13.8.21

Húmedo y frío

En viernes, en agosto, a las 6 de la tarde en Ciudad de México, como es normal, empezó a llover.

Como hace casi todo el mundo con casi todo en esta ciudad, hice como si nada.

Me quedé sentada en la mesa donde estaba tomando vino, de espaldas a la lluvia y de cara a la botella.

No cerré las ventanas,
ni pensé en cómo se colaría la lluvia por los agujeros de mi casa que conectan el afuera con el adentro.

Supe qué pasaría, pero no pensé en eso.

No me importó.
En cambio, seguí tomando vino.

Siendo consciente de que se mojarían las cortinas y el piso de madera se levantaría, y el gato pisaría el agua y dejaría barro en todas las superficies, y arriba de mi cama.
No me importó.

Cuando la botella se vació, me acosté en la cama húmeda y fría, en un sopor casi tan triste como el estado de mi casa.

El gato húmedo se acostó al lado mío y nos dimos calor.

Pero no me importó.


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