10.11.17

Dejar todo ordenado

Durante gran parte del 2017 me pasaron cosas que por algún motivo, me llamaban la atención de una manera nueva, de una manera en que nunca mi atención había sido llamada. Por eso sentí, durante todo este año, que en cualquier momento me iba a morir.
Cuando me pasa algo bueno siento que el mundo me da un souvenir y me despide de su fiesta.

No creo en el juicio final.

Sí creo en que muere el cuerpo pero no todo lo demás que es uno, que es mucho más que células y fluidos pegajosos con olor y textura desagradables.

Por eso creo que la gente que quiero es eterna, y aprovecho la desaparición física de la gente mala para matarla en mí.
Ahí sí se muere alguien del todo.
Resultó ser que si bien sí me estaba despidiendo, no era para morirme sino para irme de viaje.

Bueno, no sé cuál es la diferencia. Si morirse es no estar físicamente en este mundo, y viajar es no estar físicamente en un territorio un poco más pequeño que el mundo, es todo una cuestión de límites geográficos.

Nunca tengo nada resuelto. Mi vida se compone de cosas sin resolver que voy resolviendo a medida que pasan los días. Una vez resueltas, ya no forman parte de mi vida. Sin embargo, el hecho de estar partiendo de un momento a otro, me genera la necesidad de dejar ordenado todo en Buenos Aires.
Así que hice una lista.

Me gusta hacer listas.
Me gusta clasificar.
Me gusta encasillar.
Soy una persona estructurada.


Además de disfrutar hacer listas,
clasificar,
guardar en cajas,
etiquetar,
hacer planillas en excel...
Me gusta mucho dormir acompañada.
Por hombres
y por gatos.
Aunque en este texto me voy a referir a los hombres.
Que son gatos en otros cuerpos.

Durante algún tiempo, tuve cierta estabilidad en la hermosa tarea de dormir con hombres (les voy a decir ''hombres'' aunque la palabra me remite a la caja del perfume Colbert verde que usa mi abuelo.
Esa estabilidad para dormir acompañada por hombres estaba dada por una relación sostenida,
formal,
heterosexual.

Y yo soy un desastre para sostener la estabilidad.

Mis experiencias con hombres, empezando por el hombre biológicamente más cercano a mí, que es mi padre, no son buenas.
Mi padre es una persona especial. Una especie de desubicado nato.
Para mi graduación me regaló
alfajores,
vino blanco (bebida que aborrezco),
y un inflador para la bicicleta. Tuve que cambiar los picos de las ruedas para poder usarlo.
El inflador tiene escrito ''air supply'' en un costado, como si fuese necesario avisar que lo que uno tiene en la mano es un inflador.

Una vez me regaló un huevo de avestruz podrido. Lo barnizó y le escribió una dedicatoria para mí.

Otra vez, apareció en la casa de mi mamá con un cuero de serpiente enmarcado para mí. Se había tomado el trabajo de desollar una serpiente que encontró muerta en la ruta, clavar su piel en una base de fibrofácil, ponerle un vidrio y enmarcarla.

Siempre lamenté, del fin de las relaciones, volver a dormir sola por tiempo indeterminado.

Siempre disfruté, en el principio de la soledad, conocer gente nueva. Me gustan las muestras gratis, me gusta acumularlas,
los shampooes,
los acondicionadores,
los hombres.
Me gusta acumular experiencias,
historias,
recuerdos de olores,
de palabras,
de gestos,
conversaciones,
música.
Las acumulo y después las clasifico. Y las guardo en cajitas mentales.

Siempre siento que una persona que me entrega un papel escrito de puño y letra, así sea una lista de supermercado, está ofreciendo mucho más de sí que una persona con la que duermo abrazada una noche cualquiera. Aunque sea la misma persona.
Aunque me guste dormir siempre con distintos hombres, en algún momento me canso, me hastío, y empiezan a repugnarme cuando se me acercan.
Siempre estoy enamorada de alguno.
Nunca se lo digo.

Tiendo a clasificar todo en dos tipos de cosas, mi estructura de pensamiento es muy binaria, muy occidental. Y en ese fetiche con la clasificación de TODO lo que pasa en mi vida, he hecho una lista de hombres por meses.

Una lista de mi año en hombres, mi propio calendario.

