8.4.20

Bitácora del viaje obligado al extranjero #9

Día 24 de cuarentena.
Google Calendar me avisa que hoy son las Pascuas judías.

''No sabía que los judíos tenían Pascuas'', le escribo a Nati, mi amiga judía, ''no termino de entender si creen o no creen que Jesús haya existido con todos sus atributos sobrenaturales que lo hicieron capaz de hacer caminar a un paralítico y multiplicar peces, o si creen que fue un loco y nada más.''
Nati me responde que Jesús no es una figura querida en la historia del pueblo judío, que es una figura más.
Me cuenta que hoy empieza Pesaj y que no se ocupó de conseguir ninguna comida acorde a la fecha. Que va a ver si consigue una harina especial en el supermercado pero no lo cree posible.
Le pregunto qué se come en estas fechas, y me recuerda que el año pasado me dió unas galletitas que se llaman macarundlaj.
Esa noche Alejo y yo nos íbamos a Xilitla y Nati nos había hecho una viandita de Pesaj para comer en el colectivo.
''Tenés razón, ya me acordé todo'', le digo. Supongo que cuando elegí olvidarme de Alejo, también se fueron las macarundlaj.

Esta mañana me desperté con el ruido de la campana del camión de la basura, a las 7.30 am.
Hace una semana tengo la bolsa de basura lista para sacar pero no lo hago.
Atino a levantarme con decisión. Miro al gato que duerme rechoncho al lado mío.
Abre medio ojo y me mira.
Entiendo que me está invitando a reconsiderar la idea de levantarme de la cama.

Pienso que debería sacar la bolsa de basura que ya está largando olor, y los reciclables, que son muchos.
16 botellas de vino vacías, las conté anoche, más latas y botellas de birra, y algunos envases de Tetrapack.
Pienso en que voy a tener que hacer como cuatro viajes desde casa hasta el camión de la basura, y cruzar la Avenida Medellín siempre es complicado. Los autos no paran.

Le acaricio la panza. El gato se estira de placer, y para que lo acaricie más.
Qué loco poder acariciarle todo el cuerpito de una sola pasada, pienso.

Me pongo boca arriba, miro el techo intentando recordar lo que estaba soñando:
Pablo, mi antiguo profesor de teatro, estaba dando clases en el otro cuarto. 
Pero Pablo no venía nunca, y los alumnos querían ahuevo hacer sus interpretaciones, así que varias veces me clavaba yo, viendo escenas de infidelidad y griterío.

En una esquina del living había un pequeño televisor de tubo, colgado, con la saturación al máximo, al cual yo miraba todo el tiempo, y donde todo el tiempo pasaban la versión colombiana de Betty La Fea.

Me despierto otra vez. El camión de la basura ya se fue, intuyo. Son casi las nueve de la mañana.
El gato me mira otra vez con medio ojo. Sabe que en cuestiones de dormidera soy fácil de convencer. Pero esta vez me levanto. 
El camión ya se fue.
Mientras armo el mate, escucho un audio de Tati que me cuenta que fue a hacer el psicotécnico para hacer las guardias sanitarias en Buenos Aires. Tati es médica.
Dice que le sacaron sangre, le hicieron mear en un tubo de ensayo y le pidieron que dibujara un hombre bajo la lluvia. Que siguió las indicaciones que le habíamos dado: hacerlo parado en piso firme, hacerle un paraguas que lo cubriera bien, dibujar el horizonte. Dice que, por las dudas, también le hizo un piloto.

Extraño un poco Argentina, la picardía, la maldad, extraño los chistes que antes me molestaban. El calor húmedo, sofocante, el frío húmedo, ensañado con mis nudillos, siempre lastimados en invierno.

Extraño el hastío de las harinas y la carne asada, la carne al horno, la carne hecha milanesas, la carne hecha empanadas, las  vísceras de animales a la parrilla y con ensalada.
Los helados, cómo extraño los helados.

Tendría que haberme comprado la cámara analógica aquel sábado, ahora estaría sacando fotos en vez de pensar en Argentina.

Tengo tantas cosas de las que arrepentirme, que no sé si me va a alcanzar la cuarentena para todas.

Le cuento a Tati que ayer volviendo del supermercado creí que quería volver a Argentina, que a veces no soporto tanta negligencia junta en este país y me dan ganas de salir corriendo.
Tati me responde con el pragmatismo de un médico, ‘’pero eso también te pasaba acá’’.
''Si, es cierto'', le digo.

Me llegan mails, los mismos remitentes todos los días:
Proveedores que quieren mantener el contacto, que mandan desesperados videos de gente haciendo cosas graciosas, que mandan información sobre cómo pasarla mejor en este contexto. Como queriendo hacer creer a quien los lee que ellos, a diferencia del resto del mundo, no la están pasando como el culo.

Uno de esos mails tiene faltas de ortografía, le faltan tildes. 
Esto es como que te atropellen y te dejen tirado en la banquina, digo en voz alta.
Lo elimino.

La heladera corta, el silencio es precioso.
Pienso que morirse debe ser como cuando corta la heladera.
De pronto el ruido cesa y todo es alivio.

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