer todo si te organizás, decía mi madre.

A los 28 años, hoy, me siento cansada.
El mundo ha parado, o algo parecido, y yo vengo con la inercia de todos estos años, muy propensa a estrolarme contra algo contundente si no paro un minuto.

No me acuerdo qué pasó ayer ni el mes pasado, pero sí me acuerdo las historias de cuando vivía más lento.

Tal vez ya vaya siendo tiempo de perder el tiempo, o de encontrarlo, no sé.

El tiempo de quedarme unas noches en un hotel del ACA en algún pueblo con sierras, cuyo nombre elegiré olvidar. Sola o acompañada. Es lo mismo. En un hotel del ACA siempre se está solo.

Comer milanesa con ensalada de tomate y lechuga cortada bien finita, mientras un televisor con colores y audio saturados anuncia algo poco relevante, y acostarme en sábanas blancas en mi habitación del hotel del ACA, que huele a hotel, que es un olor que no se experimenta en otros lugares.

El tiempo de indagar en la estampa de la remera de Punta Cana de la señora que camina por la colectora a las 3 de la tarde.

O de ser parte de un grupo de gente que conversa en un balcón, segregada de una fiesta, gesticulando con cigarrillos y vasos en las manos, entrecerrando los ojos para enfatizar en la importancia de lo que están contando sin que les importe demasiado lo que pasará en el minuto siguiente.

Dice Haruki Murakami que  ``ser bueno o malo, ser hábil o torpe: en realidad no importa. Lo único importante es prestar atención, serenarse y aguzar el oído.´´

Será.


26.6.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #24 - Lista post pandemia

24 de junio.
3 meses y 8 días:

Ayer tembló. Fue un sismo de 7 puntos y pico, los medios no se deciden, con epicentro en Crucecita, Oaxaca.
En Ciudad de México se sintió como una gelatina que hizo temblar los árboles, los postes, las convicciones y los edificios.
Mientras temblaba acá, en Buenos Aires nacía Sara, la sobrina de Flor. Nos enteramos al rato, y pensé ''qué mundo tan inverosímil'': en una punta hay un terremoto en el mismo momento en que nace un chico en la otra punta.

Cuando sonó la alerta sísmica yo estaba teniendo una junta de trabajo por videoconferencia, y estaba grabando el audio de esa videoconferencia con el celular. Lo primero que pensé cuando sonó la alerta sísmica fue que no quería morirme de una manera estúpida: trabajando. Entonces, como cada vez que estoy en una emergencia, repasé la lista mental de cosas que necesito tener encima, agarré las que pude y el gato, y salí.
Tenía muchas ganas de llorar, pero antes necesitaba encontrar a mis amigos.
Cuando los encontré, se vino el alud: Lloraba y decía que estaba harta de todo. Nunca me había sentido tan harta. El gato, rodeado de perros, a upa mío, se quedó quietito. Me imagino que no debe haber entendido nada.

Todo quedó grabado.

La semana pasada renové mi residencia mexicana y el hombre que me tomó las huellas en el Instituto Nacional de Migraciones apoyó su mano sobre la mía para ayudarme a hacer fuerza suficiente en el escanercito de huellas digitales.
Fue el mayor contacto físico que tuve con alguien en meses.

Ultimamente todo es tan tedioso, tan lento, tan chicle, tan laberíntico que la única escapatoria que encuentro es la imaginación. Así que me puse a hacer una lista, que no es tan grande ni tan imposible, de todo lo que quiero para cuando se pueda:

- Un fueguito de noche que nos ilumine las caras mientras nos contamos anécdotas.
- Que el fueguito haga formas en nuestras caras y parezca que son otras.
- Que sintamos mucho miedo y después mucha alegría, que explotemos de alegría frente al fuego.
- Y que no queramos dormirnos nunca ni que el fuego se apague.
- Que la noche frente al fuego dure dos noches o tres.
- Y que siempre llegue alguien nuevo trayendo más historias y una botella de vino.


21.6.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #23 - Colbert Ice

Tres meses y cinco días:

Parada con los brazos en jarra en el medio del Ecoducto del Viaducto Miguel Alemán, de donde siempre robo romero e intento en vano hacer esquejes que prosperen, miro hacia el lado del World Trade Center, por donde cae el sol y se ven, finalmente, las montañas despejadas por la lluvia que todavía no llega hasta acá pero que ya no tarda, y pienso:
Qué lejos estoy, la concha de la lora. 
En qué momento habrá sido que dejó de divertirme todo lo que hoy me abruma de este maravilloso y terrible país?

''El que abandona no tiene premio'': Se me aparece esa frase del lado de adentro de la frente como un letrero de neón que me encandila al revés.
Qué frase de mierda, pienso. La persona que inventó eso debe haber estado muy segura de que la vida es como un álbum de figuritas que canjeás por un vasito térmico.

Y si el premio está, por el contrario, en barajar y dar de nuevo? 

''El que no arriesga, no gana'': Se me aparece esa frase del lado de adentro de la frente, como un letrero más amable con mis ojos, uno de madera.

