23.8.19

Juzgada por Dios

Ya casi llueve en la Ciudad de México,
los días de verano son implacables siempre
en cualquier hemisferio
ya sea por el calor o por la lluvia.
Pero así los quiero, nefastos, hinchapelotas,
porque así al menos tengo algo de lo cual quejarme.

Caen las primeras gotas y los chilangos
siempre sorprendidos
corren encorvados tapándose las cabezas con los attachés
y las chilangas corren estoicas con sus taquitos aguja,
se tapan las cabezas con carteras.
Jamás voy a entender cómo hacen para dominar los tacos aguja en las veredas llenas de pozos.

Así son los cuatro meses que dura el verano.
A veces también tiembla el suelo,
literal y metafóricamente.

A veces también puede haber una balacera,
o un asalto,
o una pelea,
y uno se puede morir.

Pero ya, todo el tiempo uno se puede morir.

Y en ese acaecer cotidiano es que mi rutinario regreso a casa
coincide con la existencia de algún loco
tirado en el medio del paso,
como una musa de cuadro pero mucho menos deseado,
ensimismado en sus teorías volcadas en una libretita húmeda,
escritas con tinta vieja, entrecortada, de birome mala.

Y me quedo de jeta,
porque el tipo está concentrado.
La vocación de teórico le sale por los poros.

Y el tipo también se queda de jeta,
porque mientras paso al lado suyo,
totalmente inexistente para él,
descubre algo que festeja:
Grita, y abre los ojos grandísimos.
Y yo apuro el paso,
porque el loco me da un poco de miedo.
el corazón se me acelera, siento las manos calientes,
y me pican las axilas.

Alejada veinte metros del loco
me doy vuelta y lo veo,
de pie, festejando.

Me imagino que cuando Arquímedes descubrió que la cantidad de agua que salía de la bañera era proporcional al volumen que ingresaba en ella, hizo algo parecido, pero desnudo.

Al loco no le importa la lluvia,
su teoría demostrada es lo más importante del mundo ahora.

Sigo caminando y pienso
que para mí lo más importante ahora
probablemente
sea mi gato,
o no,
tal vez lo más importante ahora sea el libro de Fabián Casas que me prestaron
y que puede que se esté mojando en la mochila.

Pienso que cuando termine este libro
nobleza obligará a que ofrezca otro a cambio,
y entonces me doy cuenta de que intercambiarse libros
es como bailar o tener sexo.

El éxito de la empresa depende de lo que haga uno
y de cómo reaccione el otro,
de lo que haga ese otro,
y de cómo reaccione uno.

Al momento de elegir un libro para otra persona
y sólo al momento de elegir un libro para otra persona,
me siento juzgada por Dios.




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