Enero: Joan San Martín del Toro. Colombiano. Treinta y largos. Actor, modelo, escritor y diseñador de ropa, específicamente remeras. No tenemos certeza de que ese sea su nombre real, ni de su edad ni de su profesión.
De lo único que tenemos certeza es de que vestía calzas largas Nike con short de jean, era extremadamente flaco. Era extremadamente idiota. Tenía un cuaderno con anotaciones sobre algo cósmico que no me esforcé en entender, y bocetos de las remeras que, decía, diseñaba.
Estaba en Yavi, en el mismo hostel que yo.
Dijo dos frases y me pareció bastante idiota.
A la mañana siguiente, había ganado una experiencia, un herpes en la jeta y un raspón en cada rodilla.
Joan vino a la habitación a saludarme. Me pidió un contacto para buscarme en facebook.
Jamás lo hizo.
Yo tampoco.

Febrero:
Me hice una cuenta en Tinder. La dí de baja y de alta varias veces. Nada de esa aplicación me convence.

Pablo. Lo agendé como Pablo Tinder.
Matemático, treinta y dos años, morocho, flaco, alto, dos gatos.
Pablo vive en un monoambiente con dos gatos.
En el piso de la casa de Pablo se pueden encontrar monedas, restos de comida, partituras, hojas de algún libro de El señor de los anillos, un horno eléctrico.
Abajo de la cama de Pablo puede haber una botella de aceite.
Había una botella de aceite.
Cenamos mirando Netflix.
Coge apurado.
A la mañana nos fuimos juntos en tren. Me abrazó durante todo el camino.
No me escribió nunca más. Lo eliminé de todas las redes.
Me sigue en instagram.
Le pone corazón a mis fotos.
No le pone corazón a la vida.

Agustín o Nicolás. No recuerdo la edad. Del interior de la provincia de Buenos Aires, un pueblo, no recuerdo el nombre. Se vino a vivir a Capital por trabajo. Dícese trabajador de la industria audiovisual.
Vive a la vuelta de mi casa. Si me asomo por la ventana de mi cuarto, veo la pileta de su edificio.
Lo pasé a buscar. Fuimos a Dellepiane. Tomamos mucha birra. Me aburrí. Le dije que me iba. Insistió en que fuera a tomar algo más a su casa.
Fui.
Había un pibe en torso desnudo, fumando y mirando una película en HBO, y otro pibe sentado a una mesa armando un porro.
Me quedé parada en el pasillo. Me dijo ''pasá, no te van a violar''.
Fumamos un poco de porro, a pesar de que no me gusta.
Le dije que me iba.
Me dijo ''no salgas con tus amigos, salí conmigo''.
Me fui.
Un par de días después me mandó una foto de la ventana de mi cuarto.
El epígrafe decía ''esta es tu casa, no?''.
No lo volví a ver.


Marzo:
Me reencontré con Lucas después de mucho tiempo. Como siempre. No recuerdo cómo nos contactamos, generalmente nos tenemos mutuamente bloqueados de toda red social. Probablemente fue por mensaje de texto.
No recuerdo dónde nos vimos, cuándo, si era de día o de noche.
Sí me acuerdo que fueron varias veces.
Sí recuerdo que la última vez de esas veces, fue el día que rendí Historia de los Medios de América Latina. Se escapó de su casa, en la que vivía con su novia, para venir a la mía.
Trajo fernet para festejar.
Me dijo que a veces se siente usado.
Me dijo que no quiere que me enamore de él.
Me dijo que no quería lastimarme.
Lucas tiene quince años más que yo, dos hijos adolescentes, un poco de panza, un trabajo estable en Telefónica, una carrera de cine a medio hacer.
Me admira profesionalmente. Me ignora afectivamente.
Cogimos escuchando Pearl Jam. Él estaba convencido de que me iba a encantar.
No me gusta Pearl Jam, pero le dije que sí me gustaba.
No nos vimos más por un tiempo.

Cristian, actor, modelo, periodista, veintisiete años, peronista por adopción.
Hizo diez kilómetros en moto para buscarme en una fiesta, y diez kilómetros de vuelta para llevarme a su casa.
Compré dos cervezas Corona en el kiosco de la esquina de su casa. Las tomamos mientras fumábamos y hablábamos de Perón.
Lo más lindo fue andar en moto por las avenidas vacías.
Nunca un modelo me generó algo profundo.