Y si me voy y con el tiempo los recuerdos empiezan a ser como sueños y después se convierten en sueños que no puedo recordar?

Tal vez sea que no sirvo, o que no tengo la valentía, para los compromisos a largo plazo.

Pasó un señor paseando a su perrito que dejó una estela de olor al Colbert Ice que se ponía mi abuelo después de bañarse, en aquella época en la que todo estaba bien y mi abuelo tomaba vermouth en el patio a las 8 de la noche mientras nos envolvía el humo del espiral de los mosquitos y mirábamos aparecer las estrellas, y él me contaba historias del campo.

Se me escaparon un par de lágrimas que escondieron los anteojos de sol y absorbió el barbijo de triple capa de tela que tenía puesto.
Me senté en un banquito del Ecoducto e hice esta lista de necesidades para cuando se pueda volver al país del patio de los espirales y el vermouth:

Una mecedora.
Una parra.
El sol bajando.
El olor de las plantas.
Los pies en el pasto.
Una mirada cómplice.
Abrazos.
Un fueguito.
Reirme hasta que me duela la panza.
Las montañas violetas al atardecer en el sur.

Todo esto en cualquier orden.

20.6.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #22 - El semáforo

Tres meses y cuatro días:

Hoy en el semáforo de Álvaro Obregón con Monterrey me puse a pensar sobre la estructura que sostiene al amor romántico: la creencia general de que hay que sufrir para merecer: sufrir por amor para que te quieran, sacrificarte laburando para tener cosas materiales o lograr ciertos objetivos: el melodrama: el discurso del capitalismo: la coerción por medio del miedo.
La justicia divina, era antes: un panóptico incorpóreo: tenerle miedo a Dios y actuar en consecuencia. 
El miedo a la carencia, es ahora: el pavor a la pobreza material, en todo sentido (el amor que se construye desde la coerción y el sufrimiento se parece a cualquier cosa menos al amor, y se parece a muchas cosas como a sacrificarse laburando para comprarse un televisor). Tener miedo de ser pobre material, tener miedo de los pobres materiales, como si contagiaran su condición. Como si desconociendo a los pobres, haciéndolos otredad, fuera yo menos pobre.

Entiendo que haya gente que no quiera cuarentena: Nadie quiere convivir con los fantasmas de un sistema de vínculos que no funciona. Eso genera violencia.
Como el nene que no quiere dejar la mamadera porque ya se acostumbró aunque hay un mundo de sabores por conocer.
Como la mujer que no reconoce que su padre, hermano, tío, marido, amigo, hijo es un violador.

Darse cuenta nunca es gratis: siempre involucra una toma de decisión. Una reacción. 
No hacer nada también es una reacción.
La ingenuidad muchas veces conviene, pero darse cuenta es la antesala a la libertad.


Bitácora del viaje obligado al Extranjero #21 - Momentos históricos

Tres meses y tres días.
La casa está hermosa.
Las plantas crecen de manera directamente proporcional a mi angustia, como si quisieran abrazarme.

Hay días que no puedo ver la parte buena a pesar de estar llena y forrada de privilegios.

Nadie pidió nacer y, mucho menos, vivir momentos históricos.

9.6.20

Mollejitas a la provenzal

Querido Mario,

No sé para qué te escribo esta carta, si ya te deben haber comido los gusanos.
Hoy me desperté con unas ganas bárbaras que comer mollejas a la provenzal como las hacías vos. 
Me quedé un rato acostada boca arriba en la cama. Al rato me dí cuenta de que en el techo hay más telarañas que antes. Creo que desde aquel miércoles espantoso y triste que te despedimos, en esta misma cama, que no limpio.
Sin embargo, hoy, el pensar en las mollejitas me levantó un poco el ánimo.
Así que me levanté, con un poco de dificultad (estoy más gorda que en el '84, y eso que ya era gorda), agarré el plumero, que también tenía telarañas, y lo pasé por los rincones y las juntas.

El médico dice que me tengo que cuidar. 
Julieta viene cada tanto y me trae galletas de arroz para que coma con el mate en vez de tortitas negras que tienen muchas grasas saturadas, dice, pero Mario, yo a las galletas de arroz se las tiro al Pirulo y ahí quedan. Parecen de telgopor, no se las comen ni las lauchas.
Yo no sé cómo la gente piensa que me van a quedar ganas de cuidarme la salud, con lo que te extraño, Mario.

Salí de casa esta mañana, decidida a descubrir tu receta de las mollejas que, ya sé, no tienen receta. Pero vos sabés lo porfiada que soy. 
Supuse que, de todos los años que te vi hacerlas, algo iba a haber aprendido yo, como por osmosis. 
Pero me quedaron como chicles viejos a pesar de haberlas puesto en leche toda la mañana. 

No sabés, Marito querido, lo que te extrañé hoy cuando comía. Masticaba y lloraba, tragaba y lloraba.
El Pirulo tampoco las quiso, hasta puso cara de ofendido. Ni con las galletas de arroz me pone esa cara.

Terminé llamando a la rotisería para que me trajeran mollejitas a la provenzal.

Vos no vas a creer cómo se llamaba el repartidor.

Tuya siempre.

La gorda.


5.6.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #20 - La ropa ya no tiene sentido


''Ahora que sé que esta carta te va a llegar, aunque no te la den mis manos te va a llegar, me pregunto: ¿cómo será tu mundo ahí?...''

Jueves 4 de junio.

El punto y aparte de los días reside en subir y bajar las cortinas.

Desde la semana pasada, me despierto todas las noches, entre las 2 y las 3 de la mañana, a vomitar pensamientos en papeles que después dejo tirados.


Los zapatos no me llevan al trabajo y las zapatillas no me llevan al parque. 

Nada que pueda vestir me lleva a ningún lugar ni me cuida de las chispas de un asado, de la lluvia o del sol, mientras vivo lo que tiene el mundo para ofrecer.

La ropa ya no tiene sentido.


Andamos descalzos y solos, en nuestras casas, solísimos, refregándonos las plantas de los pies, marrones, en nuestras propias piernas, no pudiendo molestar a otros con caricias infames de pies sucios por abajo de las mesas.


Nuestras vidas quedan escritas en mails, en chats, podemos revisarlas todo el tiempo, releerlas, analizar lo que dije, lo que dijiste, lo que dijimos. 


Sin embargo nadie más que nosotros mismos sabe o recuerda, ya, qué gusto tienen nuestras lágrimas.


Qué nos va a pasar con la memoria? Cuánto tiempo más recordaré las caras de mis amigas en tres dimensiones y la suavidad de su pelo?


Qué lejos estoy, pienso. Lejos de qué?


Alguna vez hubo un día en que viajé de Buenos Aires a México para quedarme.

No creo ser capaz de pasar por algo así otra vez.
Aunque ya nunca volveré a irme de mi país,
porque ya no tengo uno.



1.6.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #19 - El pulóver verde

Primero de junio. 
Los días son una lombriz que se corta y se hace dos, y cuatro, y ocho. Pero siempre son el mismo.

Cuando me desperté hoy a la mañana, estaba lluvioso, frío y gris.
Pensé en mi abuelo, y en su pulóver verde musgo, que le tejió mi abuela, y que se ponía siempre que llovía.

Me gustaba que lloviera los fines de semana, porque entonces, yo no iba al jardín y mi abuelo no podía ir a trabajar. Como yo era muy rompepelotas, sobre todo los días de lluvia, mi abuelo me llevaba en la camioneta a comprar leña y vermouth para el asado, y en una de esas yo ligaba algún paquete de papitas con un tazo de Pinky y Cerebro o una Crush.

Paseábamos por el pueblo pisando charcos con la Ford F100, escuchando el sonido ininteligible de la radio FM.
Íbamos innecesariamente lejos, al almacén de algún amigo suyo, donde nos quedábamos un rato largo. 
Mi abuelo hablaba con su amigo mientras yo llevaba mi cuerpito de 4 o 5 años a pasear por las góndolas: me escabullía por el lugar hasta encontrar las alpargatas nuevas.

Me encantaba el olor de las alpargatas nuevas adentro de la bolsa de nylon, una adentro de la otra, dobladas como origamis pampeanos.
Al rato mi abuelo decía las palabras mágicas ''vamos, Pitu?''. Y volvíamos a la casa.

Mi abuelo prendía el hogar con la leña que le habíamos comprado a su amigo, y mientras él tomaba Gancia y esperaba que se hicieran las brasas para el asado, jugábamos a la biblioteca. 

Yo era la bibliotecaria.

Mientras me lavaba los dientes, hoy, pensaba en si estará lluvioso, frío y gris, allá como acá. Si mi abuelo tendrá puesto el pulóver verde. Si a pesar de que no hablamos por teléfono, él sentirá que acá, a tantos miles de kilómetros, yo necesito que él se ponga el pulóver verde.

31.5.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #18 - Los conejitos de Johnson

''A jackrabbit scurried out in front of us, and we hit it.
“It’s a rabbit with babies inside it.”
Georgie came back to my side of the truck with his shirtfront stretched out in front of him as if
he were carrying apples in it, or some such, but they were, in fact, slimy miniature bunnies. 

“Take them, take them. I gotta drive, take them,” 

“We’ll get some milk and sugar and all that, and we’ll raise them up ourselves. They’ll get as
big as gorillas.”

This day had been dry and hot, the buck pines and what-all
simmering patiently, but as we sat there smoking cigarettes it started to get very cold.

“The summer’s over,” I said.
“Do you realize it’s going to snow?” Georgie asked me.

Eventually Georgie said, “We better get some milk for those bunnies.”
“We don’t have milk,” I said.

The truth was I’d forgotten all about them, and they were dead.
“They slid around behind me and got squashed,” I said tearfully.

I picked them out one at a time and held them in my hands and we looked at them. There
were eight. They weren’t any bigger than my fingers, but everything was there.

“Deceased,” I said.''


Hoy es 31 de mayo. Ya no cuento más los días.

Te conté la historia de los conejitos de Johnson para explicarte lo que nos iba a pasar.
La coneja éramos nosotros, la nieve era la pandemia, los conejitos eran el amor.
Pero no estuviste de acuerdo. Al contrario, dijiste que no depende de la nieve ni de la pandemia, sino de nosotros, que los conejitos crezcan fuertes como gorilas.

Te dije que sí mientras sacaba la cabeza por la ventana de mi cabeza y miraba los edificios y pensaba en lo que me agobian las torres y en que a mí me gustaría más vivir al ras de todo.

Hoy te toca, amor, ir lento.
Al menos tenemos la suerte de vivir en la tierra, porque en el espacio no se puede llorar. Sabías? Llorar en el espacio es un problemón.

Todos los días anoto cosas para contarte más tarde, siempre en papeles distintos.
También anoto los sueños en los que estás.
Pero soy muy desordenada. Mi cuarto está lleno de cosas para contarte: abajo de la cama, en la mesa de luz, abajo de la almohada, en el cajón de las bombachas. Todos los papeles se me pierden pero, después de todo, los dejo perder porque ninguna cosa que se pueda contar me parece más interesante que tus ojos.


27.5.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #17 - Un penthouse

Día 72 y día 23.

Estoy aprendiendo a esperar. No sé qué.
Confío en que la inercia, en algún momento, nos va a traer respuestas a algo, como el mar trae caracoles y arena que nos parecen nuevos pero ya estaban.

Desde tu trinchera a 6,700 kilómetros, y con total soltura, me pediste que te hiciera un lugar en mi cama.
En mi cama hay poco espacio, pero en mi corazón tenés un penthouse.

La verdad es que últimamente toda la cama está ocupada con pesadillas de gente lastimada y shoppings cerrados y oscuros en los que estoy encerrada queriendo comprar zapatos para usar cuándo.

Durante la vigilia, sin embargo mucho más feliz, voy anotando besos en una libreta de almacenero. Pero no para cobrártelos, sino para dártelos algún día.

Una noche que no tuve pesadillas, soñé que eras un gusto de helado.
Yo iba a la heladería y pedía un cucurucho de chocolate con almendras y Manuel.
Me desperté queriendo saber cómo estabas, que ibas a hacer en el día, si habías soñado algo.

Hice una carpeta en mi computadora, la llené de fotos tuyas y le puse tu nombre.
La guardé adentro de una carpeta con mi nombre.



21.5.20

Bitácora del viaje obligado al Extrajero #16 - Extrañamiento

Día 5 de la segunda etapa. 2 meses y 5 días en total:

Hay una manera de extrañar que desconocía hasta hoy, y que reside en la certeza de que uno sería más feliz compartiendo la vida o parte de ella con alguien que está lejos.

Muy diferente al extrañamiento de cuando uno quiere estar con los que ya conoce donde ya conoce, es este extrañamiento de lo desconocido.

19.5.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #15 - Justicia poética

El día que cumplía 28 años también cumplí dos meses de cuarentena. Y la rompí.
Como si me hubieran abierto la puerta del arrancadero, me fui al Parque México a pasear el perro de Nadia, que se comió un papel con mierda humana. Para sacárselo de la boca nos enmierdamos las manos nosotras. 
Todo lo que se dice justicia poética.

Al rato retomé el confinamiento, con lo cual ahora no sé si llevo 2 meses y 3 días, o 3 días de una segunda etapa.

Lo que sí sé, es que desde la última vez que escribí al día de hoy pasaron cosas.
Las fui anotando en el mismo cuaderno en el que, hace 3 años, intenté dilucidar la manera de venirme a vivir a México. 
Confío en este cuaderno como en un dios al que le pido milagros y a cambio le doy palabras: la primera vez salió bien.

En mi cuaderno anoté:

Me pongo ésta noche a tratar de darle batalla al insomnio que me genera darme cuenta de que me estoy enamorando de alguien que está a muchos miles de kilómetros de mis abrazos. ¿Cómo será entonces, querido cuaderno, que se puede resolver esto?
Dicen que las ideas están en el aire, que sólo hay que saber cazarlas.

Podríamos ceñirnos estrictamente a conversaciones sobre el clima, pero todo tipo de fenómeno meteorológico nos llevaría a imaginarnos juntos en una montaña o en una cabaña, y terminar diciendo que queremos tomar café a la mañana y acariciarnos el pelo y escuchar guitarras.
Nadie espera enamorarse cuando se enamora pero ¿en una pandemia, en serio?.

Sartre, en La Náusea, dice que ''la existencia no es algo que se deja pensar de lejos: es preciso que nos invada bruscamente, que se detenga ante nosotros, que pese sobre nuestro corazón como una gran bestia inḿovil; sino no hay absolutamente nada.''

Y Dolina, a quien le agradezco la sencillez y la contundencia de sus palabras siempre, en Crónicas del Ángel Gris, dice que el universo es una perversa inmensidad hecha de ausencia: uno no está en casi ninguna parte. Sin embargo, en medio de las infinitas desolaciones hay una buena noticia: el amor.

Ayudáme, cuadernito.






