26.3.18

Un GPS con la voz de mis amigos

Venía hoy, por fin en bicicleta, pensando por qué será que me siento tan a gusto en una ciudad tan compleja, tan extrema, tan contrastada, tan grande, tan contaminada.
Pienso en mis amigas, y en que tienen razón cuando me dicen que yo vivo al revés.
Y deduzco que debo sentirme bien porque, entre otras cosas, vivo en verano cuando la mayoría de mis seres queridos están en invierno.

Venía pensando en eso, y también renegando porque la gallega del gps me estaba diciendo que girara a la izquierda en un lugar donde había un camellón lleno de baldosas y palmeras, y no era la primera vez que me daba mal las indicaciones.

Pensé en que estaría bueno poder ponerle la voz de un ser querido al gps.
Una aplicación que, grabando palabras clave como ''sigue'', ''dobla'', ''derecha'', ''izquierda'', ''has llegado a tu destino'', logre hilvanarlas para que, por ejemplo, mi amiga Marianela, con la que siempre discuto si es para allá o para acá, me indique.
Y poder putearla con total impunidad, porque nunca puedo, porque en materia de ubicaciones, ella siempre tiene razón.

A veces extraño todo, sobre todo las discusiones con Mari, que siempre derivan en algo interesante o en comer algo, o en tomar una birra. Tres cosas que sabemos hacer muy bien.

Venía yo pensando en todo eso y disfrutando de la ciudad vacía, una ciudad vacía que usualmente tiene 22 millones de habitantes es llamativamente extraña, cuando veo que por mi derecha, se acercaba un grupo de gente de edades variadas, con un plotter de lona vinílica brillante impresa en tonos marrones, que decía algo así como ''marcha por la vida''.
Venían rezando el Padre nuestro sin parar a respirar. Llevaban pancartitas con fotos de fetos, de ecografías y algunas ilustraciones de fetos hablando y pidiendo nacer, total después vemos.
Frené. Los miré. Me reí.
Dije al aire, como quien no se anima del todo, ''qué cabezas de termo, por favor''.

No me escucharon porque estaban rezando el Padre nuestro.



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