Abril
Mauro lo conocí en la misma casa donde estaba cuando me fue a buscar Cristian. Músico, treinta y tres años, flaco, ojos verdes, rulos. Fuma tabaco armado.
Cree que el amor es una construcción del hombre racional.
Me parecía muy feo.
Sacó la última seda que le quedaba y dijo ''la última seda''. Le hice un chiste sobre la posibilidad de que existiera un cuadro como el de La última cena, pero de ''la última seda'', con Jesús rolando triste en el centro del cuadro y los apóstoles mirando.
Se rió.
Me pareció hermoso.
Dos minutos más tarde estábamos besándonos apasionadamente contra una mesita.
Diez minutos más tarde estábamos comprando agua mineral en una estación de servicio. Pidió que le calentaran el agua en el microondas.
Doce minutos más tarde estábamos en un taxi, con un chofer peruano que nos contaba que los aliens hicieron las líneas de Nazca.
Veinte minutos más tarde estábamos comprando forros en el kiosco.
Cinco horas más tarde, nos dábamos cuenta de que no sabíamos nuestros nombres.
Cinco horas y algunos minutos más tarde, entro al baño de Mauro y veo dos cepillos de dientes.
Casi veinticuatro horas más tarde, Mauro me dice que tiene novia.
En mayo volvió a hacer la misma treta y volví a caer.

Mayo:
Mi amiga Natalia festejó su cumpleaños en una peña en Parque Patricios. Había un pibe que me miraba mucho.
No me acuerdo su nombre. Sí me acuerdo que es actor y clown.
Sí me acuerdo que me dijo que le caía bien porque tenía los ojos grandes como él.
Sí me acuerdo que insitía en darme un beso en la fiesta. Yo no quise.
Sí me acuerdo que insistía en ir a mi casa y yo insistía en ir a otro lugar. Y en ese momento dejé de caerle tan bien.
Al final vinimos a mi casa.
Me agregó a facebook pero lo eliminé.

Junio:
Gabriel. Judío, celíaco, con rastas. Se depila íntegramente con Gilette.
No sabe que tiene pelos en la espalda. Treinta y un años.
El padre tiene una fábrica de entretela para trajes de baño.
Nos conocíamos de vista desde 2012, de vernos en los shows de Mariano Massollo. Él tocaba, yo iba a ver.
Le pregunté por qué hace dos años que no tocan. Me invitó a salir.
No toma birra, no toma mate, no lo podía besar si yo había tomado birra.
No le gustaba que me pintara los labios.
Se compró un auto porque le dan ataques de pánico en el transporte público.
Lo único que podíamos comer cuando estábamos juntos eran Vauquitas.
Me pedía que le sacara fotos. Le saqué miles.
Me dijo que no quería tener hijos conmigo. Al día siguiente me dijo que quería que tuviéramos un spinner a medias (esos objetitos que giran y hacen luces).
Salimos un mes.
Una noche me escribió que había cosas de mí que lo desmotivaban, como mi pelo triangular, el tamaño de mis tetas, mi perfume y el olor de mi casa.
Le conté sobre los pelos de su espalda.
Gané.

Julio: Sequía total. No recuerdo si volví a ver a Lucas o no.

Agosto:
Jotaeme. Diseñador 3D, motion grapher, diseñador gráfico, animador, dj. Originario de Ushuaia  treinta y cuatro años, dos gatos, Gaspar y Simón. Gordo, bajito.
Insitió para que saliéramos. Fui a tomar una birra a la casa imaginándome que me iba a gustar.
No me gustó.
Me dio un beso y me gustó.
Me contó que hacía tres meses que no cogía.
El fin de semana posterior a eso fue su cumpleaños. Nos encontramos en Groove. Fuimos a su casa, tomamos éxtasis a las siete de la mañana.
A las cuatro de la tarde se despertó y me dijo ''qué hacés acá, nena. No te tenés que quedar a dormir''.
Dejó de responder mensajes.
Lo borré de mis contactos.
En septiembre nos volvimos a encontrar y pasó algo similar.

Septiembre:
Conocí a Augusto por twitter. Argentino viviendo en México. Director creativo digital, fumador compulsivo, comprador compulsivo, deudor compulsivo. Hablamos por teléfono todos los días. Me convenció de que fuera a visitarlo a México.
Compré los pasajes.
Dos días después me dijo que había conocido al amor de su vida.

