23.3.21

Un bosque con duendes maravillosos

La semana pasada me dolió la panza, el lunes, fui al sanatorio a ver si me podían poner una buscapina pero en vez de eso, me internaron, me drogaron, y me sacaron la vesícula. Hoy se cumple una semana de que este planeta tiene, al menos, una vesícula menos.

Cuando me dieron el alta, el médico me indicó caminar mucho para deshincharme y que el organismo se reorganizara. Caminando me dí cuenta de que no solo el cuerpo se me iba a acomodar, sino también las ideas. Caminar hacer bien para todo, pensé y, proyectado sobre la parte interna frontal de mi cráneo, apareció ''Un manifiesto para mis amigos''.

Eso tengo que hacer, pensé, un manifiesto para mis amigos.

Esos dos días fatídicos, entre los sopores del dolor, los analgésicos y la anestesia, pude ver cómo mis amigos se organizaban como hormigas:

Nati fue la primera que supo de mi malestar y la encargada, junto con Flor, de mantener al tanto a mi madre. A pesar de su pánico a las agujas y su fobia a todo lo que involucre una persona suturada, estuvo ahí para firmar el papel que decía, entre otras cosas, que yo podía morirme durante la intervención quirúrgica. Se bancó a mi madre llorando todas las horas que duró la intervención, y me bancó a mi anestesiada, sin poder hilvanar palabras ni pensamientos.

Flor me armó una bolsa con una bombacha, un cepillo de dientes, pasta dental, y me la llevó al sanatorio la noche de la operación.

Luchi llegó a la noche a hacerme compañía.

JP vino a la mañana siguiente a traerme más cosas y a esperar que me dieran el alta para acompañarme a mi casa.

Lean se ocupó de comprar vegetales, arroz, avena, té de manzanilla, gasas, cinta micropore, antibióticos, analgésicos, protectores gástricos, agua y un libro de los records del año 92 para que no me aburra. También cocinó para que tuviera comida durante la semana.

Mis amigas de Argentina, de las cuales 2 son médicas, me explicaron que no era tan terrible, que iba a estar todo bien. 

El chico que me gusta, que está a 7550 kilómetros, me mandó canciones a la mañana y a la noche a modo de abrazos y caricias en el pelo.

Luego del alta de hospitalización, todos vinieron o llamaron o escribieron absolutamente todos los días.

Nati le puso el cuerpo a su miedo, una vez más, y me acompañó a que me sacaran el drenaje, que yo no sabía que era una manguera larguísima que me habían dejado adentro del cuerpo colgando para afuera por un agujerito.

Mañana me sacan los puntos y me acompaña Iván, que los días del desastre estaba filmando en Acapulco.

Estos días empecé a sentir que la vida es como andar perdida en un bosque en el que pueden aparecer alimañas o duendes maravillosos, como mis amigos.

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