5.5.20

Bitácora del viaje obligado al Extranjero #14 - Cadáver exquisito

Día 50 de confinamiento. Me puse a ordenar bits.

El Clío.


Hace dos años vendieron el Clío modelo '99 p
ara que yo cumpliera uno de mis sueños.

Camino al trabajo me pregunto si habré hecho y si estaré haciendo lo correcto.


Antes de esto, solía ir como ganado apilado en la caja de una Ford F100 a repartir folletos de Lombardi.

Era verano, y quería tener mi propio dinero.
Comíamos sanguchitos de paleta y queso, y tomábamos jugo diluído a la orilla del río Areco.

Nos pagaban 150 pesos por trabajar los sábados de 10 de la mañana a 2 de la tarde.


Después de eso, me encontraba con el chico que me gustaba.

Que me gustaba tanto que no cerraba los ojos cuando lo besaba
para poder seguir mirándolo.

Una señora.


Decían que yo había nacido para, ''algún día'', ''ser una señora''

Pero les dije que ''no''.
A todos les dije que ''no''.

Y me fui.
Pero no me olvidaron. 
Y no los olvidé.
¿Qué es la ausencia física si alguien se te metió para siempre en forma de recuerdo?

Ahora.

A veces vuelvo a casa tan ahogada

que no distingo si por los cables de luz pasan ardillas o reflejos de los autos.
Entonces me siento en el parque, de madrugada,
a escribir lo que creo que son poemas, en el celular,
y a desafiar al destino y a las ratas que viven en los parques.
Escribo ''te extraño'', pero la verdad no extraño a nadie.
Entonces levanto la vista: la humedad de la lluvia se desprende del asfalto porque empieza a amanecer.

Y percibo el verano:
Un inminente olor a asado en un baldío.
Un ficticio Malevo engominado esperando con la faca en el bolsillo a la vuelta de la esquina.
Esta tarde es una película de Leonardo Favio, pienso, aunque son las 4 de la mañana.


Volver.


Quiero volver a Argentina

y armar una biblioteca en el living de mi casa:
Que todo sea de madera, q
ue quepa Toda la memoria del mundo.
Que haya lamparitas de filamento,
un hogar a leña,
un sillón,
Whisky a discreción,
un gato.


Y quiero festejar mi cumpleaños ahí.

con mis amigos de la desdicha.

28.4.20

Bitácora del viaje obligado al extranjero #13 - Un producto de Sprayette.

Día 43.
Hoy me asomé por la ventana.
Eran las 4 de la tarde. A pesar de que es primavera, yo tenía frío.
Había una tranquilidad tan pasmosa que la poca gente que pasaba, parecía que flotaba.

Este año parece un producto de Sprayette, pensé.

Será esto la muerte? Un montón de tiempo que pasa lento y lejos de la gente que uno ama?
Será que a la muerte se la vence con recuerdos?
Este año es un examen, pienso.

Lloro.
Pero no mucho.

Eso también es la muerte.


23.4.20

Bitácora del viaje obligado al extranjero #12 - La Puerta de Brandenburgo.

Hoy es el día número 39 de confinamiento.
Pasaron 12 días desde la última vez que escribí algo de manera ordenada.
Y 2 días desde que empecé a escribir esto.
Generalmente me empacho.
Me excedo en algo y me doy cuenta tarde.
Siempre mi límite es el fin.
No sé retirarme a tiempo.

Estos días de silencio de escritura, me dediqué al home office, la tristeza, y las series.
En ese lapso me encontré con Unorthodox.
Como casi todo lo que me recomiendan, al principio no me gustó.
Al final, en un intento de pensar en algo que no fuera la pandemia y el fin del mundo, la terminé de un saque.
Entonces todo el tiempo que le dedicaba a la pandemia y los pensamientos apocalípticos, ahora fue usado en pensar en la Puerta de Brandenburgo.

En la anteúltima escena de Unorthodox, luego de que Esty se despide de Yanky para siempre, ella camina por la calle y atraviesa la Plaza de París mientras la cámara la acompaña.
Vemos la Puerta de Brandenburgo, la vemos a Esty, vemos la Puerta más cerca, vemos la cara de Esty mirando hacia la parte superior de la Puerta con una leve sonrisa.
Esty, seguida por el steadycam, atraviesa la Puerta, las columnas, y la cámara se queda encuadrando la espalda de Esty desde la puerta, mientras ella se aleja.

Veía esa escena y me parecía que necesitaba dedicarle tiempo para entender todo lo que pasaba ahí. Así que la vi varias veces más, y busqué información y, además de que me dieron muchas ganas de conocer Berlín, llegué a una conclusión.
La puerta de Brandenburgo tuvo múltiples significados a lo largo de la historia:
Se inauguró poco tiempo antes del estallido de la Revolución Francesa, lo cual significó el fin del mundo moderno y la necesidad de un mundo distinto: el contemporáneo.
En la parte de arriba de la Puerta, unos años más tarde, pusieron a Nike, la diosa griega de la Victoria.
Pasaron varias cosas entre aquella época y el día en que Esty atravesó esa puerta, pero muy poca gente. Solo la realeza podía atravesarla.