Me reencontré con Jotaeme en un bar, a la salida del trabajo. No nos hablábamos pero los dos sabíamos que íbamos a estar en ese bar.
Le saqué un poco de tabaco para armarme un pucho.
Me extendió la mano y me pidió que hiciéramos las pases.
Me ofreció encontrarnos a charlar. Le dije que en tres días me iba a México.
Esa noche nos echaron del bar por coger en el baño.
En realidad lo echaron a él. A mí no me dijeron nada.
Esa noche, en su casa, me contó que tenía miedo a las relaciones pero que sentía que yo era especial.
Esa noche, mientras cogíamos, se sacó el forro sin avisarme y no se puso otro.
Tres días después me fui a México y no me saludó.
Me contagió HPV.

Octubre:
Diego. Artista, fotógrafo con cámara pocket. Argentino viviendo en México. Treinta y tres o treinta y cuatro años.
Amante de los gatos, alérgico a los gatos.
Amante de muchas mujeres, escéptico hacia cualquier tipo de demostración de afecto.
Fanático de El Principito. Un Principito atrás de un muro.
Un Fellini más melancólico que Fellini, menos extravagante, con un nivel similar de fetichismo por las mujeres.
Yo no soy una de esas mujeres.
Actor de la vida cotidiana.
No pasó nada especial, sólo el hecho de que él estaba donde yo lo necesitaba y yo estaba donde él me necesitaba en un momento dado. Parece que en México eso es algo que pasa con frecuencia.
Ahora nuestras vidas están conectadas de alguna manera que aún no entiendo bien. No sé si es necesario entender todo siempre.

Noviembre:
Vine a vivir a la casa de Diego pero, contra todo pronóstico, Diego demuestra todo lo contrario a interés en mí. Viví todo noviembre en su casa, con Roma. No estuve sexual ni afectivamente con ningún hombre. Creo que lo necesitaba. Los últimos días de octubre se me inflamaron mucho los ganglios de las ingles y me dolían demasiado. Creo que mi cuerpo me estaba pidiendo descanso y respeto.

Diciembre:
Henrique estaba en una fiesta de Oriental, una productora uruguaya, a la que fuimos con mis compañeros de trabajo un viernes. No sé su edad ni su apellido, sólo sé que es brasileño. No recuerdo su cara, no recuerdo cómo nos comunicamos. Todos esa noche nos drogamos mucho. Me desperté el sábado en el hotel de Henrique. La cama era inmensa. Henrique dormía cuando me fui. No lo desperté. No quería acostarme con él.

Bajé Tinder un sábado a la noche y diez minutos después hice match con Juampi, un chico que no conozco directamente pero con quien hablé varias veces por Facebook para hacerle consultas sobre México. Juampi vive acá hace nueve meses.
Tiene un gato que se llama Tomasito.
Tuvimos una especie de cita en la que fuimos a ver la última de Star Wars. Nos aburrimos mucho los dos.
Yo me dormí.
Juampi había llevado un Yoda en el bolsillo de su camisa.
Después del cine fuimos a su casa, de su casa fuimos a la mía (a la de Diego). Dormimos pocas horas, abrazados. A la mañana desayunamos y nos fuimos juntos en metro hasta Tacubaya.
Nos besamos en el tren, cosa que había prometido a mí misma no hacer jamás. En Tacubaya nos separamos. Yo me fui para El Rosario y él para Barranca del Muerto.

Otra vez en Tinder, me llegó un superlike de Juan. Un mexicano,
taurino,
psicólogo y casi sociólogo de 27 años.
Caminamos un rato buscando un bar hasta que encontramos uno que tenía el tamaño de un baño. Tomamos unas birras inmensas con maní con chile y ajo.
Fuimos a casa,
le leí a Levé y le leí textos de este blog.
Él me leyó textos de su libro ''El amor en tiempos de selfies''.
Luego salimos por una caguama y nos cruzamos al chico que vende ''ricos y deliciosos tamales oaxaqueños''. Compramos dos. Picaban como la remismísima mierda.
Nos tomamos media caguama y Juan me pidió que no desapareciera.
Nunca me habían pedido que no desapareciera.
Durante la noche me despertó varias veces para decirme que le gusto mucho.
A la mañana hice café dos veces,
varias tostadas quemadas, que son mi especialidad, y hablamos de psicoanálisis, de la vida cotidiana, de las actitudes de la gente.
Me dijo que parecía berlinesa y me invitó a hacer mil cosas, entre ellas
comer tacos,
que es lo que vamos a hacer hoy, 29 de diciembre, a las 18.10.

Ya casi se termina diciembre y el año, y a pesar de que he tenido lindas experiencias últimamente, tengo miedo de nunca encontrarlo, o de siempre aburrirme. Veremos qué sucede en los próximos dos días.



















No hay comentarios: