Hacía 7 meses que no lloraba.
En la costa del Pacífico un miércoles a las 2 de la tarde, le conté a un desconocido de la vez que escuché nevar en Neuquén.
Después de un rato en silencio, sola, rodeada de sol, sal y parlantes con reggaetón, camufladas por la transpiración de la cara, se me empezaron a caer las lágrimas.
Yo que siempre sé dónde está todo, no sé dónde quedé.
Ahora escribo arriba de los taxis y en los semáforos en rojo, que son los únicos momentos en los que no estoy cubriendo necesidades de otros, que ni siquiera conozco.
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