Entre las cosas, personas y sucesos que pasaron desde ese entonces hasta ahora, están:
-Las tropas de Napoleón, que robaron la estructura de cobre de arriba como trofeo de guerra.
-La devolución, restauración y customización de la figura de cobre: le agregaron una cruz de hierro en honor a los soldados que lucharon en la Guerra de la Independencia y, por ende,
-la añadidura de una capa de sentido al monumento: La Puerta también simboliza, ahora, la llegada de las nuevas ideas, y se convierte en un lugar de celebración patriótica.
-Las tropas alemanas partiendo hacia la Primera Guerra.
-Hitler y el desfile de antorchas con sus cuadrillas de la SA y la SS.
En todos los casos la Puerta simboliza puntos de inflexión en la historia.

Luego de la Segunda Guerra la Puerta se vio bastante deteriorada, y la Alemania dividida logró llegar al acuerdo de reconstruirla, pero durante los años 60, quedó en la franja de la Muerte del Muro de Berlín, con lo cual su identidad volvió a modificarse siendo, entonces, un símbolo de la división alemana durante la Guerra Fría.
Años más tarde, cuando el muro fue derribado, la Puerta actualizó nuevamente su sentido: ahora es el símbolo de la reunificación y del mundo globalizado en el que vivimos hoy.

Desde que Esty sale del hotel donde está Yanky, la cámara la sigue como si fuera su familia, su suegra, su marido, los mandatos de la comunidad. Pero cuando atraviesa la Puerta, la cámara deja de seguirla. Ella sigue caminando sola, por su cuenta. La cámara entiende que Esty abrazó todo el simbolismo con el que carga esa Puerta: las nuevas ideas, la independencia, la celebración patriótica* y la reunificación.
La Puerta de Brandenburgo de Esty es el fin de la lucha entre sus raíces y el mundo actual. El fin de las verdades excluyentes.



*El significado de ''Patria'' en el diccionario, es este: 
  1. 1.
    País o lugar en el que se ha nacido o al que se pertenece por vínculos históricos o jurídicos.




  2. 2Lugar o comunidad con la que una persona se siente vinculada o identificada por razones afectivas.


Si entendemos ''celebración patriótica'' como la celebración de aquello a lo que uno siente pertenencia, con lo que siente identificación, para Esty la Puerta también es un lugar de celebración patriótica, en el sentido de que es el lugar a donde puede ser ella misma.







9.4.20

Bitácora del viaje obligado al extranjero #10

Día 25. Se largó a llover.

Se mueren los viejos,
y los viejos paradigmas se caen.

Estamos huérfanos y recién paridos.
El padre violento y alcohólico, 
adicto a los psicofármacos,
al que siempre hicimos caso sin chistar, entró en coma.
No habla, no contesta el teléfono.

Ahora tener un pasaporte argentino vale más que tener uno europeo,
dice una amiga que logró no sin mucha dificultad, volverse de España.

Con la visa gringa me voy a prender un pucho en un rato,
mientras me baje la última mitad de la botella de whisky, 
y llore y patalee, 
y me dé cuenta de que extraño mas de lo que creía posible extrañar.
Mientras un pibe nazca en cuarentena
Y un viejo muera lejos de su familia
Y lo lloremos por Skype.
Y lo cremen para que no sea tóxico.
Y nos dé miedo ver fotos viejas, porque no sabemos qué nos va a pasar cuando veamos vivos a los muertos.

Cuánto puede llegar a doler el dolor.
Y yo sin rivotril, 
sin abrazos, 
sin otros pares de ojos a dónde guarecerme de los escombros que caen como mierda seca.

Ahora me doy cuenta:
no es que yo no te quería,
es que no tenía tiempo.

8.4.20

Bitácora del viaje obligado al extranjero #11

Sigue siendo el día 24.
Se pueden escribir dos bitácoras de un mismo día?

Subí a la terraza a tomar sol.
Hoy hay mucha contaminación, y siguen pasando aviones.
No llego a ver las montañas ni los edificios más cercanos.
Me recuesto sobre una manta de polar.
No es lo mejor para echarse a tomar sol, pero es lo que tengo.
Miro al cielo y veo cómo se mueven las nubes. Hoy sí va a llover.
Me quedo una hora en savasana, la postura del muerto, mirando el cielo.
Siento que las gotas de transpiración bajan desde las axilas por la parte interna de los brazos y se caen hacia atrás.

Y si nunca más veo a mi familia?
Y si no me puedo despedir?
Y si nos morimos todos? Escalonadamente y más o menos cercanos en el tiempo?

Al rato vuelvo a casa.
Siento que estoy en un hotel de playa en la Italia de la posguerra.
Adentro está todo bien, afuera está todo mal.
Me traslado por el edificio en short y ojotas, con la manta enrollada abajo de un brazo, y en la otra mano, el celular, las llaves, el alcohol en gel.
Entro a casa, y el sonido no hace más que darme la razón.
El silencio es interrumpido cíclicamente por el ruido que hace la heladera.
La luz empieza a bajar por la ventana, los muebles y las cosas se ven de otro color.
Y tengo ganas de salir a caminar por una peatonal con palmeras en el medio.

Bitácora del viaje obligado al extranjero #9

Día 24 de cuarentena.
Google Calendar me avisa que hoy son las Pascuas judías.

''No sabía que los judíos tenían Pascuas'', le escribo a Nati, mi amiga judía, ''no termino de entender si creen o no creen que Jesús haya existido con todos sus atributos sobrenaturales que lo hicieron capaz de hacer caminar a un paralítico y multiplicar peces, o si creen que fue un loco y nada más.''
Nati me responde que Jesús no es una figura querida en la historia del pueblo judío, que es una figura más.
Me cuenta que hoy empieza Pesaj y que no se ocupó de conseguir ninguna comida acorde a la fecha. Que va a ver si consigue una harina especial en el supermercado pero no lo cree posible.
Le pregunto qué se come en estas fechas, y me recuerda que el año pasado me dió unas galletitas que se llaman macarundlaj.
Esa noche Alejo y yo nos íbamos a Xilitla y Nati nos había hecho una viandita de Pesaj para comer en el colectivo.
''Tenés razón, ya me acordé todo'', le digo. Supongo que cuando elegí olvidarme de Alejo, también se fueron las macarundlaj.

Esta mañana me desperté con el ruido de la campana del camión de la basura, a las 7.30 am.
Hace una semana tengo la bolsa de basura lista para sacar pero no lo hago.
Atino a levantarme con decisión. Miro al gato que duerme rechoncho al lado mío.
Abre medio ojo y me mira.
Entiendo que me está invitando a reconsiderar la idea de levantarme de la cama.

Pienso que debería sacar la bolsa de basura que ya está largando olor, y los reciclables, que son muchos.
16 botellas de vino vacías, las conté anoche, más latas y botellas de birra, y algunos envases de Tetrapack.
Pienso en que voy a tener que hacer como cuatro viajes desde casa hasta el camión de la basura, y cruzar la Avenida Medellín siempre es complicado. Los autos no paran.

Le acaricio la panza. El gato se estira de placer, y para que lo acaricie más.
Qué loco poder acariciarle todo el cuerpito de una sola pasada, pienso.

Me pongo boca arriba, miro el techo intentando recordar lo que estaba soñando:
Pablo, mi antiguo profesor de teatro, estaba dando clases en el otro cuarto. 
Pero Pablo no venía nunca, y los alumnos querían ahuevo hacer sus interpretaciones, así que varias veces me clavaba yo, viendo escenas de infidelidad y griterío.

En una esquina del living había un pequeño televisor de tubo, colgado, con la saturación al máximo, al cual yo miraba todo el tiempo, y donde todo el tiempo pasaban la versión colombiana de Betty La Fea.

Me despierto otra vez. El camión de la basura ya se fue, intuyo. Son casi las nueve de la mañana.
El gato me mira otra vez con medio ojo. Sabe que en cuestiones de dormidera soy fácil de convencer. Pero esta vez me levanto. 
El camión ya se fue.
Mientras armo el mate, escucho un audio de Tati que me cuenta que fue a hacer el psicotécnico para hacer las guardias sanitarias en Buenos Aires. Tati es médica.
Dice que le sacaron sangre, le hicieron mear en un tubo de ensayo y le pidieron que dibujara un hombre bajo la lluvia. Que siguió las indicaciones que le habíamos dado: hacerlo parado en piso firme, hacerle un paraguas que lo cubriera bien, dibujar el horizonte. Dice que, por las dudas, también le hizo un piloto.

Extraño un poco Argentina, la picardía, la maldad, extraño los chistes que antes me molestaban. El calor húmedo, sofocante, el frío húmedo, ensañado con mis nudillos, siempre lastimados en invierno.

Extraño el hastío de las harinas y la carne asada, la carne al horno, la carne hecha milanesas, la carne hecha empanadas, las  vísceras de animales a la parrilla y con ensalada.
Los helados, cómo extraño los helados.

Tendría que haberme comprado la cámara analógica aquel sábado, ahora estaría sacando fotos en vez de pensar en Argentina.

Tengo tantas cosas de las que arrepentirme, que no sé si me va a alcanzar la cuarentena para todas.

Le cuento a Tati que ayer volviendo del supermercado creí que quería volver a Argentina, que a veces no soporto tanta negligencia junta en este país y me dan ganas de salir corriendo.
Tati me responde con el pragmatismo de un médico, ‘’pero eso también te pasaba acá’’.
''Si, es cierto'', le digo.

Me llegan mails, los mismos remitentes todos los días:
Proveedores que quieren mantener el contacto, que mandan desesperados videos de gente haciendo cosas graciosas, que mandan información sobre cómo pasarla mejor en este contexto. Como queriendo hacer creer a quien los lee que ellos, a diferencia del resto del mundo, no la están pasando como el culo.

Uno de esos mails tiene faltas de ortografía, le faltan tildes. 
Esto es como que te atropellen y te dejen tirado en la banquina, digo en voz alta.
Lo elimino.

La heladera corta, el silencio es precioso.
Pienso que morirse debe ser como cuando corta la heladera.
De pronto el ruido cesa y todo es alivio.

7.4.20

Bitácora del viaje obligado al extranjero #8

Hoy es mi día número 21 de confinamiento voluntario.
Tengo sueño.
Anoche no pude dormir.
En el sopor que me provocaban la oscuridad y el calor, escribí esto en el celular:

''Tengo alergia, calor e insomnio.
Doy vueltas como un pollo rostizado en la cama, buscando las partes frías de la sábana.
Mi confianza fluctúa.
De a ratos sé que el sueño va a llegar.
De a ratos me desespero.
Ya me sentí así antes, pienso.
Es lo mismo que sentí aquel domingo que volví de Córdoba en avión.''

Había sacado pasajes para visitar una semana a mis primas en Córdoba. Me había confundido las fechas y había sacado el pasaje de vuelta para el domingo de las elecciones.

Durante esa semana, una noche en una cena, conocí a Matías, el hermano de la mejor amiga de mi prima Guille.
Yo me hacía la graciosa adelante de toda esa gente que no conocía. Matías preguntó en voz bastante alta ''y esta chica quién es?''
Es mi prima de Buenos Aires, dijo Guille.
Al día siguiente conseguí el teléfono de Matías.
Yo tenía novio y Matías tenía novia.
Pero también teníamos ganas de ser infieles.

Mis primas se fueron a Santa Fé el sábado para votar al día siguiente.
Yo fui a todos los museos que pude y, a la tardecita, me fui con la valija al departamento de Matías a hacer tiempo hasta que saliera mi avión a las 4 de la mañana.
Llovía a cántaros y no teníamos sacacorchos.
Recorrimos todos los kioscos y almacenes cercanos buscando uno sin éxito.
Al final cortamos el corcho con un cuchillo y lo empujamos para adentro de la botella.
Comimos empanadas de carne que había hecho Matías y miramos televisión.
Entre una cosa y la otra, se hicieron las 3 de la mañana.
Me bañé, me cambié y me fui en remis al aeropuerto.
El cielo estaba cubierto y caían rayos atrás de las montañas.

El avión estaba casi vacío, éramos tres personas.
Yo tenía mucho sueño, tanto o más que el que tengo hoy, y sólo pensaba en tomar un café y llegar a mi pueblo con tiempo para poder votar.
Al lado mío había un asiento vacío y luego una señora. Era su primer viaje en avión.

Cuando despegamos estaba lloviendo. Supuse que arriba el panorama iba a ser otro, pero las cosas se complicaron muchísimo.
Empezaron a caer rayos, el cielo estaba totalmente negro. El avión se movía como en caída libre y remontaba.
Alguien por el altavoz avisó que el servicio de cafetería estaba suspendido debido a las condiciones del vuelo.
Las azafatas caminaban por el pasillo del avión agarrándose de los asientos para sostenerse.
Estaban pálidas.
Yo miraba por la ventanilla y lloraba en silencio.
Me parecía patético morirme en un vuelo de cabotaje.
Pero también lo aceptaba, porque estaba segura de que esto era un castigo divino.
Había escupido para arriba, mi escupitajo había mojado a Dios.
Con la certeza de que no iba a contar esta historia, le pedí por favor a Dios Padre que pasara una de estas dos cosas:
El deceso o llegar.
Entonces empecé a creer que el purgatorio era un camino por el aire que costaba entre 2,500 y 3mil pesos, y que duraba una hora y diecinueve minutos.

Finalmente aterrizamos. Eran las 5 de la mañana.
Como si hubiera salido de un trip de ácido malo, me lavé la cara en el baño del aeropuerto y emprendí el camino hacia el cuarto oscuro.
Ese día voté a Scioli y ganó Macri.

Las sucesivas crisis, el cigarrillo, comer mal y dormir peor, han hecho que extrañe las caras que tenemos en las fotos de hace cinco años.

El tiempo ha hecho mella en nuestras pieles, y ahora somos adultos que envejecen en la fila del banco, esperando para pagar el timbrado de la visa para irse a la mierda.

5.4.20

Bitácora del viaje obligado al extranjero #7

Ayer fue mi día número 19 de cuarentena.
Antes de dormirme, escribí esto en el bloc de notas del celular.

Qué bronca.
Todos los hombres que me gustan ya tienen novias.
Ellas tienen nombres mapuches o nombres de marcas de yerba.
Son todos tan originales.
Ellos y los nombres de sus novias son tan originales.
Ellos son tan originales con esas novias con nombres originales.
Ellos fuman tabaco armado.
"De liar", le dicen, porque, indefectiblemente, todos los hombres que me gustan nacieron o pasaron una temporada en España, y de ahí les quedó la costumbre de decir "tabaco de liar".
Algunos también dicen "vale" y "a tomar por culo".
Yo no sé si tendré que ir a pasarme una temporada a España para volver siendo original y conseguir un novio original.
O si ya estaré destinada a la soltería, o a casarme con un empleado bancario por no tener un nombre mapuche.